Políticas

6/10/2016|1431

Michel Temer en Argentina

En búsqueda de protección mutua


Las relaciones económicas entre Brasil y Argentina no han escapado al impacto de la crisis capitalista mundial. En los últimos cinco años el comercio bilateral cayó más del 46%. Semejante derrumbe ha acentuado las tendencias a la desintegración del Mercorsur, que tiene como socios principales a ambos paises.La recesión récord que atraviesa Brasil se ha convertido en un escollo creciente para el ingreso de los productos argentinos, empezando por la industria automotriz -el 40 por ciento de su producción se destina al vecino pais. No asistimos, en cambio, a un retroceso similar de las exportaciones brasileñas a Argentina, lo que provoca, por lo tanto,  un creciente déficit comercial. En 2015, del orden de los 5.000 millones de dólares.


En ese sentido, el encuentro con Michel Temer, el presidente brasileño, no movió la aguja del amperímetro. Un síntoma de ello fue la ausencia de empresarios en el cónclave. 


El gobierno brasileño presiona para que se “flexibilicen” las reglas en el Mercosur, que plantean  un “intercambio compensado” entre ambas naciones. En cambio, la burguesía brasileña y su gobierno pugnan por mayores facilidades para la colocación de su producción excedente en  Argentina.


 


Esto es una fuente de tironeos entre la burguesía de ambos paises. La Unión Industrial se reunió con su par brasileña (Fiesp) semanas atrás y no se logró un  avance para destrabar el conflicto. Sólo coincidieron en denunciar la competencia china. Ambas cámaras empresariales impulsan un pliego de reclamos proteccionistas contra la invasión de productos importados de aquel país. No olvidemos que la burguesía paulista le soltó la mano al PT y promovió un cambio de frente cuando vio amenazadas sus posiciones,  frente a la creciente apertura del país a los productos chinos.


 


En medio de estas tensiones,  se intenta una política común para un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que tampoco pasa de las buenas intenciones. La gira que Macri realizó unas semanas atrás al viejo continente concluyó en un fiasco. El gobierno argentino tropezó con las tendencias a la desintegración de la Unión Europea, potenciada por el Brexit. Europa no está dispuesta a abrir sus mercados de carnes, lácteos o agrícolas y, menos aún, a comprometer inversiones cuando ella misma necesita esos recursos para atender a su propio frente interno. Con más razón ahora, que estalló la crisis bancaria encabezada por el Deutsche Bank.


 


Consciente de estos escollos, Temer abrió el paraguas y planteó la posibilidad de avanzar en acuerdos bilaterles con Europa, con independencia  de los otros socios del Mercosur, lo cual significaría colocarle a éste el acta de defunción.


 


Blindaje político


 


Pero más allá de esta empantanada agenda económica, el encuentro estuvo presidido por una urgencia política.  


 


Michel Temer vino a la Argentina en busca de un sostén diplomático y politico. Brasil enfrenta una crisis política explosiva. Su popularidad está por el suelo. Una reciente encuesta revela que el 80 % de los brasileños es partidario de que Temer se vaya. El éxito electoral obtenido por la derecha en las elecciones municipales está lejos de cerrar la crisis. Hubo una abstención récord por referencia a cualquier elección del pasado, lo cual es un testimonio del hartazgo que anida en el pueblo brasileño.


 


Ahora viene la principal pulseada, pues el nuevo presidente deberá demostrar si es capaz de llevar adelante la agenda que prometió e incluye recortes drásticos en los gastos sociales, una reforma jubilatoria y otra laboral, que apunta a una mayor flexibilización de las condiciones de trabajo.


 


El descontento popular se combina con una ola de huelgas (bancarios, metalúrgicos, petroleros) y la posibilidad de un paro nacional en octubre. Por lo pronto, el gobierno postergó la implementación del paquete económico ante al riesgo de que la situación se descontrolara en medio de los comicios,  y perjudicara a la coalición de partidos en el gobierno.


La necesidad de armar una malla de protección al nuevo gobierno brasileño formó parte de la agenda de la gira latinoamericana de Obama, quien pautó con Macri el reconocimiento incondicional del gobierno surgido del golpe parlamentario.


 


La prioridad que le asigna la Casa Blanca al desenlace de la crisis política en Brasil es absolutamente fundada. Una situación incontrolable en ese país constituiría un factor mayor de desestabilización en América latina. Ni qué decir que una temprana caída de Temer sería un golpe importante a la gestión macrista, que todavía debe demostrar si es capaz de reunir los recursos económicos y políticos para imponer sus planes de ajuste.


 


La otra gran cuestión que no podía faltar en la agenda es Venezuela. Ambos mandatarios volvieron a amenazar con  la exclusión del gobierno de Maduro  del Mercosur, “si no cumple con los protocolos y tratados del bloque”. Más allá del tema económico, la advertencia forma parte de la presión internacional para que el régimen bolivariano acepte la convocatoria al referéndum revocatorio en el marco de una salida negociada del poder. 


 


El apoyo de Macri a Temer es un acto de defensa propia. Estamos ante dos variantes ajustadoras que necesitan socorrerse mutuamente frente al escollo que representa la bancarrota capitalista mundial y la resistencia obrera y popular.