Políticas

15/10/2009|1104

La razón “progre” del director de Veintitrés

Roberto Caballero (director de la revista Veintitrés) escribe en la revista Contraeditorial (septiembre 2009) una réplica a la nota de Prensa Obrera en la que confrontábamos con sus 23 razones para apoyar la ley de medios (PO Nº 1.100). Contra lo esperable, Caballero no responde a ninguno de los cuestionamientos.

Eso sí, no se priva de despacharse a gusto con una larga introducción contra el Partido Obrero: “confunden coherencia con dogma y sacralización con convicción política”, “fascinación por la fraseología putchista”. Estamos ante la jerga clásica del ‘posibilista’, o sea del disfraz con que los oportunistas encubren su incapacidad para luchar contra el régimen existente y su irrefrenable tendencia a acomodarse al poder. Caballero, olvidando que sus camaradas de ruta en esta ley abrevan en el setentismo, son los autores del exabrupto ‘destituyente’ en la crisis sojera.

La diatriba también busca disimular que lo que discutíamos era el apoyo de Caballero a una ley de medios “en términos estrictamente capitalistas”, su planteo de que habrá mayor competencia con la entrada de las telefónicas, su argumento de que las organizaciones sociales van a negociar su independencia en los mismos términos que los grupos multimedia, su defensa incondicional del derecho burgués (“Donde no hay ley, ganan los más fuertes”). Pero una ley de medios ‘estrictamente’ capitalista es una ley para favorecer a los capitalistas – en el caso de Caballero a las telefónicas, o sea los amigos de los K. Caballero cree que está polémica se arregla con recurso al Martín Fierro, por lo que nosotros decimos que “hecha la ley, hecha la trampa”. Si la ley tiene por función proteger a los débiles, habría que preguntarse porqué necesita a la policía, las fuerzas armadas y los servicios especiales para asegurar su vigencia.

Caballero resume su credo de la siguiente manera: “Para mí, la discusión sobre la nueva Ley de Medios es una oportunidad histórica, porque después de mucho tiempo y de modo masivo, en gran medida habilitada por una pelea interburguesa, se abre una grieta donde plantear claramente cómo los oligopolios y monopolios joden la vida de la gente (sic). El de los medios, pero también el de las aceiteras, o el de la siderurgia. Estamos ante un escenario que permite didácticamente que la gente tome conciencia, que se libere de la alienación que naturaliza discursos que reproducen el actual estado de cosas”.

El culto de Caballero por el lenguaje no es un detalle menor: ‘joder’ y la ‘gente’ reemplazan a “explotación” y “proletariado”, y esto es así aunque suene ‘sagrado’ o ‘dogmático’ y hasta privado de ‘convicciones’. Ahora bien, si ese monopolio lo ejerce el Estado capitalista o un empresario K, la ‘gente’ deja de ser ‘jodida’. Esta emancipación de la ‘gente’ del poder diabólico de los monopolios no lo produce la propia ‘gente’ sino Caballero, quien logró adivinar las posibilidades que le brinda una “pelea interburguesa”, o sea de los jodedores de la ‘gente’. Mientras el director periodístico garabateaba estos conceptos, la policía de los autores del proyecto emancipador de medios cagaba a golpes y tiros a los trabajadores de Kraft, en una evidente demostración pedagógica de cómo los K y los Tomada, Scioli y Daer se encargar de asegurar que los “los oligopolios y monopolios jod(a)n a la gente”.

Para Caballero, la “oportunidad histórica” para desalienar a la “gente” del discurso mediático es una ley capitalista que habilita a nuevos grandes capitalistas con ‘discursos’ que serán igualmente ‘alienantes’. ¿O esperamos que Eurnekián, Electroingeniería, Slim y los grandes capitales que financian a los medios con la publicidad, o la iglesia católica, transparenten en sus mensajes las relaciones sociales que impone el capitalismo? La corriente política de Caballero confunde la transparencia con la des-alineación, como si el conocimiento de que los capitalistas explotan a los obreros pusiera fin a esa explotación y a toda la alineación real derivada de esa explotación. La ley que ama Caballero reserva un lugar especial al manejo mediático de la iglesia, la expresión más antigua de la alienación humana, lo cual no debería ser impugnado, en la lógica oficial, porque ‘trasparenta’, precisamente, el dominio clerical del aparato del Estado, la salud, la educación, etc.. Como Clarín no representa a la totalidad de los monopolios mediáticos, la ley que Caballero apoyó en su versión original ‘transparenta’ a las telefónicas, al clero, a las fundaciones capitalistas, a las ONG de origen confuso, a los sindicatos de la burocracia y las universidades de Hallú-Monsanto-La Alumbrera-Eskenazi-Repsol y, por sobre todo, al Estado (con todos sus poderes de coerción). No reserva un miserable lugar para la independencia política e intelectual del periodista. Casualmente, una senadora K acaba de definir al lenguaje “un bien público”, o sea que debería ser estatizado.

La cosa tiene su lógica: si se trata de ‘trasparentar’ hay que adoptar el lenguaje (uniforme) de la ‘transparencia’ (única). La pretensión de los ‘intelos’ K de superar “la alienación” de la persona humana con una ley de medios es una grosería intelectual. Esa alienación es un producto de contradicciones sociales y solo puede ser superada mediante la abolición, en la práctica y por medio de la práctica, de esas contradicciones (no de su transparencia), o sea mediante la expropiación real de los monopolios capitalistas por parte de los trabajadores.

Mientras los K impulsan a Techint, a las aceiteras, a los pools sojeros (ver lo que ocurrió con el impuesto rural), a las mineras, a las petroleras, etcétera, Caballero nos informa que la ley de medios representaría una exposición didáctica de su función social. Incluso nosotros que defendemos el derecho individual a hablar como a cada uno le venga en gana, la exposición de Caballero nos resulta una enorme pavada. Caballero nos enseña acerca de las ventajas que ofrece una “una pelea interburguesa”, pero olvida que en su primera nota escrita en la revista Veintitrés, impugnaba porque la “izquierda maximalista” se limitaba a denunciar “una pelea entre patronales”. ¡Caballero!.

Para el progresismo, la pelea entre patronales no es una oportunidad para “acabar con toda la mierda” (palabras del supremo sacerdote, Marx) sino para calentarse al sol de una de sus fracciones. Semejante conducta no es para nada desalienante (sino que está por completo fuera de línea), pues reproduce el estado de cosas presente. En tren de “desalienar a la gente”, los intelos K no dudan en alinearla a las filas de la burguesía “nacional y popular”. El Partido Obrero, en cambio, explica el carácter social capitalista de la nueva ley (un negocio en gran escala) y su función política y cultural manipuladora. Algo que los obreros de Kraft, Mahle, Paraná Metal, petroleros, del Subte, descubren en la práctica en cada una de sus enormes luchas.