Políticas

23/3/2017|1451

Pacto entre el Tesoro y el Central para hacer subir el dólar

El gobierno, como turco en la neblina


Recordemos que, hasta hace muy poco, el macrismo venía sosteniendo que la devaluación realizada al debut de su mandato sería la última. El Estado no interferiría para fijar el tipo de cambio.


 


El gobierno ha tirado por la borda sus promesas y está cediendo a las presiones devaluatorias que vienen alentando sectores cada vez más amplios de la burguesía.


 


El gobierno “busca que el tipo de cambio mayorista tenga un nuevo piso de 16 pesos” (Ambito, 19/3). A partir de ahora, el gobierno nacional y las provincias no venderán un solo dólar más a través del mercado cambiario. El 100% de las divisas que salgan a ofrecer por las colocaciones de bonos que efectuaron en los últimos meses serán compradas por el Banco Central. El objetivo es reducir sustancialmente la oferta del mercado cambiario para impulsar la cotización del dólar. “La orden bajó directamente de Mauricio Macri… ante las evidencias cada vez más indisimulables del atraso cambiario y su impacto en el sector industrial” (ídem).


 


El nuevo esquema significa un importante cambio respecto de la política que se venía manteniendo hasta ahora. El BCRA, hasta el momento, solamente compraba los dólares en poder del Tesoro Nacional. Ahora, se suman a este esquema las provincias, quienes aún deben vender la mayor parte de los dólares que consiguieron en las últimas emisiones de deuda. En total nada menos de 10.000 millones de dólares que el sector público consiguió en los mercados internacionales de deuda (ídem).


 


La propaganda oficial que venía batiendo el parche sobre la necesidad de reducir los costos internos como la panacea para “mejorar la competitividad”, se ha revelado como un gran estafa. El latiguillo sobre los costos ha sido útil para atacar el salario y los convenios, pero no ha servido para nada reducir el costo argentino, que tiene su origen en los tarifazos y el aumento de los impuestos al consumo, o en el costo financiero, que se grava en forma proporcional al creciente endeudamiento, y en el aumento de los insumos nacionales y especialmente importados. El problema no es el costo laboral sino el costo empresario, la gestión capitalista, que está atravesada por contradicciones crecientes e  insuperables.  


 


Las millonarias compras de dólares que tendrá el Central por delante lo obligarán a emitir una verdadera montaña de pesos, que luego tendrá que absorber vía Lebac o pases pasivos, asumiendo un costo adicional en esa tarea. Esto implica echar más sal en la herida, pues el Central ya carga en la actualidad con una deuda superior a los 40.000 millones de dólares y viene pagando intereses cercanos a los 10.000 millones de dólares. No se nos puede escapar que este nuevo salto en la deuda sólo se podrá sostener aumentando la tasa de interés, lo que da por tierra con cualquier perspectiva de reactivación. Ni qué hablar que una devaluación, a su vez, echaría leña al fuego de la carestía. El discurso oficial sobre la necesidad de poner un freno a la inflación, que se enarbola contra los docentes y los reclamos salariales, desaparece cuando se da cabida a las demandas patronales. La emisión de los títulos para absorber los pesos le costará al BCRA varios miles de millones de dólares, una cifra sensiblemente  por encima del aumento que reclaman los docentes. El endeudamiento se duplica: primero, con el ingreso de los dólares al país que tiene como contraparte las emisión de bonos con tasas usuarias del 8 y 9 por ciento anual en dólares y luego a la hora de recomprar los dólares y emitir nueva deuda, esta vez a cargo del BCRA, absorbiendo los pesos que se emiten para llevar adelante esta operatoria. Ese endeudamiento no tiene un fin productivo sino que ha ido a alimentar  una bicicleta especulativa y a financiar la fuga de capitales. “Sólo en el primer bimestre sumaron más de 4.500 millones de dólares (…) se trata de una cifra récord en los últimos 15 años” (ídem).


 


Perspectivas


 


Los bandazos del macrismo, sus marchas y contramarchas, dan cuenta del impasse creciente  de la política económica oficial. Partiendo de esta caracterización, está claro que la devaluación, lo mismo que los tarifazos, impuestazos y ajustazos,  no ha quedado atrás sino que los tenemos por delante.


 


Las iniciativas que promueve el gobierno tropiezan con la crisis de fondo, que hunde sus raíces en la bancarrota capitalista en desarrollo y en los enormes desequilibrios económicos que hereda. A esto se agrega una resistencia obstinada de los trabajadores frente a los ataques a sus condiciones de vida, que ya se manifestó bajo la década kirchnerista. Es necesario que los trabajadores tengamos una comprensión y una claridad de la etapa convulsiva en que entramos para encarar a los desafíos y tareas que tenemos planteados.