Políticas

26/12/2002|773

Lula, contra la rebelión popular

El centroizquierda como una pieza del imperialismo

Lula no diferenció a Brasil de Argentina por una cuestión de ego nacional. Expresó una opinión que es abrumadoramente mayoritaria en los escalones dirigentes del PT y, mucho más que eso, una definida estrategia política. Para la dirección del PT, lejos de haber ingresado en un período de posibilidades revolucionarias, Argentina se encuentra en dirección a una espantosa disgregación social que será duramente pagada por las clases populares. La razón de fondo para esta desgracia es que en Argentina no se ha sabido crear una fuerza popular sólida y especialmente “institucional” como lo es el PT. Desde este ángulo, los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre fu eron algo bastante peor que una reacción “espontánea” contra el gobierno de turno: fueron un estallido anárquico y desesperado. En Argentina no hay dirección política; las masas se encuentran mucho más cerca de la posibilidad de una salida “autoritaria” que de una revolucionaria. La consigna progresista e incluso revolucionaria para Brasil, dice el PT, es evitar una crisis “a la Argentina”.


 


Espejismos en el Cono Sur


Antes que Lula, esta opinión fue formulada por la mayoría del Frente Amplio de Uruguay, para quien los piqueteros argentinos no constituyen una fuerza conciente y organizada sino una expresión de desclasados y del hambre, ni los cortes de ruta y de puentes un método adecuado de lucha. Hasta hace muy poco, la dirección frenteamplista estaba convencida de que Uruguay lograría esquivar el destino de Argentina, fundamentalmente por la fuerza “institucional” y la “responsabilidad” política del FA. Como luego resultó evidente, el FA pretendía más de lo que podía: Uruguay entró en una bancarrota total; el pueblo desesperado salió al asalto de supermercados; se encuentra en marcha una descomunal confiscación de ahorristas; los bancarios pueden perder sus empleos en masa; la resistencia “institucional” del FA no sirvió para nada; crece la tendencia del pueblo a la acción directa.


La posibilidad de que las crisis de Argentina, Uruguay y Paraguay se reproduzcan en Brasil, simplemente aterran a la cúpula del PT. Su primera reacción a semejante perspectiva fue ampliar la alianza política del PT a los sectores más antiobreros, reaccionarios y corruptos de la política brasileña: el industrial y evangelista José Alencar, convertido en candidato a la vice-presidencia del PT, quien ya se ha apresurado a decir que reprimirá las invasiones de tierra; el paulista Orestes Quercia y el ex presidente y nordestino José Sarney, del elenco estable de la burguesía y de la oligarquía brasileñas. Más recientemente, Lula ha conseguido el apoyo público del pulpo más importante de la electrónica nacional, el grupo Gradiente ( Ambito, 24/9) y es inminente la aparición de un texto conjunto del PT y la Bolsa de Sao Paulo, que sería divulgado el 3 de octubre (Folha de Sao Paulo, 20/10). Lo más importante, claro, ha sido la decisión del PT de comprometer su apoyo al plan que el FMI puso como condición para no precipitar a Brasil en una cesación internacional de pagos.


 


Firmar con el FMI es revolucionario


Para la izquierda democratizante de Brasil, ser progresista en América Latina significa, contra todas las evidencias, someterse al dictado del FMI, porque ello evitaría un colapso capitalista del tipo de Argentina y las consecuencias que ello acarrearía para el pueblo. Claro que es incomprensible, con esta política, cómo el PT prevé avanzar en un programa de progreso social toda vez que los planes del Fondo significan miseria para el pueblo y son el principal activador de la rebelión popular. Quizás, ser progresista en Brasil signifique también colaborar con una salida antiobrera a la crisis y con una mayor miseria, con la salvedad de que no sea una salida “tan antiobrera” y una miseria “tan grande” como la que se verifica en Argentina.


“Salvemos a los bancos y salvemos al capitalismo” – en esto se condensa el planteo de Lula para evitar a los brasileños el tránsito al derrumbe argentino. ¿Pero no es exactamente lo que intentaron De la Rúa y el Chacho Alvarez, o lo que procuró hacer Batlle, todos los cuales se empeñaron en la tarea como alumnos mejor aplicados del FMI? Tampoco Lula podrá hacer más o proceder mejor, desarrollando la misma política del actual gobierno brasileño, que ha llevado ya a una impresionante desvalorización de la moneda y a una fuga de capitales enorme. En Brasil ya no se habla de fútbol sino del “riesgo-país”. El Banco Central de Brasil, la semana pasada, no logró refinanciar la deuda pública, para la cual los bancos le pedían tasas del 45-60% anual, lo que es un signo inconfundible de “default”. Este principio de cesación de pagos lo ha obligado a emitir dinero para cancelar las amortizaciones con la banca local y para socorrer a los Fondos de Inversiones que están perdiendo millones de dólares de depósitos de sus clientes. Esa emisión ha llevado el dólar de 3,18 a 3,80 reales. El gobierno de Brasil ha comenzado a aplicar la política de los Remes, Lavagna y Pignanelli.


Cuando Lula dice que Brasil no es Argentina, no está descalificando a la clase dominante argentina y a sus gobiernos, ya que después de todo ambos países tienen una estructura social clasista y política similares. Lula está diciendo que el PT luchará para evitar una rebelión popular en Brasil; es precisamente por esto que el PT se ha convertido en la única carta que tiene hoy el imperialismo en ese país. Es la carta que podría bloquear la extensión de la rebelión popular argentina hacia América Latina y ahogarla en su aislamiento.


 


El gran juego


Simultáneamente con lo que ocurre en Brasil, el centroizquierda y la izquierda, en Argentina, han retomado la campaña electoral, luego de un hipócrita coqueteo con la consigna de “un nuevo Argentinazo”. Obviamente, tienen la expectativa de recoger el impacto electoral que causaría una victoria de Lula en el primer turno. El apoyo a los procesos electorales y a la “legalidad” se ha transformado en el eje del centroizquierda en el Cono Sur para contrarrestar la acción directa de piqueteros y asambleas populares. También en Uruguay el Frente Amplio ha rechazado cualquier planteo de precipitar la caída de Batlle o adelantar las elecciones generales previstas para fines del 2004. Si el PT de Brasil logra, luego de ganar las elecciones, no tanto contener la crisis, lo cual es imposible, pero sí controlar sus consecuencias y derivaciones políticas y ni qué decir una rebelión popular, el centroizquierda habrá pasado a convertirse en uno de los pilares del imperialismo para recomponer la enorme crisis del conjunto del Cono Sur. Puede rescatar a la convocatoria electoral de Duhalde del naufragio y hasta animar a Reutemann a volver al ruedo e incluso a hacer posible una victoria presidencial del peronismo. Claro que el centroizquierda tendrá que pagar un elevado precio para conseguir el apoyo a una política de salvataje electoral del régimen político, que no será ya sólo someterse al Fondo sino aceptar plenamente el proyecto del Alca. Con esto último se desvanecería en el aire la última pieza de la demagogia centroizquierdista.


Hay entablada una enorme lucha política a la escala del Cono Sur y de América Latina. El hundimiento del capitalismo empuja al progresismo al campo de la contrarrevolución, al principio con características “pacíficas”. Corresponde a los sectores más avanzados del movimiento piquetero, de las asambleas y de las fábricas en lucha, tomar conciencia de toda esta evolución de la crisis en las clases y partidos, y reforzar la construcción en marcha del partido revolucionario