Políticas

22/1/2009|1070

Obama, la cuenta regresiva

El argentino Carlos Escudé acaba de escribir en el Cronista que “Obama no es un negro sino un graduado de Harvard”. Seguramente no lo ve del mismo modo la mayoría de los dos millones de personas que asistieron a su toma de gobierno, pero Escudé tiene razón: “Es un miembro de la elite negra que integra el establishment blanco”. Llega al gobierno luego de un largo proceso de asimilación de esta elite al Estado, en el cual ya ha ocupado numerosos puestos ejecutivos y nada menos que la jefatura del Pentágono (Colin Powell) o la secretaría de Estado (Condoleezza Rice). Obama se convierte en presidente cuando prevalece un largo reflujo en las luchas populares en Norteamérica, incluida especialmente la de los derechos civiles. Que un negro arribe a la presidencia para integrar a las diversidades sociales del país, habla por sí solo de su carácter reaccionario. La desigualdad social en perjuicio de los sectores étnicos minoritarios, o de las mujeres, no se ha atenuado sino acentuado en Estados Unidos. Obama no sube como culminación de un proceso de conquistas de negros o hispanos, sino de retrocesos – como lo demuestra, destacadamente, la expulsión creciente de trabajadores inmigrantes. El entusiasmo popular por la llegada de Obama al gobierno traduce, precisamente, la ilusión de que su presidencia sirva para invertir la tendencia.

Consciente de la situación contradictoria en la que se encuentra, o más bien de su fraude a la fe pública, Obama ha comenzado a matizar sus consignas. Su slogan de la campaña electoral, “el cambio es posible”, se ha transformado, por esas sutilezas del lenguaje que le dan de comer a los kirchneristas de ‘Carta Abierta’, en una versión devaluada: “Por un cambio que sea creíble (o en el que podamos creer)”, lo cual es una contradicción ignominiosa. Del cambio ‘creíble’ se hace cargo la naturaleza todos los días, espontáneamente -el cambio, por la acción consciente del hombre, solamente es tal cuando rompe los límites de la situación establecida. Obama ya ha puesto a funcionar la ley de “las expectativas decrecientes”: ¿Pero qué otra cosa podría hacer, si dedicó su campaña a la promesa de una “seguridad social” para todos, y tiene que asumir con la declaración de quiebra del sistema financiero de los Estados Unidos? ¿O con la promesa de irse de Irak, que ahora condiciona a lo que le diga el general Petraeus, que es el autor del último plan de Bush, que relanza (“surge”) la intervención militar? Obama ya tiene previsto entregar varios billones de dólares más, pero no para la ‘seguridad social’ de la población vulnerable sino de los capitalistas. El equipo económico de Obama está compuesto por entero por los que impulsaron la especulación financiera que está acabando en zozobra, o sea por los agentes de los bancos. De ahí que se apresten a crear un banco nuevo, que deberá hacerse cargo de todos los créditos y activos sin valor que los bancos no pueden vender, naturalmente a cargo del Estado. Los negros que fueron a Washington, el martes pasado, van a pasar el resto de sus vidas pagando la factura que les va a dejar Obama -eso si encuentran trabajo. Naturalmente, si Obama fracasa, que es lo más probable, levantará cabeza la hiena del fascismo blanco-protestante-anglosajón, para echarle la culpa a ‘los negros’.

La presidencia de Obama no augura nada bueno en política exterior. Sus asesores no se han cansado de repetir que cambiará los métodos de Bush, pero no los objetivos. Semejante definición hará las delicias de los políticos de carrera de Argentina, porque es lo que se llama una “política de Estado” (‘los cambios en los que se pueda creer’), aunque ahora mismo estén reclamando una mega devaluación del peso y el retorno del FMI. En línea con los ‘objetivos’, Bush firmó un “memorándum de entendimiento” con Israel para monitorear Gaza, 48 horas antes de la asunción de Obama – lo que no podría haber hecho sin su ‘okay’. Su jefe de gabinete, Ram Emmanuel, es un veterano de una tropa de elite del ejército sionista; no debe sorprender entonces de que Obama asegure que no va a negociar con el “terrorista” Hamas, que ganó las elecciones en Gaza, hace tres años, con mucha mayor contundencia democrática que él. El cambio ‘metodológico’ que promete Obama, siempre al servicio de los objetivos definidos por Bush, sería ‘convencer’ a los gobiernos europeos (y a Japón, Rusia y China) para que se sumen al reforzamiento político y militar de Israel en el Medio Oriente. Esto permite suponer una mayor violencia en las relaciones con las burguesías europeas, no una disminución de la violencia en Medio Oriente.

Obama no aspira ni a poner fin al ‘estado de excepción’ establecido por Bush, que le permite detener a personas sin orden judicial, retenerlas en prisiones especiales y por tiempo indeterminado y juzgarlas fuera del marco constitucional, o que le permite espiar las comunicaciones privadas -o sea suspender el derecho (‘habeas corpus’); es decir exiliar a la persona de la sociedad. En efecto, quiere cerrar la cárcel de Guantánamo, pero no sabe qué hacer con los retenidos allí, porque no está dispuesto a reconocerles un estatuto legal ni mucho menos a juzgar a sus carceleros y torturadores, y a los responsables políticos del ‘estado de excepción’ (Bush, Cheney, la mayoría del Congreso y la Corte Suprema).

Con 47 años de edad y solamente cuatro en el Senado, Obama aparece como un ‘outsider’, un advenedizo. Esta característica no asegura de ninguna manera que sea una personalidad independiente, ni tampoco sólida; simplemente, que el ‘establishment’ político norteamericano se encuentra en una profunda crisis, después de haber votado guerras y paquetes económicos que han llevado a Estados Unidos a la peor crisis de la historia mundial del capitalismo. Pone en evidencia una capacidad de manipulación y de compromiso – de otra manera no hubiera batido los récords de recaudación para una campaña electoral (al punto que terminó pagando las deudas de campaña de Hillary Clinton). Su demagogia y carisma es un recurso apresurado del que se están sirviendo los explotadores contra los explotados. Los comentaristas dicen que a Obama lo distingue su insistencia en los ‘valores’, no las políticas – pero se olvidan que lo mismo dijeron de Bush (bautizado en su momento como “conservador compasivo”). La diferencia es que Bush predicaba los ‘valores’ del cowboy y Obama los del sacrificio y el esfuerzo. Bush preparaba la guerra, mientras Obama necesita inculcar la resignación frente a la crisis: una desocupación que, bien contada, llegará al 17 por ciento en marzo y que no durará ni uno, ni dos, ni tres años.

Obama deberá quebrar las ilusiones populares en el marco de un capitalismo en bancarrota y de un régimen político en crisis. Las contradicciones históricas de Estados Unidos son potencialmente más violentas que en la mayor parte del mundo, no menos. Las ha disimulado por su enorme riqueza, que en una proporción elevada se origina en la explotación a escala mundial. Pero las cosas han cambiado, al grado de que ‘no se pueden creer’. En las últimas horas, economistas y banqueros destacados proclamaron la defunción de la banca y la inminencia de su nacionalización. Cuando se concrete (el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, reclama nacionalizar la oferta financiera y la demanda de inversiones (The New York Review of Books, 12/12/08), habremos llegado a un estadio nunca visto en la historia del capitalismo. Así como dijimos una vez, que antes de que un Bush retorne a Bolivia (posibilidad de un golpe militar o derechista), era más probable que un Evo Morales llegara al gobierno de Estados Unidos, ahora decimos que una nacionalización de la banca obligaría a la burguesía yanqui a gobernar con los métodos del partido comunista de China.

Las cosas se han puesto muy interesantes, por cierto. 

Jorge Altamira