Políticas

26/7/2012|1232

La “sensación de inseguridad”

EXCLUSIVO DE INTERNET


El teniente coronel Sergio Berni -formalmente, secretario de Seguridad del gobierno nacional y, en la práctica, interventor de CFK en el ministerio de Nilda Garré- rompió la llamada "tregua" entre la Casa Rosada y Daniel Scioli (en verdad, no había tregua: simplemente, la movilización y la huelga de los estatales bonaerenses obligó a una y a otro a recular en chancletas, y apareció la plata para que el aguinaldo se partiera en dos y no en cuatro).


Berni eligió, para atacar al gobernador bonaerense, contar los muertos a un lado y al otro de la General Paz, y aseguró que las cosas están mucho mejor en el territorio de Mauricio Macri donde, aclaró, radica "el área de responsabilidad primaria de este Ministerio" (el suyo, donde ha reemplazado a Garré en las apariciones públicas referidas al asunto). Berni añadió: "más allá de esta inseguridad que está viviendo la provincia, en la Capital tenemos una tasa de robo seguido de muerte que la coloca entre las ciudades más seguras de Sudamérica" (La Nación, 22/7). Salió a contestarle el gran abriboca del gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta: "…estuve reunido con vecinos en Liniers y estaban muy preocupados porque se redujo la presencia de la Policía Federal en ese barrio" (ídem). Por supuesto, mienten todos.


De Liniers a Caballito


Rodríguez Larreta no dice con qué "vecinos" habló; pero eligió mal el barrio. Los vecinos organizados de Liniers no protestan porque la Federal "redujo su presencia", sino, por el contrario, porque esa Policía organiza redes de prostíbulos, de trata de mujeres y de juego clandestino, mientras proliferan en la zona los robos en zonas liberadas y los puestos de venta de drogas debidamente protegidos. En cuanto a la Metropolitana, su única aparición en ese barrio fue para apalear a vendedores ambulantes, a gente de trabajo que se las arreglaba como podía para subsistir. Liniers, de algún modo, resume y concentra el vínculo de la Policía con el delito. En síntesis: el problema no es la ausencia de la Federal ni de la Metropolitana, sino su presencia. Cuando de inseguridad se habla, la Policía es parte sustancial del problema. En cuanto a Berni, dice tener "experiencia" en materia de control de las calles. En efecto, la tiene; pero en lo que se refiere al delito. Néstor Kirchner lo puso en el Ministerio de Desarrollo Social, allá por 2003, con el exclusivo propósito de que se ocupe de las organizaciones piqueteras. Con el palo en una mano y la dádiva en la otra, él tuvo su papel en la cooptación por el oficialismo de varias de esas agrupaciones. Ahora es un represor ambulante: la Presidenta lo mandó a dirigir el operativo de Gendarmería contra los Dragones, en Chubut; y después a Santa Cruz, también con gendarmes, para reemplazar a los policías en huelga. En materia de delito organizado, ni jota…


Ahora, en su afán de atacar a Scioli, Berni perdió una buena ocasión de callarse la boca. Pueden recordárselo, por ejemplo, los vecinos de Caballito, que en una marcha masiva denunciaron "zonas liberadas para el robo a departamentos, comercios y en la vía pública; el robo de autopartes, la enorme cantidad de puestos de venta de drogas, prostíbulos, aguantaderos y talleres clandestinos" (Clarín, 6/7). Nada de eso puede funcionar sin la protección de la Federal y, claro está, sin que la Metropolitana tenga su parte. Esos vecinos acompañaron su movilización con el sonar de silbatos y campanas, para diferenciarse de los "cacerolazos destituyentes" de Recoleta y Barrio Norte. Su consigna central: "Basta de zonas liberadas". Berni, teléfono…


Qué hacer


La cuestión de la inseguridad ciudadana afecta principalmente, según todas las estadísticas, a los barrios obreros, al pobrerío, a las villas: sus habitantes son las primeras víctimas de las bandas lumpen-policiales. Se han producido movilizaciones numerosas en Cañuelas, en Paso del Rey, en Baradero, en Necochea -donde siempre se recuerda a Natalia Melmann, la adolescente asesinada por policías hace varios años- y en buena parte del interior. Por supuesto, el problema intenta ser utilizado desde sectores en pugna. Por ejemplo, el Feinmann malo invita a su programa al cadáver social y político de Juan Carlos Blumberg y, en respuesta, el Feinmann pelotudo se rasga las vestiduras porque toda la cuestión sería una maniobra mediática de la derecha. Sin embargo, se está ante un problema de importancia mayor, porque apunta al centro neurálgico del poder del Estado: su aparato represivo, descompuesto hasta la médula. Las instituciones policiales, entremezcladas con el hampa desde siempre, son ahora organizadoras del delito.


En principio, se necesita que los vecinos organizados, los trabajadores, metan mano decididamente en las comisarías, que tomen en sus manos desde el presupuesto de las seccionales hasta el control de los libros de guardia y la organización de las cuadrículas. Que se denuncien y se limpien las brigadas, las patotas de calle policiales que tienen en sus manos las cajas recaudadoras de la droga, los prostíbulos, los robos y otras yerbas. En definitiva, que la población trabajadora, organizada, empiece a tomar en sus manos el poder de Policía.