Políticas

15/4/2010|1124

Papel Prensa, Clarín y el gobierno

La pelea entre el grupo Clarín y el gobierno por Papel Prensa hiede doblemente porque ambos tienen casi toda la razón cuando se disparan con inmundicias sorprendentes.

Pero, ante todo, tienen toda la razón (no casi) los trabajadores de Clarín, cuando se indignan porque la misma patronal que los reprime y explota –y hasta pretende impedirles organizar una comisión interna– se atrevió a defender sus intereses de monopolio con una nota que, canallescamente, firmó “la redacción”.

Ernestina Herrera de Noble se apropió de Papel Prensa con el mismo método que usó para apropiarse de sus “hijos”: el secuestro y la desaparición de personas, crímenes que otros cometieron por ella.

No miente “la redacción” cuando dice que Lidia Papaleo de Graiver asistió en nombre de su familia –hasta entonces propietaria de Papel Prensa– a una asamblea de accionistas en marzo de 1977. “La redacción” sólo omite un detalle: la señora de Graiver en ese momento estaba secuestrada y en poder de la policía de Ramón Camps. Por eso acierta el embajador de los Kirchner en Estados Unidos, Héctor Timerman, cuando se pregunta: “¿En qué llegó la señora Lidia Graiver a esa asamblea de accionistas? ¿en un taxi o en un Falcon verde?”. Con ese sencillo recurso, la dictadura cedió Papel Prensa, a precio vil, al trust constituido por Clarín y La Nación.

Tampoco miente “la redacción” al recordar el papel del propio Timerman en el golpe de 1976, cuando dirigía el miserable diario La Tarde. En su respuesta, Timerman apenas alcanza a recordar que en la mesa de noticias de aquel medio golpista estaba Ricardo Roa, actual editor de Clarín y viejo alcahuete de la burocracia sindical. También tiene razón Timerman cuando habla en su solicitada de “la historia de un asco”. Es cierto: el intercambio entre él y la Noble y Héctor Magnetto repugna.

Esto sin empezar a hablar aún del papel del papá de Timerman, Jacobo, quien no sólo transformó su diario La Opinión en portavoz del golpe sino que asesoró personalmente a los militares golpistas, con quienes se reunía en el comedor del hotel Plaza como él mismo confesó en su libro “Caso Camps: punto inicial”.

Sí, una historia asquerosa

Papel Prensa SA se constituyó a fines de la década de 1960. La familia Graiver tenía el 75 por ciento del paquete accionario y el Estado nacional el otro 25 por ciento. La firma construyó una gran pastera –más contaminante que Botnia, dígase al pasar– en la zona de San Pedro y Baradero, al norte de la provincia de Buenos Aires. En marzo de 1977 fueron secuestrados por la dictadura el padre, la madre  y la esposa de David Graiver, quien, entre otras cosas, había manejado parte de las finanzas de Montoneros y se robó el dinero. En agosto de 1976, David Graiver murió en un extraño accidente de aviación, en México.

Entre agosto de 1976 y marzo de 1977, la familia Graiver negoció con Clarín, La Nación y La Razón la venta de Papel Prensa. Lidia Papaleo e Isidoro Graiver fueron secuestrados en marzo de 1977, después de una reunión con representantes legales y miembros de los directorios de esas empresas periodísticas. Casi de inmediato, los militares comenzaron a perseguir –lo secuestraron y torturaron– a Jacobo Timerman, porque los Graiver eran dueños de La Opinión. Como se ve, aquella persecución no obedeció a la línea editorial “democrática” de Timerman: fue parte de una pugna entre mafiosos.

Los Graiver fueron “juzgados” y condenados, después de “blanquearlos”,  por un tribunal militar. La condena se dictó sobre la base de testimonios arrancados bajo tortura en el Pozo de Banfield y en el Puesto Vasco, en Bernal. Así consiguió Ernestina Herrera quedarse con Papel Prensa a cambio de monedas. Esto es: se quedó con el monopolio de la fabricación y venta de papel para diarios.

Aquel crimen no estuvo libre de “internas”. Por ejemplo, Eduardo Massera se opuso a la compra hostil de Papel Prensa por parte de Clarín y La Nación, porque quería controlar él mismo la producción de papel para diarios en el país y apoderarse de las acciones del  grupo Graiver. Cuando el asunto amenazaba pasar a mayores, Jorge Rafael Videla firmó el decreto ley 21.618, en agosto de 1977, que designó interventor en Papel Prensa al capitán de navío Alberto D’Agostino, un compinche de confianza de Massera.

Clarín y sus trabajadores

Tiempo atrás, como para recordar que ante todo es un patrón periodístico, Héctor Timerman conminó a los trabajadores de prensa de Clarín a renunciar para no ser “cómplices” de Noble, Magnetto y compañía.

En principio, se debe recordar una obviedad: la “libertad de prensa” es la libertad de los grandes empresarios para organizar lobbies y campañas sucias en defensa de sus propios intereses, ajenos y opuestos a los del país, a los del pueblo trabajador y, por supuesto, al de sus propios periodistas.

La libertad de prensa sólo será posible en una Argentina reorganizada sobre nuevas bases sociales y económicas, cuando los medios estén en manos de las organizaciones populares y de las expresiones políticas del pueblo en lucha. Entretanto, la “libertad de prensa” sólo será reflejo de pugnas mafiosas como ésta entre Clarín y el gobierno por el manejo del “triple play” y otros negocios y negociados, para lo cual utilizan falazmente conceptos extraños a unos y a otros, como la libertad de expresión y los derechos humanos, que causan repulsión en boca de cómplices, socios y beneficiarios de la dictadura militar.