Políticas

19/1/2006|931

No todo lo que brilla…


El oro tocó su máxima cotización en un cuarto de siglo. Los fondos de pensión, los de cobertura, grandes inversores privados y hasta bancos centrales han triplicado desde julio sus tenencias de ese metal.


 


Ese festín es un síntoma virulento de la crisis: “Los inversores pueden estar atesorando oro como protección frente a posibles turbulencias en los mercados financieros” (Clarín, 10/12). Las consultoras de Wall Street prevén que puede subir un 60% más todavía en 18 meses.


 


En la Argentina, no pocos buitres están de fiesta, y los primeros son los de la camarilla de Kirchner, asociada íntimamente con la industria minera. Las acciones de Anglogold, que explota Cerro Vanguardia, en Santa Cruz, treparon de 34 dólares en junio a 46 en la actualidad: 35 por ciento en cinco meses. Según la consultora Abeceb, los desembolsos mineros concentraron este año el 41 por ciento del total de inversiones destinadas al sector primario, con 1.700 millones de dólares.


 


La explotación minera en nuestro país es puro saqueo de recursos naturales: “La actividad, bajo protección de la Ley de Inversiones Mineras de 1993 y los decretos de 2003 y 2004, sólo tributa un máximo del tres por ciento del valor extraído en boca de mina…” (Perfil, 11/12). Además, la minería recibe aquí devolución del IVA a las inversiones en exploración, no paga derechos de importación de maquinaria e insumos y no está obligada a liquidar divisas dentro del país. A Kirchner ni se le pasa por la cabeza derogar estas leyes y aumentar la tributación de los pulpos mineros.