Políticas

23/7/2009|1092

Pina Bausch

El 30 de junio murió en Alemania, su país natal, la extraordinaria coreógrafa Pina Bausch. Pocos días antes habían muerto también el cantante pop Michael Jackson y la no muy relevante actriz de Hollywood, Farrah Fawcett. A estos dos últimos personajes se les dedicó en los diarios argentinos extensas notas que se prolongaron los días subsiguientes; ciertamente, sobre Jackson continúan publicándose hasta hoy, de manera incansable, artículos que giran en torno a sospechas sobre su muerte, herencias, conciertos suspendidos, problemas de contratos y otros ítems brutalmente económicos (aunque poco o nada acerca de su condición de abusador de niños). La noticia de la muerte de Pina Bausch, en cambio, tuvo un eco apenas discreto en los diarios nacionales e, incluso, algunas de esas notas necrológicas estuvieron plagadas de errores o fueron meramente transcripciones de cables de agencias de noticias, hechas con apresuramiento y desinterés. Nada de esto, sin duda, puede disminuir la colosal dimensión artística de Pina Bausch, el peso y la magnitud de su obra; se trata simplemente de una referencia tangencial a la decadencia cultural argentina. 

Y ahora sí, hablemos de Pina, indiscutible creadora de un género nuevo llamado danza-teatro. Alguien dijo que una manera de medir la singularidad y la influencia de su obra es que nadie ha tenido, como ella, tantos imitadores en los últimos treinta y cinco años. Pero quizá sea más importante señalar la manera original y potente en que logró plasmar los dolores y las alegrías de la condición humana en un lenguaje escénico único que apelaba a todo lo que ella pudiera necesitar –la danza, por supuesto, pero también la palabra, las canciones, los objetos, los materiales– volcado a través de sus maravillosos intérpretes. Cada pieza de Pina Bausch es al mismo tiempo luminosa y oscura, misteriosa y diáfana, incomprensible y clara.

En la Wuppertaler Tanztheater, la compañía con la que trabajó desde 1973 hasta una semana antes de morir, han podido encontrarse siempre los más variados tipos humanos: bailarines de muy diferentes edades, nacionalidades, contexturas físicas. Pero siempre bailarines y no actores: “Es que los bailarines tienen una relación diferente con el cuerpo –dijo Pina alguna vez. Saben lo que significa estar físicamente cansados, exhaustos. Cuando uno está cansado entiende mejor lo que significa ser sencillo, natural. Y es eso lo que busco”. Y también: “La elección de un intérprete para mi compañía depende de muchas cosas. Es cierto que espero siempre que tenga una buena técnica de danza, pero no es lo único que busco. Diría que cuando elijo a alguien como bailarín es porque tengo verdaderas ganas de conocer a esa persona”.
Pina Bausch hereda de una manera no explícita la gran tradición de la danza moderna alemana, también llamada expresionista – tradición que comienza a declinar hacia comienzos de la II Guerra Mundial. Su maestro fue Kurt Jooss, gran coreógrafo que en 1933 ganó en París un premio por su coreografía “La mesa verde” que, más que un alegato pacifista como suele afirmarse, es una extraordinaria denuncia sobre la hipocresía de los móviles bélicos (fragmentos de esta obra pueden verse en Youtube bajo el nombre de The Green Table o La Table Vert). Se atribuye a Pina una continuidad estética con la danza expresionista alemana y, por lo tanto, con dos de sus figuras relevantes: Mary Wigman y Kurt Jooss. “Me alegra no tener que preocuparme por el sello de neoexpresionista –comentaba Pina. Sólo he visto a Mary Wigman en algunas fotografías, ¿cómo podría haberme influido? En cuanto a Jooss, la cuestión es distinta. Lo quise mucho, así que conocerlo, estar a su lado, poder trabajar con él fue para mí verdaderamente importante. Era un maestro con la mente muy abierta, que trataba, a su vez, de abrir la mente de sus alumnos y de estimular su imaginación. No buscaba personas que lo copiaran y yo nunca tuve la necesidad de imitarlo. Pero tengo algo en común con él: Jooss decía que el aspecto principal de su modo de trabajo era considerar la personalidad de cada uno de sus bailarines, su carácter, su naturaleza. Esto es lo más importante que tengo en común con él; querer trabajar siempre sobre lo subjetivo. Cuando realizo un espectáculo puedo tener ideas, puedo inventar preguntas con las que estimular a los bailarines, pero deben ser siempre ellos (y cada uno de manera distinta, partiendo de ellos mismos) los que me proporcionan el material para el espectáculo”.

La Wuppertaler Tanztheater tiene su sede en Wuppertal, una pequeña ciudad muy cercana a Colonia; la administración de la compañía se encuentra en el suburbio fabril de la ciudad y ocupa uno de los pisos de un edificio relativamente modesto. Sin embargo, la Wuppertaler –que fue siempre una y la misma cosa con su genial directora y coreógrafa– exige muy altos cachets por sus contratos para las giras que realiza por todo el mundo. ¿Cuál es el motivo de esta exigencia? Simplemente por la decisión de Pina Bausch de que sus bailarines cobraran –situación totalmente infrecuente en esta profesión– los más altos viáticos que se pudieran alcanzar. 

Marisa Vázquez