Políticas

29/10/2019

Los aires de la victoria peronista

La previsible victoria en primera vuelta de Alberto Fernández estuvo marcada por un enorme avance del macrismo -de más de dos millones de votos- y hasta un retroceso porcentual del peronismo del 49,49% al 48,04%. Esta elección fue la segunda de mayor concentración de votos entre la primera y segunda fuerza desde 1983, llegando al 88,5% de los votos.


¿Cuál fue el camino hacia semejante resultado, después de dos devaluaciones durante el interregno entre una elección y otra, un congelamiento de combustibles frustrado, tres tandas de remarcaciones de precios, el comienzo del default, la caída de u$s20 mil millones de reservas, el agravamiento de la recesión, el estallido de los índices de pobreza y hasta del hambre?


Semejante remontada del macrismo -que incluyó victorias en Mendoza, Santa Fe, Entre Ríos, San Luis, además el estiramiento de la diferencia en Córdoba y Capital y varias victorias impensadas en municipios bonaerenses- sólo se explica por la derechización de la campaña del propio Alberto Fernández. El candidato de la coalición conservadora entre el kirchnerismo, el PJ disidente de los gobernadores y Massa, centró su campaña en los mercados, contra la calle.


Desde la reivindicación del “dólar razonable” hasta el cepo, pasando por las sucesivas “misiones” a EEUU en las que Sergio Massa (el hombre de Rudolph Giuliani en América Latina) fue un enviado privilegiado, hasta las reuniones con los grupos mineros más concentrados del planeta y especialmente los fondos de inversión; la tarea central de Alberto Fernández fue seducir al capital. Uno de los puntos fuertes de esta tarea fue la reunión con aires refundacionales en Tucumán con el mandamás de la UIA y Héctor Daer de la CGT, en el camino del pacto social para garantizar la gobernabilidad de la continuidad del ajuste fondomonetarista.


La cuestión del repago de la deuda estuvo en el centro de esa cruzada de seducción del capital del nuevo presidente. Al punto que le ha valido alguna rispidez con el FMI, que quiere imponer una quita en la inevitable reestructuración de la deuda, para garantizar su propio pago. Pero en esta disputa no figura cómo “encender la economía”, una de las frases acuñadas para hacer la plancha ante un electorado urgente, víctima de la catástrofe social de la crisis capitalista a toda orquesta en la que se ha desenvuelto la campaña y en la que se desenvolverá en la transición.


Contra la calle


Contra toda tradición electoral del peronismo, la convocatoria a ganar la calle vino por parte de la derecha. Por parte de Alberto Fernández, la orientación que dominó hasta el último minuto, y hasta la última organización popular del variopinto universo de la cooptación del Frente de Todos, fue evitar la calle. Macri movilizó una base social agitando sus ejes contra la corrupción y el “populismo”, contra “Venezuela y el pasado”, mientras toda la burocracia sindical y piquetera jugaba un formidable papel de contención ante una crisis social que no tiene nada que envidiarle a las que han desatado rebeliones en Ecuador o en Chile.


Mientras Macri reforzaba sus invocaciones a Dios en cada discurso y se calzaba con decisión el pañuelo celeste para absorber los votos de Espert y Gómez Centurión, Alberto Fernández -que fue votado por buena parte de la Ola Verde- hacía campaña electoral con la cúpula de la Iglesia Católica.


Ya Nicolás Dujovne se había jactado de que en ningún momento de la historia argentina se hizo un ajuste semejante sin que cayera un gobierno. La coalición de los Fernández y Massa, junto a todas las variantes de la burocracia sindical -desde Daer hasta Cachorro Godoy, pasando por Moyano y Yasky- garantizaron que siguieran los capítulos más agudos del ajuste sin que ello ocurriera y sin que las masas ganaran las calles.


El caso más representativo de esta situación fue la enorme huelga de docentes y estatales de Chubut, que fue criminalmente aislada en función de su desgaste por ambos polos de la disputa política. Los paros de Ctera, ante el desmadre de la represión paraestatal de la burocracia petrolera y ante la muerte de dos docentes, sólo disimularon el operativo de contención que incluyó la súplica de incorporación a la CGT.


El centroizquierda y la izquierda que se subsumió en el apoyo al peronismo: Patria Grande, el PCR, el degennarismo, la CTA Yasky, los grupos del Trío Vaticano, fueron furgones de cola que cedieron totalmente la iniciativa a la derecha peronista. Los sectores del movimiento de la mujer ligados al kirchnerismo cedieron toda iniciativa de lucha por el aborto legal y los derechos de la mujer a los grandes operadores celestes como Manzur, que fue el eje de la liga de los “24 gobernadores” con los que promete gobernar Fernández.


Argentina y Chile


El contraste entre el Chile, que cuestiona treinta años de gobiernos de ambos polos de la democracia pinochetista -la Concertación y la derecha de Piñera- y su herencia de superexplotación y entrega, y la Argentina, donde vota el 81% del padrón a dos fuerzas sociales  responsables de la deriva que ha llevado a una de las crisis capitalistas más explosivas de América Latina, es evidente. A esto habría que agregar que el 98% de la elección fue a parar a las fuerzas responsables del desastre argentino, cuando el peronismo -más los Lavagna, los Massa y los Pichetto- fueron artífices de la gobernabilidad de la tentativa capitalista de libertad de capitales y endeudamiento como salida a la crisis de los finales del kirchnerismo. No porque los trabajadores argentinos no tengan voluntad de lucha, como se expresó en los grandes paros nacionales o en la huelga de Chubut, sino porque el peronismo ha trabajado sistemáticamente para canalizar toda la bronca hacia el proceso electoral.


Esto habla de un dominio de la burguesía de la escena política nacional. Algo que ya había sido  anticipado por las elecciones provinciales, donde se constató que el voto mayoritario fue acaparado por  los partidos patronales. La cuestión no nos toma de sorpresa: desde las páginas de Prensa Obrera fuimos llamando la atención sobre ese hecho y alertando sobre la transición, los realineamientos y el relevo que se estaba orquestando frente al derrumbe del macrismo. El voto a Alberto Fernández tiene un carácter contradictorio: explica el descontento y el hartazgo con el gobierno responsable de las privaciones a que vienen sometiendo a la población, pero por otro lado expresa la ilusión y el apoyo a una salida patronal que pregona una política de rescate y estímulo al capital y al empresariado, y de compromiso con el FMI y los acreedores. En otras palabras, la ilusión de que se podría sacar al país de la crisis sin afectar los intereses del capital, prescindiendo de una política anticapitalista.      


Todo el peronismo se jacta de que Argentina no es Chile. Sería la versión nacional y popular de Dujovne, es la otra cara del ajuste y la descarga de la crisis capitalista sin el desmadre de la rebelión popular.


Pero el Frente de Todos tendrá que gobernar, y de inmediato las contradicciones entre las expectativas populares y la administración de la crisis capitalista empezarán su erosión política y pasarán la factura. Es cierto que han transmitido astutamente el mensaje de que “esto será muy difícil” y “llevará tiempo”. Pero lo que han marcado las rebeliones latinoamericanas de Ecuador y de Chile, y aún el retroceso político de Evo Morales en Bolivia y del Frente Amplio en Uruguay, es la inviabilidad de las políticas de contención ante la agenda de la crisis mundial que desembarcó con la recesión y las crisis de deuda en toda América Latina.


Las burguesías latinoamericanas no han cambiado la agenda, insisten en las reformas laborales, jubilatorias e impositivas para rescatar a los Estados quebrados por los rescates a la banca acreedora, con el FMI de por medio o sin él. En la Argentina no renuncian a meter esa agenda en la mesa del pacto social fernandista, con el agravante de que -a diferencia de Chile- en la Argentina el FMI ha dado el mayor crédito de su historia y tiene que cobrar la deuda. El reloj de Argentina hacia la nueva realidad en América Latina, donde las masas empiezan a intervenir, se ha puesto en marcha. En la etapa de las rebeliones populares de principio de siglo, los nacionalismos cumplieron una vital función de contención para la clase capitalista en la región. Se procesará esta nueva experiencia respecto del nacionalismo de colaboración de clases, cuando le toca la función contrarrevolucionaria de defender al sistema contra las masas en condiciones de agravamiento de la crisis mundial.


La transición


Bien mirada, la transición empezó el 12 de agosto. El compromiso entre el macrismo y el peronismo fue permanente en las medidas de arbitraje del Estado en el mercado de cambios, la postergación de tarifazos, los miserables bonos salariales aceptados por la CGT y los paliativos impositivos de dudoso alcance.


En ese tránsito el macrismo llega a su rol de oposición con un caudal electoral importante, pero implosionado entre un radicalismo que proscribió a Macri de las últimas elecciones desdobladas, Carrió que ni fue al bunker y Vidal que hizo un acto sin Macri ni colores amarillos, después de habilitar el corte de boleta para salvar intendencias del naufragio bonaerense.


El peronismo llega al poder con un rejunte de los punteros del PJ disidente, el kirchnerismo y el massismo, que ya tuvo algún chispazo entre un Massa que reconoció a Guaidó y Cristina que aprovechó la noche de la victoria para saludar el polémico triunfo de Evo Morales, mientras Alberto Fernández recibía la gentil invitación de Trump a no abandonar el grupo Lima si quiere algún tipo de atención ante el cuadro desesperante de la deuda externa.


Las reservas netas de libre disponibilidad del Banco Central orillan los u$s6.500 millones de dólares, según Ámbito Financiero. Se trata de un monto que no alcanza al mínimo de manual para atender el comercio exterior de un país como Argentina. Por otro lado, el cepo restringe al máximo la demanda, pero los exportadores agrarios no ingresan un dólar, ya que siguen reteniendo la coshecha a la espera de una devaluación final antes del prometido acuerdo de precios y salarios.


Un golpe de esta naturaleza -que haría todavía más explosiva la cuestión de las tarifas dolarizadas y de los combustibles- presenta un potencial inflacionario absolutamente insoportable para las masas. A estas tendencias se suma el desarme de las Leliqs, que se está produciendo al costo de incorporar pesos que alimentan las presiones sobre el dólar y que han llevado al Contado con Liqui a $80. Bajo la forma de un desdoblamiento cambiario o de una devaluación lisa y llana, los golpes a las masas que están en el horizonte hacen explosiva la situación social.


La transición empezó con una foto fraternal entre Fernández y Macri, pero operará arriba de un volcán: el lunes, por lo pronto, el riesgo país subió a 2.275 puntos y cayó la bolsa. Empezó el baile…


El carácter de la situación achica el margen de maniobra a Alberto Fernández. La luna de miel de la que gozará  AF  es tremendamente acotada. La aguda crisis lo obligará a tomar definiciones en la propia transición, antes de asumir. Esta vez no puede escudarse en el hecho de que no ha sido electo, y va a tener que dejar marcada sus huellas digitales, aunque pretenda desmarcarse y endosarle el costo del trabajo sucio al macrismo.    


El Frente de Izquierda y su campaña


El Partido Obrero, desde su XXVI Congreso y aún antes, caracterizó que la batalla central sería con el peronismo, que en cada elección anticipada fue transformándose en canal de la bronca popular contra la creciente bancarrota macrista.


Pero el retroceso de la votación respecto de las PASO marcó una novedad del FIT, algo que no ocurría desde las primeras primarias centradas en el planteo democrático de superar el piso proscriptivo en 2011.


El corte de boleta que llegó a extremos del 100% en Salta y en CABA, y fue también importante en la Provincia de Buenos Aires duplicando el corte de 2015 en la categoría a diputados, se operó centralmente en favor de la fórmula del peronismo. Eso indica que en un cuadro de polarización que no tiene antecedentes desde 1983, el FIT – Unidad sufrió una fuga de votos de su propia base electoral. Fuera de toda discusión, la elección presidencial ha sido débil, al igual que las elecciones ejecutivas de las provincias. La avalancha de Larreta nos hizo retroceder ante la polarización de un 90% en la Capital, a pesar de la gran campaña política de Gabriel Solano, reconocida por propios y extraños.


En este cuadro, otra vez el voto a Zamora -aunque cada vez más marginal- nos impidió el acceso de un diputado por la Capital, y el doble piso electoral en la Provincia nos dejó a centésimas del ingreso de la banca. El carácter de la campaña de Bregman diputada, no obstante, merece un análisis aparte, puesto que estuvo dirigida por parte del PTS a un compromiso con un sector del kirchnerismo, que incluso llevó a esa fuerza a retraer la presencia del candidato a presidente en la campaña regional.


En el haber tenemos que destacar la campaña política del Frente de Izquierda como la más radicalizada desde que tiene existencia. Eso por haber colocado la ruptura con el régimen del FMI y el no pago de la deuda en el centro de la agitación política cuando esa cuestión sacudió a toda América Latina, y por haber marcado el eje de que la crisis la paguen los capitalistas. Ambos planteos cobraron más vigencia objetiva a cada día del transcurso de la lucha política.


Por otro lado, ganamos las calles contra la indicación de Alberto Fernández. Desarrollando una campaña de lucha de clases, por Chubut, junto al Polo Obrero y el movimiento piquetero independiente, con los sindicatos que salieron a luchar y el Plenario Sindical Combativo, con las ocupaciones de fábrica como Kimberly Clark, con los familiares del gatillo fácil de Monte, movilizando miles de mujeres a dar la batalla política en el 34º Encuentro. Tal vez no casualmente, el flamante Frente de Izquierda de Chubut hizo la mejor elección del país.


Como corolario de una campaña de independencia política de los trabajadores y de lucha de clases, el Frente de Izquierda – Unidad cerró su campaña frente al consulado de Chile, donde ya nos habíamos movilizado. Un sello de tipo revolucionario que marca diferencias abismales entre esta alianza de izquierda y todas las que hubo en el pasado en la Argentina.


La política del Partido Obrero será impulsar la intervención en cada lucha reivindicativa y desarrollar una agitación política que permita a la vanguardia obrera y de los movimientos de lucha superar lo más aceleradamente posible esta nueva experiencia nacionalista que la burguesía ha sacado de la galera ante la crisis gigantesca de su régimen económico y social. La agitación política  apuntará a desenmascarar la política y las salidas patronales en danza frente a la crisis nacional. Estará dirigida a poner de relieve sus efectos devastadores sobre las masas y, al mismo tiempo, dar cuenta de sus contradicciones explosivas y su inviabilidad, por referencia a la envergadura de la bancarrota capitalista mundial, de la cual Argentina es uno de sus eslabones más sensibles; oponiendo a la política capitalista un programa y una salida política de los trabajadores. Nuestra intervención apuntará a promover la irrupción de la clase obrera como un factor independiente en el escenario político, y transformarla en una alternativa de poder. El Frente de Izquierda, que se negó a cumplir ese papel en el período previo al proceso electoral, será puesto a prueba para superar sus propias limitaciones en torno a ser un polo de intervención política en la lucha de clases, que establezca una continuidad con la lucha electoral librada.