Políticas

8/5/2003|799

No comamos vidrio

Algunos han dicho que hay que elegir entre el cáncer y la hepatitis (¿por qué no la neumonía atípica?). Para Carrió se trata de seguir el ejemplo francés del año pasado, cuando en la segunda vuelta una mayoría del 80% se volcó a favor de Chirac contra el fascistizante Le Pen. A guisa de clarificación de su posición política, la chaqueña añadió que será opositora al gobierno de Kirchner, ignorando la crisis de poder que se continúa desarrollando. Pero incluso esa promesa de oposición habría que ponerla en duda a la luz de la alianza que han gestado Carrió, Ibarra, Duhalde y Kirchner en la Ciudad de Buenos Aires (además, claro, de De Gennaro y la Cta). Los que reclaman que votemos al “mal menor” ya se han incluido en sus filas.


 


Anclado en París


El caso francés está bien elegido. El año pasado explicamos desde estas páginas que era un poco menos que un crimen votar a Chirac, el representante más acabado del imperialismo francés y de la reacción antiobrera. Por los resultados del primer turno, donde Chirac sacó más del 20% y Le Pen menos del 18, y por las tendencias de una parte del electorado de centroizquierda, solamente podía triunfar el primero; la posibilidad de un triunfo de Le Pen no existía. De esta manera, el voto por Chirac no constituía un voto al “mal menor” sino una expresión de solidaridad con el régimen político capitalista de Francia. Este fue exactamente el carácter que tuvo el voto de los “trotskistas” del Secretariado Unificado por Chirac.


Un año más tarde, el balance es claro: existe en Francia una ola de despidos, se han liquidado las 35 horas semanales y el gobierno se apresta a golpear fuerte contra el régimen de seguridad social. En el plano internacional opone a la “hegemonía” de Estados Unidos la remilitarización de Europa y reclama participar en la “reconstrucción” de Irak.


Si en Francia el voto en blanco hubiera sido masivo, Chirac habría triunfado pero con una participación electoral que habría estado bien por debajo del 50%. Es decir que se habría planteado una crisis política que habría puesto en cuestión el régimen de dominación de la burguesía. Esto fue lo que el voto por el llamado “mal menor” intentó impedir; no la victoria de Le Pen.


En la Argentina ocurre lo mismo. Toda la tendencia de los votos indica que Kirchner derrotaría holgadamente a Menem; no existe la posibilidad de que gane “el peor de todos”. El llamado a votar a Kirchner es una expresión de solidaridad con la salida política armada por el imperialismo para liquidar las secuelas de la bancarrota económica y de la rebelión popular. Un voto en blanco masivo, que redujera los votos por Menem y por Kirchner a menos de la mitad del padrón electoral, serviría para plantear la ilegitimidad e inviabilidad del nuevo gobierno y la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente soberana.


El año pasado dijimos que también una victoria de Le Pen sobre Chirac era un “mal menor” con relación a un voto popular masivo por Chirac, porque un votoblanquismo del 60% y un triunfo de Le Pen con el 20% habría planteado de inmediato una acción directa para voltear a Le Pen. Lo mismo decimos en la Argentina: es preferible un voto en blanco masivo a un apoyo popular al hambreador Kirchner. Este resultado plantearía una vacancia de poder, lo cual es lo mejor que le puede pasar a los trabajadores argentinos si eligen conscientemente esta alternativa.


 


Robinson Crusoe


La campaña por el voto al “mal menor” inaugura en Argentina una etapa de extorsión política, en la cual los menemistas reconvertidos al anti-neoliberalismo esgrimirán ante el pueblo la amenaza del menemismo y del lopezmurphismo. Kirchner será aún más cautivo que Duhalde de las fuerzas en pugna y pretenderá usar esta situación para extorsionar a los trabajadores.


La dupla Kirchner-Duhalde se presenta como la defensora de un “modelo productivo”, y en los últimos días los centroizquierdistas han usado esta figura para justificar su voto a Kirchner, olvidando el pretexto del “mal menor”. Esta caracterización es manipuladora e interesada porque, obviamente, el término “productivo” pretende disimular el régimen capitalista de explotación (incluso sin aumento de salarios, como lo ratificó Lavagna).


Pero el escamoteo principal de esa caracterización de un gobierno Kirchner es otro: es suponer que ese gobierno es una fuerza independiente de las grandes tendencias parasitarias del capitalismo mundial. También Lula fue anunciado como un “productivo”; sin embargo, toda su política hasta el momento ha sido dictada por los titulares de la deuda pública brasileña. El llamado capital productivo es dueño de una porción considerable de la hipoteca de Brasil; lo mismo ocurre en la Argentina. Pero en la Argentina, el término “productivo” esconde en particular a un nuevo grupo bancario, el de Adeba, que dice pretender nada menos que “refundar” a la burguesía nacional, cuando su propósito no es otro que obtener subsidios del Estado para comprar bancos en quiebra o sucursales extranjeras que se retiran. Kirchner no es un Robinson: es, desde hace mucho, un agente de las petroleras y de los mesadineristas criollos que quieren convertirse en banqueros con el dinero del Estado.


La inconsistencia del planteo “productivo” ha quedado al desnudo con la revalorización del dólar, que pone en peligro los negocios de sustitución de importaciones y de nuevas exportaciones; esa revalorización, sin embargo, demuestra, por un lado, las contradicciones insalvables de los llamados “productivos”, porque la sustitución de importaciones y la promoción de exportaciones genera un superávit de comercio que revaloriza la moneda y frena tanto la sustitución como la exportación. Por otro lado, demuestra la incapacidad de los “productivos” para contrarrestar las acciones del capital especulativo que ha reingresado a la Argentina para comprar empresas en quiebra y para aprovechar las altas tasas de interés. En definitiva, la ilusión de los que apoyan a Kirchner en nombre de la “producción” es simplemente superlativa.


 


Las contradicciones del día después


Es claro que la tendencia popular del momento no es provocar una vacante de poder, ni existe interés en que se produzca una crisis política. Esta adaptación al orden existente explica el límite que tuvo en el primer turno la izquierda que planteaba “que se vayan todos”. La mayoría va a votar a Kirchner; pero el voto en blanco permitirá discernir un potencial revolucionario en el electorado que votó al centroizquierdismo o al populismo en la primera vuelta, incluso si un sector de votantes lo hará en blanco porque cuenta con la seguridad de que Menem no podría ganar.


De acuerdo a las últimas encuestas, solamente un 15% de los que votaron a López Murphy lo harían por Menem, mientras que a Kirchner se volcaría un 65%. Esto demuestra las contradicciones del voto de una parte de la clase media , que después de apoyar a los “sushi” y al candidato del ex “entorno” de De la Rúa, ahora se niega a seguir a Menem, cuyos planteos se alinean, sin embargo, con los de López Murphy.


Las elecciones del 27 de abril fueron ricas en contradicciones: fue un voto contra el gobierno pero a favor de su plan político; fue un voto contra el menemismo que, sin embargo, fue el más votado; le dio la primera minoría a López Murphy en la Capital, pero contra una elección mayoritaria del centroizquierda en su conjunto; la clase media que derrocó a De la Rúa votó a sus sucesores; en una elección donde el peronismo reunió en su totalidad el 60% de los sufragios, el candidato “más” peronista (Rodríguez Saá) tuvo el peor resultado; todas las clases reclaman “un cambio”, pero consagrarán el continuismo político y el inmovilismo.


Argentina no se ha “normalizado”. Las elecciones fueron un episodio de la crisis política. En el nuevo escenario se plantea la vieja tarea de desarrollar las tendencias a la revolución social.