Marcelo Martín
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Bahía Blanca se convirtió en la primera regional de Política Obrera pocos meses después de que ésta naciera. Por medio de un congreso universitario, llegó la conexión con dos grupos de jóvenes que venían discutiendo acerca de la “concepción materialista de la historia”. Jóvenes marxistas provenientes de una escisión de la FJC (Vanguardia Revolucionaria) y un grupo proveniente de la LHES (Liga Humanista, de origen cristiano tercermundista).
Marcelo Martín (Ernesto Foix) encabezaba la discusión en el grupo cristiano; una vez que a la discusión se sumó la idea de participar en la fundación de un nuevo partido revolucionario por la llegada de compañeros desde la Capital, Marcelo creyó necesario zanjar la interminable discusión y se encerró a leer El Capital. La consecuencia fue la fusión de los dos grupos bajo su dirección.
La impronta de su extraordinaria energía y coherencia entre su pensamiento y su acción marcó los primeros años del partido y a sus militantes en Bahía Blanca, que dieron como fruto los primeros círculos obreros y la penetración en el gremio de la construcción, así como una cantidad de militantes que marcharon a extender el partido en otros lados. ¿Cómo lo recuerdo? Con la mirada de 16 años que yo tenía entonces, recuerdo a un compañero de enorme calidez y rigor. Se podía tomar todo el tiempo necesario para convencer a cada compañero de que debía tomar una decisión o corregir algún aspecto incoherente de su vida militante. Se exigía en el estudio y en el análisis, también nos exigía a nosotros. Había elaborado un cuestionario como guía para que leyéramos El Capital, dado que, en base a esta obra de Marx, él había tomado la mayor decisión de su vida. Hoy la crisis internacional muestra que no estaba errado, pero su temperamento necesitaba la acción y la participación directa en los acontecimientos, en su cara se adivinaba un exceso de energía que afloraba en un tic nervioso y el brillo intenso de sus profundos ojos de color azul oscuro.
Un recuerdo particular: su sencillo departamento alquilado, Marcelo sentado, compenetrado, elaborando un documento y cuidando al mismo tiempo a Vera, su pequeña beba en la cuna, mientras su compañera Marina atendía el frente portuario durante la huelga, en la villa, junto a la marea cercana al puerto de Ingeniero White. Llegué a mostrarle un volante escrito por mí para empleados de comercio, pensando que por mi juventud seguramente estaría mal. El insistía en que los compañeros tratáramos de producir nuestros materiales para los frentes; lo leyó y no corrigió ni una coma, porque pensaba que mientras dijera lo necesario no debía tocar la forma. Respetaba y estimulaba nuestro propio desarrollo, no había una sombra de interés en sobresalir anulando la formación de los compañeros. Su corta pero profunda y vital trayectoria en Córdoba muestra su forma de ser. Sólo con sus volantes en la puerta de las fábricas automotrices, los trabajadores sintieron su honestidad revolucionaria y le confiaron el anuncio del Cordobazo.