Políticas

12/12/1996|523

Por una politica electoral de la clase obrera

Es un hecho que todas las clases sociales, a excepción de la clase obrera, y que todos los partidos y dirigentes políticos, a excepción de la izquierda, tienen establecida una política electoral para las elecciones parlamentarias y municipales de octubre de 1997.


Duhalde ha logrado que la lista de candidatos por la provincia de Buenos Aires se confeccione por medio de una elección interna entre las dos corrientes que lo siguen, Liga Federal y Lipebo, evitando que Cafiero ‘corriera por afuera’ en una alianza con Palito. Pero además de esto, ha ‘incursionado’ en Córdoba, por medio de De la Sota, y en Santa Fe, por medio de Reutemann, para asegurarse la ‘sucesión’ justicialista para el 99.


A través del Banco de la Provincia de Buenos Aires, Duhalde ha tejido una alianza de intereses financieros, vinculados a las privatizaciones de la salud, la energía, las jubilaciones y los accidentes de trabajo, con los intereses industriales; la ‘provincialización’ del PAMI pretende reforzar la ‘caja’ de este sector. Sobre esta base, Duhalde quiere convertirse en el abanderado de una política ‘desarrollista’ como la que vienen reclamando insistentemente muchas patronales de la industria.


La mayoría de la burocracia cegetista ya se ha lanzado al apoyo de la política de Duhalde, por medio de la Mesa Duhalde Presidente.


El radicalismo pretende emerger de las cenizas como abanderado de la ‘patria exportadora’. Sus principales voceros (Alfonsín, Terragno, Posse) ya reclaman abiertamente la devaluación del peso, en sintonía con los ‘pesos pesados’ de la Unión Industrial. En las diversas provincias, el radicalismo se esfuerza por atender los planteos de los grupos exportadores regionales, en especial los vinculados al Mercosur.


La pequeña burguesía democratizante y la casi totalidad de la clase media ‘ilustrada’, en especial porteña, se ha largado con el Frepaso. El Chacho Alvarez la ha convencido de la necesidad de una alianza con la UCR, esgrimiendo dos ‘razones’ para ello: la falta de un aparato nacional del Frepaso y la falta de una base social suficiente en la burguesía. Los apoyos visibles del Frepaso son los bancos cooperativos que se van transformando en sociedades anónimas, ingresan al negocio de las AFJP y se alían a compañías de seguro internacionales. El Frepaso siente la  necesidad de dar una nueva muestra de ‘buena conducta’ ante los desconfiados capitalistas y en particular al gobierno norteamericano.


Sacrificando una vez más la ‘ética’ a la cruda conveniencia, la Fernández Meijide acaba de votar a favor de la aceptación del diploma de senador para Massaccesi, para no poner piedras al ‘pacto’ con la UCR. Es evidente que no le ha importado que el rionegrino haya estafado de punta a punta a su provincia, ni que el hecho le pueda servir al PJ para meter también a Saadi en el Senado. Ni qué decir que el ‘pacto’ que el PJ hizo por otro lado con la UCR para que ingrese Massaccesi, va a ‘dejar pagando’ al ‘pacto’ del Frepaso.


Las contradicciones de clase entre la UCR y el Frepaso y la mezquindad de sus dirigentes grandes y pequeños, hacen inviable la pretendida alianza entre los dos, salvo que se produzca una grave crisis política nacional, en cuyo caso los aliados serán más de uno. A los políticos de ‘mercado’ sólo los puede unir el espanto.


La burocracia de la CTA se encuentra encolumnada con el Frepaso y más precisamente con la política de unidad con la UCR. Así lo planteó la dirección de la CTA en su último congreso. Algo parecido ocurre con la burocracia del MTA. La burocracia sindical en su conjunto marcha a la rastra de los capitalistas y de sus políticos, sacrificando cualquier intervención política propia de la clase obrera contra esos políticos y contra los capitalistas.


Tenemos, por último, a Cavallo y a sus amigos de la Fundación Mediterránea, lanzados a promover su elección como diputado nacional y a presionar a favor de una ‘reforma política’ que elimine el sistema de listas partidarias, para dar cabida a la manada de políticos-empresarios que ha escupido el período menemista. Una fracción de la iglesia, vinculada al Opus Dei (Béliz), también participa de esta política, como se registra en el diario La Nación.


La crisis política


El apresuramiento por desatar la carrera electoral no responde solamente al apetito natural de los políticos carreristas. Se explica también por la necesidad de sembrar entre los trabajadores la idea de que sus luchas actuales no llevan a ningún lado y la ilusión de que las próximas elecciones sí pueden poner fin al menemismo y a la situación de empobrecimiento del pueblo.


La razón principal del apresuramiento es, sin embargo, la necesidad de encauzar el derrumbe político del gobierno menemista por los canales de las instituciones establecidas y de los partidos patronales. Incluso, si una crisis financiera internacional precipita el desenlace de la crisis económica y provoca la caída del gobierno, la anticipación del planteo electoral serviría para imponer una salida estrictamente constitucional, es decir, conforme a los intereses de los explotadores.


La estrecha vinculación de las elecciones de octubre con la crisis política, está demostrada también por el contenido de la disputa electoral, que gira en torno al tipo de modificación que debe sufrir la política económica e incluso el régimen político. Desde el planteo de la devaluación, en economía, al gobierno de coalición, en política, las elecciones de octubre servirán para hacer el recuento de fuerzas de cada posición y servirán de guía para el intento de recomponer la estabilidad política.


Es incuestionable para cualquiera que el imperialismo se encuentra empeñado, en todo el mundo, en encontrar soluciones electorales a las crisis políticas. Desde la victoria de la Chamorro, en Nicaragua, hasta la absorción de la Alemania del este por la del oeste, la ‘táctica’ electoral ha hecho verdaderos ‘milagros’ para un imperialismo agotado en el uso y abuso de los golpes militares. El capital financiero ha explotado a fondo, en su beneficio, los aspectos reaccionarios del constitucionalismo, o sea su carácter de defensor del orden ‘jurídico’ existente contra la acción directa independiente de las masas. La ‘táctica’ tiene vigencia en la medida en que predominen en las masas las ilusiones en la democracia y en que sirva para integrar a las direcciones políticas centroizquierdistas. Cuando la crisis y la maduración del pueblo agoten este recurso, el imperialismo volverá a poner a la orden del día la consigna del golpe y de la guerra civil.


Este conjunto de circunstancias obliga a la clase obrera y a la izquierda a dar una pelea seria en el campo electoral; de lo contrario, arriesga a quedar fuera de la propia vida política, o sea de la experiencia de las masas.


Desde 1982, la experiencia electoral de la izquierda, en Argentina, pasó por dos etapas. En la primera (Partido Intransigente, Frente del Pueblo, Izquierda Unida, o la participación del Ptp en la lista de Menem), la izquierda intentó seriamente integrarse al sistema a través de un programa y una política democratizantes. En la segunda, luego del fracaso en reconstruir esa política por medio del Frente del Sur y su desplazamiento por el Frepaso, ha caído en un brutal sectarismo electoral, que apenas esconde la expectativa en una nueva oportunidad de reconstruir la política del frente democrático. Esta tendencia se puede ver en los acercamientos del Ptp, del Mst y del PC al Frepaso y, en algunos casos, a los radicales.


Política obrera


Para la izquierda y para el movimiento obrero combativo, sin embargo, la fijación de una política electoral para 1997, que realmente dispute el voto de las masas a los partidos patronales, no es lo que se podría llamar una oportunidad sino una obligación. La obligación de superar el principal obstáculo del que intenta valerse la burguesía para interrumpir la etapa de ascenso de luchas que iniciaron los paros generales y para clausurar la etapa de crisis política iniciada con el derrumbe del ‘plan Cavallo’.


Es por estas razones que el movimiento obrero combativo es el que más debería reflexionar sobre la necesidad de una política electoral de la clase obrera. Sin ella, o sea, sin fijar una política de lucha contra las patronales y el imperialismo en el terreno electoral, el activismo que ha comandado las últimas luchas, así como todo el activismo que ha sido despertado a la lucha por la crisis social y política y por el empuje de las masas; todo este activismo, corre el riesgo de quedar aislado y, a partir de esto, de ser dividido y absorbido por las burocracias sindicales, por los partidos patronales y por el Estado.


Para el conjunto de la izquierda, las próximas elecciones representan una amenaza de crisis política, ya que si predomina en ella la tendencia al sectarismo y al ultimatismo, corre el riesgo de agravar su marginalismo político, y si prevalece el intento de ‘zafar’ de las elecciones por medio del apoyo al Frepaso, arriesga la desaparición política. Esto simplemente demuestra que la necesidad de una política electoral obrera es un desafío político objetivo.


Una vez que se las acepte como una obligación, las próximas elecciones son, al mismo tiempo, una oportunidad política revolucionaria, esto debido a la evolución política hacia la izquierda que se registra en sectores crecientes del pueblo. Incluso, debido a la revuelta política que se ha producido en los trabajadores que votaron hasta 1994 a Menem.


El punto de partida de esa política electoral es la unidad de la izquierda y del movimiento obrero combativo, para enfrentar a los partidos y a los candidatos de las patronales. Sólo si se produce esta unidad contra los representantes de la entrega y de la miseria, es posible conquistar el voto de las masas, incluido el de la pequeña burguesía más explotada que, en ausencia de otra cosa, votaría por el Frepaso o Duhalde.


Pero para que esa unidad sea fructífera y no se esterilice en el sectarismo, como ocurrió en el pasado reciente, debe basarse en una intensa movilización. Una movilización que sirva para atraer contingentes de luchadores, esclarecer y organizar. Sólo una movilización política puede neutralizar la tendencia sectaria de la izquierda y la simultánea propensión a buscar aliados electorales entre los enemigos de los trabajadores.


Esa movilización política puede ser propiciada por un llamado a intervenir en elecciones abiertas circunscriptas a la izquierda y al movimiento obrero y popular combativo, para conformar las listas únicas electorales, lo que daría lugar a impulsar la discusión del programa político, esto mediante mesas redondas, plenarios, asambleas, congresos y reuniones. La realización de elecciones abiertas daría la posibilidad de que se presenten listas independientes de activistas o de que éstos se incorporen a distintas propuestas partidarias.


El VIIIº Congreso del Partido Obrero, que se reunió el pasado fin de semana, resolvió dirigirse con esta propuesta a todas las organizaciones de izquierda, tendencias sindicales, activistas y luchadores. Decidió también convocar para principios de abril a un conferencia abierta, para discutir y profundizar este planteo. La realización de las internas no deberá pasar de la mitad del año próximo, para poder dedicar a la campaña electoral, cuatro o cinco meses por lo menos.


En los términos expuestos, es decir, en favor de una política electoral de la clase obrera, el Congreso del Partido Obrero votó el comienzo de una campaña política. Esta campaña debe servir para preparar la unidad de la izquierda y del movimiento obrero combativo para las elecciones; para preparar las internas abiertas, las asambleas y mesas redondas, y para preparar la campaña electoral de 1997.