Políticas

18/6/2009|1088

LIBANO | Un ensayo del plan de paz de Obama

Bailando en las calles, la coalición 14 de Marzo (14M) – proyanqui, antisiria y proisraelí –  que lidera el multimillonario Saad Hariri, celebró su inesperado triunfo sobre el 8 de Marzo (8M), el frente de Hizbollah, Amal y su otrora enemigo, el falangista maronita Michel Aoun. El resultado fue entendido como una derrota para Siria e Irán. Al baile callejero faltaron los grandes electores, decisivos para la victoria. Un mes antes, Beirut se convirtió en una suerte de Meca para altos funcionarios de Obama. Desde la canciller Hillary Clinton hasta el vicepresidente Joe Biden, que señaló que Washington “condicionaría la asistencia económica y militar a los resultados electorales”. Otro gran elector fue Arabia Saudita, “que incidió mediante flujos millonarios de dinero” para financiar el viaje – y el voto-  de los libaneses emigrados y “en la directa compra de carnés electorales a mil dólares”. “La llegada de miles de votantes del extranjero, en su mayoría cristianos, parece haber sido determinante (…). El gobierno saudí y el egipcio felicitaron a Harari antes de que se conocieran los resultados” (elmundo.es, 8 y 9/6). A estos padrinos se sumó la andanada sionista, que anticipó que un gobierno de Hizbollah “convertiría a Líbano en un Estado terrorista” y llamó a los “países árabes moderados y a Estados Unidos a actuar inmediatamente”. Sobre los libaneses planeó la sombra de un aislamiento estilo Gaza después de la victoria de Hamas y, finalmente, de un nuevo ataque militar de Israel, que según varios analistas aprovecharía la volada “con el fin de entorpecer el proceso de paz que impulsa Obama”.

Frente al posible corte al financiamiento externo, “hemos calculado ese escenario económico, muy peligroso para Líbano”, explicó Ali Fayad, candidato y economista de Hizbollah. Ciertamente peligroso: cuando acabó la guerra civil (1990), Líbano casi no tenía deuda externa. En 1998, después de seis años de gobierno sunita de Rafik Hariri (el “Señor Líbano”, asesinado padre de Saad) “se encontró debiendo 17.000 millones de dólares y utilizando el 89% de los ingresos públicos para pagarlos. Hoy la deuda supone el 163,5% del PBI (el segundo mayor del mundo, después de Malawi). Los “donantes” exigieron la privatización de la telefonía, electricidad, agua y alcantarillado, transporte aéreo y un aumento del IVA”, que aún no se efectivizó (Transnational Institute, 2008).

Hizbollah se entrevistó con la Unión Europea y el FMI “para asegurarse la continuidad del apoyo financiero”. Fayad dijo que Hizbollah “discutió el futuro económico del país” con ambos, y que le “garantizaron la continuidad de la ayuda” (Financial Times, 26/5). Una radiografía neta del carácter social del Partido de Dios.

No es extraño, entonces, que algunos vieran en una victoria de Hizbollah una gran oportunidad para integrarlo al “plan global de paz” para la región. El Financial Times calificó de “estupidez” la amenaza de Biden. “Hizbollah es el más poderoso y disciplinado grupo político del país”, se admiró. No sólo es “un movimiento de resistencia aclamado en el mundo árabe, es una potencia social y política que maneja una amplia infraestructura paralela al Estado, que incluye escuelas y hospitales y hasta subsidios para casarse. Y es un pionero en los microcréditos desde 1984”. Su jefe, Hasan Nasrallah, ha colocado “eficientes cuadros en gobiernos municipales y el parlamento”. La prueba de fuego fue en mayo de 2008, cuando las milicias de Nasrallah sitiaron la zona sunita de Beirut para frenar un intento gubernamental de desmantelar su red de comunicaciones, clave para repeler un ataque israelí. En el posterior acuerdo de Doha, Hizbollah se comprometió a no utilizar las armas contra sus adversarios libaneses: “Se incorporó al gobierno, con sus milicias intactas, adquirió poder de veto sobre todos los actos de gobierno e incorporó cuadros clave al ejército regular. Ha cumplido un test de 18 meses: Hizbollah ya está en el gobierno”, concluye (Financial Times, 27/5).

Victoria con bemoles

El triunfo del 14-M es relativo. “No hay que alegrarse por el Líbano. La áspera realidad es que los chiítas se han fortalecido y deberán ser acomodados en el gobierno de los ‘vencedores'”, apuntó cauteloso el Jerusalem Post (8/6). “Perdidos en el júbilo, los partidarios de Hariri no advirtieron que Hizbollah ganó el voto popular” (Global Research). Efectivamente, Hizbollah superó en casi 200.000 votos a Hariri. Pero en Líbano, las bancas se atribuyen según la cuota parte de las diferentes comunidades, con lo cual una aldea de 13.000 habitantes puede igualar en diputados a otra de 50.000. Eso explica que Hariri tenga 68 diputados y Hizbollah 57 (la distribución previa era 67 y 58). “Hizbollah ‘perde’ ma è sempre il più forte”, tituló Stampa (8/6). Hizbollah y Amal “fueron los más votados en las zonas de mayoría chiíta, pero Aoun fue derrotado en los distritos cristianos clave de Zahleh y Ashrafiyeh, lo que privó al M-8 de la mayoría a la que aspiraba”. En 2005, Aoun se impuso con casi el 70% de los votos pero “la ley electoral fue modificada en 2008, con acuerdo de Hizbollah, que ya tenía poder de veto” (FT, 8/6).

“Hizbollah no quiere gobernar, quiere participar en la toma de decisiones”, es una conclusión compartida (Nicholas Noe, Mideastwire.com; elmundo.es, 9/6) Los analistas destacan “un extraño discurso de Nasrallah” días antes de las elecciones, en el que reivindicó como una jornada gloriosa la toma de Beirut por sus milicias, en 2008. “No tiene ningún sentido esa declaración si se pretende atraer el voto de todos los libaneses”, apuntó Noe.

Olga Cristóbal