Políticas

6/5/1999|625

Por un tractorazo de la clase obrera

Que las propias patronales apelen a la ‘acción directa’, esto sí que es un síntoma de descomposición del régimen existente que nadie podría negar.


Ya hemos visto a la Sociedad Rural encabezar un ‘cierre de tranqueras’. En Entre Ríos y en Santiago del Estero, los pequeños productores agrarios cortaron las rutas. La semana pasada, en el Valle del Río Negro, no solamente los chacareros cortaron el puente que une a Neuquén con Río Negro, también lo hicieron los capitalistas frutícolas. Contaron incluso con el apoyo de los monopolios empacadores y comercializadores.


En las últimas horas, han habido indicios de que hasta los dueños de los ingenios pretenden hacer un paro para protestar contra un supuesto ingreso de azúcar brasileño.


Que se trata en todos los casos de movilizaciones patronales, lo prueba el hecho de que se reclaman subsidios de todo tipo y hasta nuevas leyes de flexibilización laboral. En ningún caso se escuchó el reclamo de que se ponga fin al pago de la deuda externa o de que se nacionalicen los bancos, donde radican las grandes fuentes de los préstamos usurarios.


El 40% de los depósitos de los bancos se aplica a la compra de la deuda pública, que el gobierno utiliza a su vez para pagar a los acreedores internacionales. Los chacareros no se delimitan de los grandes latifundistas ni de los monopolios comerciales, seguramente porque creen que las soluciones sólo pueden venir de los poderosos, aunque sean éstos los responsables de la crisis.


La caída de los precios internacionales de las materias primas obedece a la crisis capitalista que de Asia se ha expandido a América Latina y Europa (y a los subsidios que pagan la Unión Europea y los Estados Unidos). La solución de esta crisis en el sistema capitalista significará, en el mejor de los casos, una mayor concentración de tierras y de capitales en menos manos. Los pequeños productores podrán demorar su confiscación por los grandes, pero de ningún modo detenerla.


Pero si incluso los capitalistas encuentran intolerable su propio sistema, ¿qué decir de los trabajadores? Para la clase obrera, el conflicto entre los capitalistas y su propio Estado, que no puede rescatarlos en la medida en que se le requiere porque tiene que destinar el dinero que ingresa el Tesoro al pago de la deuda externa; este conflicto, debe ser un llamado a la acción. Porque ese conflicto es una señal de que no hay ninguna salida para los trabajadores y porque también es un oportunidad: estamos ante una división de nuestros explotadores.


Pero es precisamente en estas circunstancias que la CTA, el MTA y la CGT se llaman a silencio. Un silencio doblemente sospechoso si se tiene en cuenta que han estado años hablando de defender a los pequeños productores para armar una ‘alianza social’. Ahora sacrifican incluso la posibilidad de un frente de clases con la pequeña producción. Lo único que parece importarles es mantener a la clase obrera en el inmovilismo, aunque las recientes luchas de los telefónicos y de los de Metrovías demuestren que los trabajadores rechazan el inmovilismo.


El congelamiento que han impuesto las centrales sindicales contrasta con el crecimiento de los despidos y de la desocupación.


Es necesario, entonces, un tractorazo de la clase obrera para imponer el cese de los despidos y el fin de la desocupación mediante el reparto de las horas de trabajo y un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar.


Lo que ni Duhalde ni De la Rúa están dispuestos a aceptar.


Es necesario preparar una huelga general.