Políticas

25/8/2005|914

Políticos “con votos”

Respuesta a los Kirchner y a los Fernández

El presidente Kirchner y sus laderos Fernández pusieron de manifiesto un grado de deshonestidad superior al que se les conoce cuando, la semana pasada, acusaron al Partido Obrero de ‘buscar visibilidad electoral’ por medio del apoyo a piquetes y a las luchas sociales, y denunciaron nuestra orfandad de votos. Tienden, con este procedimiento, una cortina de humo sobre sus propias carreras políticas. ¿O es acaso posible ignorar que a ningún político tradicional o capitalista lo guían las convicciones o los principios y que toda su carrera política no es otra cosa que acertar con la tienda que mejor los cobije para el éxito de su arribismo político? Lo que caracteriza a los Kirchner, los Fernández y todos los demás es haber cambiado cien veces de camiseta en función de hallar el lugar que mejor prometía para sus necesidades electorales. Buena parte de esos políticos no dudó incluso en sacrificar la metodología electoral y aceptar la primacía de las botas cuando la clase capitalista creyó necesario recurrir a un gobierno militar. No tienen votos porque sean peronistas; se han hecho peronistas para entrar a un aparato que controla votos; ideológicamente ya han profesado todas las doctrinas existentes y las que no existen también.


Kirchner llegó a la presidencia de la Nación sin votos. Tenía el 6% de las intenciones del electorado cuando Duhalde lo digitó como su delfín. Se puede afirmar con absoluto rigor que arrebató el gobierno, de ninguna manera que lo ganó en forma democrática. Ahora que tiene el poder en sus manos, e incluso superpoderes, se encuentra en condiciones de manipular los recursos del Estado para aspirar a que sus alcahuetes digitados superen aquel porcentaje de votos. Sus acuerdos con lo que su propia esposa llamó ‘mafias políticas’ ponen de manifiesto hasta qué extremo Kirchner carece de votos incluso manejando los medios oficiales. Kirchner no consultó a nadie para vaciar el Banco de Santa Cruz y privatizarlo en beneficio de sus amigos, ni tampoco para usar discrecionalmente el dinero de las regalías petroleras y de la privatización del petróleo. Su administración actual es una red de fondos fiduciarios, que financian toda suerte de negocios, sin el control siquiera… ¡del Congreso!


¿Qué decir de Alberto Fernández: menemista, cavallista, duhaldista y ahora kirchnerista, sucesivamente? Es un hombre que huye constantemente de los aparatos e intereses a los que ha servido. En la actualidad, se financia con el dinero de los afiliados del Suterh, los cuales no fueron consultados acerca del destino de sus aportes sindicales. ¿Acaso la burocracia sindical que apoya a los Fernández hace gala de pluralidad electoral? Hace cuarenta años que usurpa los sindicatos a fuerza de delación contra los activistas, proscripciones, estatutos mordaza, connivencia con las patronales y hasta el crimen político. El gobierno actual, que hace gala de setentismo cuando le conviene, se apoya en la burocracia sindical que asesinó a los activistas de los ‘70. Los Fernández se quejan del izquierdismo de los piquetes, que en todo caso es la expresión genuina de la evolución ideológica de un sector de las masas, pero se complacen con la CGT ‘peronista’ de los saqueadores de las obras sociales.


Los políticos patronales de Argentina atrapan votos por medio de aparatos y recurren al monopolio de los medios de comunicación, a la corrupción económica, a la explotación de redes clientelares y al uso de la estafa a la fe pública. Aníbal Fernández, un incontinente verbal (porque está amparado por el poder), dice que los piqueteros ‘necesitan un muerto’, pero los asesinos de los muertos militan en el campo bonaerense y no bonaerense de los Fernández. Estos ministros adoran las elecciones, pero sólo si están amañadas por los servicios de espionaje y protegidas por los aparatos de represión.


Menem y Chacho Alvarez tuvieron muchos votos, sin embargo hoy son cadáveres políticos. Cavallo fue considerado el gran salvador del PJ en las elecciones de 1995; hoy tiene una intención de voto del 0,5%. Los tres presidieron el colapso económico, social y político del país. ¿Cómo diablos se los puede exponer como representantes de la soberanía popular? Si la UCR se ha partido en cuatro y el peronismo va camino a partirse en ocho, ¿en qué sentido los caciques radicales y peronistas se pueden considerar legitimados por la voluntad popular, contraponiéndose, por ejemplo, al Partido Obrero? El propio Kirchner se ve forzado a mendigar votos en una alianza con los intendentes del conurbano bonaerense, con el menemista Romero de Salta, con De la Sota de Córdoba, con Reutemann de Santa Fe, con el ‘banelco’ Gioja de San Juan: ¿no cree Aníbal Fernández que los votos que se adjudica por anticipado no es otra cosa que sinónimo de trabajo sucio?


La reivindicación del sistema electoral en curso en medio de una disgregación descomunal de los partidos políticos tradicionales es un verdadero contrasentido. ¿Qué es lo que se está votando exactamente? ¿Quién representa qué? La incapacidad para responder a esa pregunta constituye una estafa electoral sin medias tintas.


En medio de esta descomposición, el ‘exhibicionismo’ social y callejero del Partido Obrero es más que una bocanada de aire fresco: abre una perspectiva. Si el piquete es denostado como perjudicial para todas las clases sociales y en especial para los que van a trabajar, es un contrasentido presentarlo como un medio para ganar ‘visibilidad electoral’. Los ministros de Kirchner son incapaces de juntar dos palabras sin contradecirse. Nuestra conducta estaría demostrando lo contrario —la ausencia de especulación electoral. De parte del gobierno demuestra que ha roto todos los puentes con un vasto sector social que en el último medio siglo ha seguido al peronismo y que ahora milita con la izquierda. El veredicto está ahí: la Plaza de Mayo no es más de los punteros del PJ ni de la burocracia sindical, sino de los piqueteros, de los sindicatos combativos, del movimiento estudiantil, de las asambleas populares y de la izquierda. Esto es lo que ‘jode’ a nuestros críticos —y no desde ahora.


Los Fernández y los Kirchner no entienden que nos medimos, unos y otros, con distinta vara. La política democrática ‘construye poder’ sobre la base del aparato y de la manipulación; por eso Cristina Fernández dijo en un viaje a París que si fuera francesa sería bonapartista o sea chiraquiana —el partido gaullista que reivindica la tradición napoleónica. El Partido Obrero construye una alternativa de transformación social, de un lado, sobre la base de las contradicciones crecientes, imparables y brutales del capitalismo y, del otro, sobre la tendencia de la clase obrera, que se expresa incluso en la más elemental de sus luchas, a reconstruir a la sociedad sobre nuevas bases.