Políticas

19/5/2022

XXVIII Congreso del Partido Obrero

Qué expresa el crecimiento de Milei

Un aporte al debate precongresal.

Javier Milei

Un dato insoslayable de la situación política es el crecimiento de la intención de voto de Javier Milei. A diferencia de quienes relativizan ese crecimiento, advirtiendo que no deben confundirse los guarismos que arrojan las encuestan con un resultado consolidado de una elección, o de otros que señalan que estamos ante un fenómeno instrumentado por los medios de comunicación, el documento político del XXVIII Congreso del Partido Obrero analiza a fondo este crecimiento, hurgando sobre la realidad de clases que refleja y desarrollando una orientación para enfrentarlo. Se trata de una decisión correcta y seria.

Ya en la campaña electoral del 2019 nos destacamos por ponernos a la cabeza de la denuncia de los mal llamados “libertarios” mientras el resto de las fuerzas políticas miraba para otro lado. Después de todo, siempre es mejor curarse en salud y enfrentar a las formaciones políticas reaccionarias sin vacilaciones, incluso a riesgo de cometer “exageraciones”. La pretensión del “justo medio” debemos dejársela a los observadores pasivos, ya que no es buena consejera para la militancia, y mucho menos para la que desarrollan los partidos revolucionarios.

Crisis de la derecha

Si bien es cierto que el crecimiento de personajes como Milei es un fenómeno internacional, también lo es que en cada país donde dicho crecimiento se verifica recoge elementos propios que deben ser precisados en un análisis. En el caso de la Argentina podemos afirmar que el salto en la consideración pública de Milei es el resultado directo del fracaso del gobierno de Macri. Para la derecha, que había logrado llegar al gobierno por medio de las elecciones y no de golpes militares, la administración de Macri era la oportunidad para llevar adelante una ofensiva contra los trabajadores, eliminando los derechos laborales y previsionales, terminar con la asistencia social y aplicar un programa basado en la inversión extranjera directa y el ingreso de capitales.

Ese programa fue el que Macri intentó aplicar, pero terminó en un fracaso rotundo. El ingreso de capitales no derivó en inversiones significativas, sino que se limitó a una especulación de corto plazo que agravó el endeudamiento público y privado, y que al invertirse el ciclo a mediados de abril del 2018 produjo una estampida que derribó el valor del peso mediante una devaluación muy significativa que llevó la inflación por encima del 50% anual. Su intención de terminar con los derechos laborales y previsionales chocó con la resistencia popular, por lo que tuvo que contentarse con robarles un trimestre de inflación a los jubilados. El temor a un estallido social lo llevó a incrementar la cantidad de planes, aun en una proporción mayor a la del kirchnerismo. El préstamo de más de 50.000 millones de dólares del FMI tampoco funcionó ni como recurso de emergencia. Los fondos se fugaron ni bien entraron, y Macri perdió las elecciones por amplio margen.

Para una parte importante de la derecha el fracaso de Macri se debió a que en vez de jugarse a fondo en aplicar su programa hizo “gradualismo” en el terreno económico y pactos con el peronismo en el terreno político. Javier Milei se destaca entre la legión que hace este tipo de críticas, entre los que se encuentran dirigentes del PRO como Patricia Bullrich y llamativamente el propio Macri. Estos “halcones” del PRO son los que defienden un acuerdo electoral con los “libertarios” para el 2023, y prometen que de llegar al poder aplicarán todo su programa en los primeros días de su gobierno. Milei explota este fracaso y apunta su crítica a la pata radical-coalición cívica de la coalición macrista, y especialmente al sector de Larreta-Vidal dentro del PRO. A ellos los responsabiliza por aplicar una política que él denomina socialdemócrata o directamente socialista. Como se ve, en su rol de agitador Milei no se atiene al menor rigor teórico y hasta desafía el sentido común más elemental (“Larreta socialista”).

Si Milei es el resultado de la crisis de la derecha, es lógico que su crecimiento sea a expensas de ella. Todas las encuestas coinciden en que los votos que obtendría en una elección provienen mayormente de Cambiemos. Así las cosas, si el crecimiento de Milei se confirma en la elección del 2023 podría perjudicar el triunfo de algún candidato del macrismo y frustrar así la variante principal de la burguesía y del Departamento de Estado para ejecutar un recambio ante el fracaso evidente del Frente de Todos.

La cuestión sin embargo no se agota acá. Milei puede complicar un triunfo de la derecha, pero está lejos de ser él mismo una alternativa de poder para la clase capitalista. Para ello debiera presentar una fuerza nacional de la que carece y que no podrá estructurar sin apelar a las viejas estructuras políticas que dice combatir. La otra alternativa sería una variante bolsonarista en acuerdo con las FF.AA., que es compatible con la presencia de los defensores de genocidas en sus listas, como explicamos más adelante, pero no con la ubicación que tienen las FF.AA. en la conciencia popular argentina asociadas no solo a sus crímenes y entrega nacional sino al desastre de Malvinas. De acá se deduce que el escenario más probable es que en los próximos meses se desarrolle una fuerte presión para acercar posiciones con sectores del macrismo, sea para participar de la interna de Cambiemos o eventualmente para una reconfiguración política nueva que surja a partir de una fractura de la alianza macrista y hasta del mismo PRO entre el ala de Macri y de Larreta. Aunque esta última variante no sea hoy la más probable no se la puede descartar en absoluto dado el crecimiento de los choques internos existentes. En cualquier caso, importa destacar acá que las vicisitudes de la candidatura de Milei estarán atravesadas por la lucha de clases, crisis política y las presiones de la clase capitalista por estructurar una alternativa de recambio.

La casta

La emergencia del fenómeno de Milei está determinada por el fracaso del macrismo en el gobierno, pero se conecta también con la crisis del régimen en su conjunto. Las crisis recurrentes y cada vez más profundas, el marcado deterioro de la situación social que abarca a sectores sociales más amplios, la inflación persistente que desorganiza la economía y condena a la pobreza a millones, el salto en el endeudamiento nacional y las medidas improvisadas que se aplican han incrementado la bronca de la población hacia todo el régimen político. En Argentina todas las clases sociales demuestran su disconformidad con la situación. Los trabajadores y los sectores populares porque sufren en carne propia la pobreza, la precarización del trabajo, la crisis habitacional, educativa y sanitaria. Y en los sectores capitalistas porque, aunque en muchos períodos obtengan ganancias significativas, son conscientes que el régimen no tiene sustentabilidad. Los capitalistas muestran su disconformidad llevando adelante una fuga de capitales récord y una huelga de inversiones, que traduce la caída de la tasa de beneficio como tendencia general, aunque haya ganancias extraordinarias de ramas y grupos por circunstancias excepcionales como los altos precios de los cereales, metales, etc.

Luego de la crisis del 2001, que marcó la salida de crisis de la convertibilidad, toda la clase capitalista que había apoyado las privatizaciones menemistas reclamó la intervención del Estado para evitar su propia bancarrota. A la burguesía nacional que se había endeudado en dólares se la beneficiaba pesificando sus pasivos. A los bancos que se habían apropiado de los depósitos de los ahorristas el gobierno les entregaba títulos de deuda para compensar las pesificaciones. A las empresas concesionarias que se habían apropiado de los servicios públicos y habían embolsado tarifas en dólares en los ’90 se las compensaba con subsidios millonarios aportados por las arcas del Estado. Hasta a los acreedores internacionales se les reconocía bonos en default entregándosele nuevos títulos que aun con quitas registraban un valor superior al que ellos los habían adquirido originalmente. En el plano del discurso ideológico este cambio impuesto por la crisis se expresó en una revalorización del Estado. Los que habían apoyado en el llamado “ciclo neoliberal” ahora clamaban por el “Estado presente”. Para los sectores populares ese “Estado presente” sin embargo era mucho más amarrete. Como mucho se expresaba en planes sociales de miseria, que servían como malla de contención para evitar una nueva rebelión popular del tipo de diciembre del 2001. Esa intervención del Estado para salvar al capital fue posible mientras existían los recursos fiscales para ello. Pero pasado un período las cajas se fueron agotando y el kirchnerismo echó mano a la Anses y al Banco Central. Cuando eso ya no alcanzó la emisión se fue transformando en una de las formas principales de financiamiento del Estado junto con la colocación de nuevos bonos de deuda y la creación de más impuestos. El macrismo, que había prometido terminar con eso, repitió más o menos el mismo libreto, con el agravante de incrementar la deuda en dólares a niveles récord y pedirle al FMI el mayor préstamo otorgado en su historia.

Si la caída de De la Rúa expresó tardíamente el agotamiento del menemismo y de la convertibilidad, la crisis actual muestra el agotamiento de los recursos usados por la burguesía y sus gobiernos para la salida a la crisis del 2001. En el plano ideológico asistimos otra vez a un cambio sustancial. El llamado “Estado presente” que se convirtió en eslogan luego del 2001 se revela para una parte importante de la población como el responsable de una crisis de fondo y, más aún, como una treta de una casta política enquistada en ese Estado en beneficio propio. “Estado presente” son más impuestos, más corruptela, más medidas intervencionistas que en muchos casos desorganizan más el proceso económico. El éxito de la campaña de Milei contra la llamada “casta política” recoge esa visión de una parte de la población y explota a fondo los prejuicios existentes.

Hay que decir que el ataque contra la “casta política” no es una originalidad de Milei. En España, por ejemplo, lo explotó Podemos de Pablo Iglesias hasta que sus dirigentes se integraron ellos mismos a esa “casta” maldita. Aun con las diferencias del caso entre Milei y Podemos, que existen y no son para nada menores, el ataque a la “casta” parte de lo que tienen en común: que ninguno cuestiona el sistema capitalista en su conjunto sino solo a una de sus manifestaciones. En el caso de Milei la “casta” sería la gran beneficiada de la sociedad, mientras todas las clases sociales deben tributar para ella. El discurso maniqueo busca presentar un interés común entre los trabajadores y los capitalistas, afirmando que todos son víctimas de la “casta”. Así, los capitalistas en vez de clase dirigente y dominante se convertirían en una clase dominada y dirigida por una “casta” con intereses propios. Esta distorsión de la dinámica real de la sociedad capitalista está en la base del discurso de Milei.

El editorialista de La Nación Carlos Pagni caracterizó a la situación política como una crisis del centro político que fuga por derecha y por izquierda. Por derecha cuestionando la “casta política”, por izquierda cuestionando el sistema. Sin entrar en las asimetrías de una fuga y otra, la descripción es estrictamente cierta. El punto crucial es que no hay “casta” sin este sistema, que la “casta” es el resultado del sistema, está al servicio del sistema y es financiada por el sistema, como lo demuestra la condición del propio Milei, alto asesor financiero del grupo Eurnekian, lo que le permite sortear la dieta de la “casta” cada mes, transmitiendo la más elitista de las ideas que es aquella que reserva la política a quienes tienen “haciendas para financiarse”. La llamada “casta” es inherente al capitalismo, que se distingue de regímenes de dominación previos (feudalismo, esclavismo, etc.) en el hecho de que los propietarios de los medios de producción dirigen el Estado no de modo directo sino indirecto. El manejo cotidiano es tercerizado en la llamada casta política. Esto sucede tanto en las dictaduras como en las democracias. En este último caso el perfeccionamiento del Estado capitalista pega varios saltos, ya que esa “casta” aparece como la expresión general de la voluntad popular, ocultando el carácter de clase del propio Estado.

Programa reaccionario

Para Milei esta inversión de los términos reales del funcionamiento de la sociedad capitalista le es útil para presentar un programa profundamente reaccionario en nombre de un interés general de todas las clases sociales contra la “casta”. Ejemplos sobran. Milei plantea privatizar todo el sistema público de educación para que la “casta” no use los colegios y universidades como centros de adoctrinamiento. Plantea eliminar los impuestos al capital que sirven para financiar esos gastos del Estado en nombre de que la “casta” usa esos recursos para su propia corruptela. Grita que hay que quemar el Banco Central y sustituir el peso por el dólar, para sacarle a la “casta” el recurso de la maquinita de emisión con la que financia su propia fiesta creando una inflación voraz.

El mesianismo liberal también le es útil para justificar la eliminación de toda la legislación laboral, ya que esa imposición estatal obstruiría el crecimiento individual. Esta presentación liberal entre el Estado y la sociedad niega el proceso dialéctico concreto. Las leyes laborales, por ejemplo, son presentadas como una imposición del Estado a la sociedad cuando su origen es el contrario: fueron los trabajadores los que la impusieron al Estado por un proceso de grandes luchas, que llega hasta el día de hoy cuando los gobiernos las quieren eliminar con las flexibilidades laborales que reclama la UIA y el FMI. Objetivo para el cual descargan a menudo todo el peso del Estado para arbitrar en contra del “libertario” derecho de huelga. Otro tanto sucede con la salud, la educación, las jubilaciones, etc. Esto tiene que ver con el lugar específico y hasta cierto punto contradictorio del Estado. Este es por sobre todas cosas el instrumento de dominación de la clase dominante. Pero en tanto lo hace en nombre de un interés general expresa en algunos aspectos conquistas que la población laboriosa logró arrancar con sus luchas. Y para la población la traducción de esas conquistas en leyes del propio Estado le otorga una estabilidad a las mismas y un derecho a reclamar incluso en sede judicial.

A diferencia del liberalismo del naciente capitalismo, el de Milei refleja la decadencia histórica de un sistema social. Es lo que explica los postulados reaccionarios en materia de derechos civiles y democráticos. Rechaza el derecho al aborto, aun contradiciendo el derecho de la decisión individual de las mujeres sobre su propio cuerpo. En tanto fenómeno social, expresa una reacción machista ante la ola verde y busca empatizar con los hombres que viven el reclamo de la igualdad con las mujeres como una persecución sobre ellos mismos. Los libertarios suelen rechazar también la ESI y reclaman que la formación educativa sea una decisión de las familias. Para esta posición reaccionaria Milei y sus huestes se valen de un ataque al Ministerio de la Mujer, que ha caído en el descrédito porque ha servido para crear una burocracia cooptada de los movimientos feministas, pero no para resolver el problema de los femicidios y más en general de la doble opresión de las mujeres.

En las últimas semanas el discurso reaccionario de Milei ha pegado varios saltos, aludiendo a cuestiones raciales de modo directo, emparentándose con los supremacistas blancos de los EE.UU. En ese punto hay que resaltar que Milei destaca su apoyo a Trump y ha recibido apoyos directos de los fascistas de Vox de España. El otro ejemplo que destaca Milei es a Bolsonaro, y ha querido emular del brasileño su apoyo en las fuerzas armadas. Para ello ha buscado seducir a la “familia militar” colocando como su segunda en la lista a Victoria Villarruel, una defensora de los genocidas. Las fuerzas armadas de la Argentina tienen un papel de menor importancia que las brasileras, que controlan resortes importantes de la economía. Esa desigualdad explica los pronunciamientos cada vez más intensos a la vuelta al servicio militar para los jóvenes o de la necesidad de un rearme para que tengamos un ejército fuerte.

Qué hacer

Para la izquierda y para el movimiento popular en su conjunto, y para el Frente de Izquierda en particular, el crecimiento de Milei entraña un desafío político. Si alguna duda cabe al respecto la eliminó el propio economista cuando colocó como uno de sus ejes principales de agitación el ataque a los piquetes y hasta el llamado a poner en pie un movimiento antiquietero. Aunque todavía la idea no pasó de una cuenta de tuiter, la sola mención a recrear una especie de Liga Patriótica en la Argentina debiera alcanzar para desarrollar una fuerte campaña en su contra. En este punto Milei no estuvo solo, sino que recogió a su modo el apoyo de todas las fuerzas de la burguesía. Desde Patricia Bullrich y Macri, hasta el ministro de Desarrollo Social, Juanchi Zabatela, que dijo que los piqueteros son extorsionadores.

En varios medios de comunicación los voceros del Frente de Izquierda son interrogados acerca de por qué el crecimiento Milei tiene una dimensión mayor al de la izquierda. Ese interrogante también ha surgido en varios plenarios precongresales del Partido Obrero. La respuesta que arroja el documento de situación política votado por el Comité Nacional se puede resumir del siguiente modo: el crecimiento de los llamados libertarios tiene como base social principal a sectores disconformes de la pequeña burguesía y las clases medias. En cambio, el Frente de Izquierda por su programa y estrategia se apoya en la clase trabajadora, empezando por la acción consciente de los sectores más activos y de vanguardia. Sucede sin embargo que en la actualidad la clase obrera está lejos de tener la iniciativa política; es más, por el momento tampoco la tiene en la lucha económica o reivindicativa. En este cuadro los trabajadores actúan atomizados, especialmente en el terreno electoral donde intervienen en tanto “ciudadanos”, desposeídos de su carácter de clase. De este planteo se deduce una conclusión: que el Frente de Izquierda no puede abordar la cuestión electoral como un fin en sí mismo, sino solo como un aspecto subordinado de su lucha por estructurar una fuerte organización de trabajadores sobre la base de un programa definido. Pretender ir más lejos en el terreno electoral de lo que avanza la propia organización política de la clase obrera conduce inevitablemente al electoralismo y a orbitar en torno a clases sociales distintas al proletariado.

Para la izquierda el combate a Milei expone antes que nada un desafío programático y estratégico. En la historia política del siglo XX y XXI es muy común que la aparición de fuerzas fascistizantes lleve a la que la izquierda a defender el régimen social actual e incluso a los partidos “democráticos” de la burguesía. Lo acabamos de ver en Francia con el apoyo de toda la izquierda a Macron en nombre de enfrentar a Le Pen. En Argentina el tema tiene su especificidad. La izquierda, que nunca ha podido desarrollar una crítica histórica al nacionalismo burgués (peronismo) y que confunde socialismo con estatismo, tiende a adoptar la defensa del “Estado presente” en oposición a los libertarios. Semejante hecho no solo implica una confusión programática de fondo, sino que es una torpeza política que favorece que la fuerza de Milei canalice el descontento de la población ante el fracaso del nacionalismo burgués en el poder. La izquierda debe ponerse a la cabeza de la lucha contra ese nacionalismo y no quedarse pegado a él cuando crece el repudio de la población a esta nueva experiencia fallida. La izquierda no debe ser furgón de cola del kirchnerismo ni pretender radicalizar su discurso y medidas, sino quien denuncie ante los trabajadores que se trata de una tentativa capitalista que utiliza los recursos del Estado para asegurar la explotación de los trabajadores e incrementar la tasa de beneficio del capital.

Si la izquierda no desarrolla esta crítica al kirchnerismo no podrá desarrollar una lucha eficaz contra Milei y el movimiento reaccionario que impulsa. La afirmación que solo la izquierda expresa una rebeldía contra el sistema debe corroborarse en la práctica, sea por la propaganda política como por su participación en la acción directa de los trabajadores que luchan contra el ajuste. La consigna votada por el Congreso del PO “abajo el régimen de hambre y miseria de quienes gobernaron en las últimas décadas” apunta en esa dirección. Se trata de evitar que la derecha fascistizante explote el descrédito del régimen para imponer una salida reaccionaria. Para eso hay que oponerle una alternativa política propia convocando a los sectores populares a que saquen un balance de fondo del agotamiento del nacionalismo burgués y a desarrollar un nuevo movimiento popular sobre banderas socialistas y de izquierda.