Políticas

12/5/2011|1176

Los “cabecitas negras” y el voto

En su afán por justificar su ‘bajada’ a las elecciones porteñas, a ‘Pino’ Solanas se le ‘escapó’ la frase de que “las provincias más pobres no tienen una gran calidad de voto” (“Textuales”, Canal 5, 18/4). Para un hombre que se reconoce en el peronismo, el exabrupto no podría ser más grosero: solamente faltó que a las masas del interior les metiera el mote de ‘aluvión zoológico’. Perón arrasó siempre en las provincias, en tanto que la Capital fue el bastión del gorilaje. Yrigoyen y Perón valorizaron para las masas un instrumento político que éstas más bien despreciaban: el voto, el sufragio universal. Al pueblo de este país, la ley Sáenz Peña solamente le interesó porque podía meter al ‘mudo’ en la Presidencia. Perón no solamente puso fin al fraude patriótico, su compañera impuso el sufragio femenino. La ilustrada base social de la Libertadora apoyó la proscripción del peronismo en varias ocasiones, antes de lanzarse a él, en 1973 -aunque en la Capital ganó el ‘Chupete’ De la Rúa. Solamente bajo Videla se discutió en serio la posibilidad de establecer el voto calificado -así como la abolición del estudio de las matemáticas (por subversivas). En el referendo que convocó la dictadura para poner fin a la afiliación a los sindicatos, un rotundo 80% de los asalariados rechazó el despropósito. No hace mucho, el distrito preferido de Solanas votó por el menemista Erman González. El desprecio de Pino por las masas incultas lo podría haber extendido a los 10 kilómetros cuadrados de terreno que fueron declarados capital de la Nación luego de una guerra civil que se tomó setenta años, si hubiera contabilizado los votos por Macri en la zona sur de la Ciudad. Es forzoso llegar a la conclusión de que en el vasto horizonte conceptual del cineasta, el único electorado con seso es el que lo vota a él.

Los brutos y la historia

A la pandilla mediática de los K, que se conecta con la masa inculta solamente a través de los punteros y las patotas, el dislate de Solanas le cayó como regalo del cielo. Aunque nunca haya puesto las patas en ninguna fuente ni organizado la huelga general del ‘59, o las ocupaciones de fábrica del ‘62 o el Cordobazo del ‘69, ni tampoco la huelga general de junio-julio del ‘75 contra Isabelita y López Rega, ni peleado contra Menem-Cavallo -todo lo contrario, en el caso del matrimonio K y buena parte de sus ministros. Esa pandilla aprovechó lo de Solanas como cuervos ante un despojo humano. En el camino se olvidaron del desprecio de Perón y del peronismo por la democracia liberal y su apología de la “comunidad organizada”, donde el voto no es soberano sino que está subordinado a los intereses del Estado. Dicho más claro: para el peronismo, el ejercicio del voto debe tener lugar con los sindicatos y las organizaciones populares regimentadas, e incluso con el sometimiento de la prensa y de los medios de comunicación. De todos modos, cuando el gorilaje se insubordinó en el ’55, Perón no defendió la voluntad popular y el mandato que le dio el voto, y se fue al exilio. No usó ni las armas del ejército, en su mayoría todavía favorable al gobierno constitucional, ni armó a las masas que ya se habían movilizado en su defensa en junio de ese mismo año.

La voluntad popular se manifiesta por medio del voto cuando el voto está precedido por la deliberación política, como ocurre en las asambleas, donde se vota después del debate, y cuando es seguido de la capacidad ejecutiva de ese voto. Para que eso pueda ocurrir al nivel de una nación entera es necesario acabar con el poder coactivo del Estado, es decir por medio de una revolución que destruya tanto los instrumentos de opresión política como los instrumentos de malversación de la voluntad popular. Viene como anillo al dedo, para demostrar que éste no es el caso de Argentina y del Estado burgués en general, lo ocurrido con la reforma política que sacó de la galera el ex presidente Kirchner. Concebida para forzar el renacimiento de un nuevo bipartidismo, o sea modificar el sistema político sin ningún debate previo por parte del pueblo, acabó con un decreto que desconoce esa ley anti-democrática para establecer un sistema más fraudulento aún, que tampoco fue debatido en el pueblo: las llamadas colectoras, expresamente diseñadas para malversar, no ya la voluntad popular, sino el sentido mínimo del voto. Los decretos de necesidad y urgencia, cuando no hay una cosa ni la otra; la confiscación de salarios y ahorros como ocurrió, por decreto, con la pesificación; son otras tantas expresiones del despotismo irrefrenable que la burguesía oculta con su demagogia democrática. Aquí se impone agregar dos cosas: Pino votó en la Constituyente del ‘94 el sistema de decretos de NyU (junto a todo el pejotismo que hoy gobierna) y la Corte kirchnerista avaló la confiscación de la pesificación.

La izquierda K adolece de todo aquello de lo que se jacta, por ejemplo, de que reúne a intelectuales nacionales. Todos ellos leyeron a Marx, al menos la solapa de sus libros, y saben que el sufragio universal fue instrumento privilegiado de dos grandes regímenes despóticos, el del alemán Bismarck y el de dos franceses de la misma familia, los Bonaparte. El bonapartismo, precisamente, recurre al sufragio universal cuando tiene asegurados sus resultados por medio de la supremacía del aparato estatal que ha impuesto. Es lo que consiguió el Barrick Gioja, el domingo pasado, luego de que barriera por otros medios a la oposición política. Macri, por su lado, acaba de poner en números a la democracia liberal, cuando dijo que con menos de cien millones de pesos no se puede emprender una campaña presidencial. O sea que la campaña para octubre próximo es una disputa entre dos o tres bolsas de más de cien millones. ¿Qué voluntad popular puede emerger de semejante adefesio? Vamos, una vez más, a una disputa entre capitalistas. El Frente de Izquierda entra en la campaña para denunciar a esta democracia puramente capitalista y, por sobre todo, a los sinvergüenzas que la defienden -sean liberales, ‘progres’ o bonapartistas.

Ni bonapartistas ni liberales, marxistas. El imperio de la voluntad popular presupone la destrucción de la maquinaria opresora del Estado capitalista. “La burguesía francesa -señala Marx-, que se rebelaba contra la dominación del proletariado trabajador, encumbró en el poder al lumpen proletariado (las patotas que matan militantes, apalean activistas y desalojan originarios), con el jefe de la Sociedad del 10 de Diciembre (Luis Bonaparte) a la cabeza”, apoyándose en la masa de campesinos arruinados. La bandera que permitió el ascenso del gobierno reaccionario y que “un personaje mediocre y grotesco pudiera representar el papel de héroe” fue “la restauración del sufragio universal”, eso sí, luego de aplastar a la clase obrera en lucha (Marx/Engels, El 18 Brumario de Luis Bonaparte). Lo mismo se puede decir de la democracia liberal, que se implantó en Francia sobre los 40 mil cadáveres de los obreros de la Comuna, o en Paraguay, que edificó un mamotreto luego de que los estados de la “triple alianza” masacraran a más de un millón de paraguayos.

No es el voto el que crea la soberanía popular, es la conquista de la soberanía popular la que le da un carácter emancipador al voto.