Políticas

5/6/1997|542

Marchamos a la Asamblea Nacional

El llamado al conjunto de la izquierda y del movimiento obrero combativo a convocar a una Asamblea nacional para el mes próximo, ha sido saludado con entusiasmo entre los activistas obreros y los militantes juveniles. El carácter amplio del llamamiento y el alcance de sus planteos, han impulsado el surgimiento de mesas y comités en numerosas localidades y lugares de trabajo. Iremos dando a conocer los resultados de estas iniciativas en las próximas ediciones de este periódico.


La declaración que resume las conclusiones de la Mesa político-reivindicativa que se formó el sábado 24, causó una impresión especial, debido a su capacidad para generalizar, en términos de conclusiones políticas, las experiencias de los grandes movimientos de lucha —rebeliones populares— de los últimos meses. La necesidad de poner fin a la dominación de los monopolios es demostrada en la declaración como una exigencia planteada por la lucha popular antes que derivada de un planteo doctrinario. De la misma manera, la necesidad de intervenir en las elecciones contra los partidos patronales emerge de la obligación de luchar por la conquista de la masa de la opinión pública trabajadora, que aún no corta las rutas u ocupa las fábricas, pero que debe ser ganada, al igual que la que sí ocupa y corta, para una perspectiva estratégica, es decir, la preparación sistemática de la lucha por el poder.


El Partido Obrero ha comenzado a desarrollar la tarea que le fue encomendada, de conseguir que los partidos de izquierda sean convocantes plenos de la Asamblea Nacional. Son parte del movimiento de lucha que libra el pueblo trabajador y tienen una responsabilidad especial en lo que se refiere a estructurar un frente para las próximas elecciones. La Asamblea nacional pretende, con relación al proceso electoral, promover la formación de listas unitarias en todos los distritos y la selección de sus candidatos por medio de elecciones internas o, cuando ellas no sean posibles, asambleas.


La dificultad mayor con relación a la izquierda es la dificultad que tiene para discernir el alcance político y estratégico que encierran las puebladas que atraviesan el país. La izquierda considera a las elecciones con un ángulo electoralista, o sea que las mide de acuerdo a la poca capacidad que se atribuye a sí misma para conseguir votos; es decir que ha renunciado a luchar para traducir el ascenso del combate popular en términos de conquista ideológica o programática, o para formar o desarrollar una conciencia de clase. Considera a las elecciones como ‘una trampa’, pero en sentido electoralista, o sea que le impediría sacar votos. Ni atisba que la trampa consiste en que la burguesía pretende, por medio de la conquista del voto, oponer a la lucha popular el sufragio universal. Para limitar esta tentativa patronal, e incluso derrotarla por completo, hay que ir a las elecciones como a una lucha de clases, no rehuirlas. Esta ha sido la posición de los socialistas, toda la vida.


Una posición próxima al abstencionismo se manifiesta en quienes pretenden ir a las elecciones, pero no con disposición de lucha, es decir, sin preparar a fondo la intervención electoral con asambleas, con elecciones internas, con movilización, con la unidad de las organizaciones partidistas y no partidistas. Los acuerdos de aparatos, para peor insignificantes, no conducen sino a la autoderrota. Hay que poner al frente el tema de la movilización más extrema.


Es incuestionable que la izquierda es muy minoritaria, pero en la situación política actual reúne el activo y el potencial militante antiimperialista; fuera de la izquierda, el resto de los partidos son proimperialistas. Por eso, oponerse al frente de izquierda equivale a proponer la disolución política de los trabajadores que luchan.


“La historia puede saltar etapas, pero la vanguardia no puede saltar las etapas del desarrollo de la conciencia obrera”. Por eso, incluso allí donde han habido movilizaciones revolucionarias e incluso revoluciones, como en Ecuador o Albania, o grandes huelgas, como en Alemania, Francia o Bolivia y Brasil, las masas vuelven a ser llevadas a la ‘trampa’ electoral. Sin una dirección revolucionaria probada y sin la superación práctica, o sea en la lucha consciente, de la democracia burguesa, es natural que las masas se ilusionen o retornen al principio del democratismo formal, lo que siempre ocurre bajo la presión del Estado y de las burocracias y clases sociales intermedias.


El 4-6 de julio sigue siendo la fecha de la Asamblea Nacional, que sólo podría modificarse si sirve para engrosarla con el ingreso a la Mesa convocante de nuevas organizaciones.