Que la copa de leche se la tomen ellos

Mientras todos los indicadores señalan un aumento a escala mundial del desempleo, la pobreza y la indigencia, la Argentina kirchnerista sería el único país de la Tierra donde la miseria disminuye. Eso dicen los índices del Indec y eso sostuvo sin sonrojarse la presidenta Fernández de Kirchner en Brasil, cuando destacó que la pobreza bajó en el último semestre del 17,8 al 15,4% y la indigencia del 5,1 al 4,4% (La Nación, 20/3).

Las consultoras Ecolatina, Prefinex y el Instituto de la CTA, en cambio, coinciden en describir una realidad dramática: hay 12 millones de pobres (32% de la población total) y 4 millones de indigentes. Una de cada 10 personas no recibe el alimento indispensable porque el costo de “la canasta básica trepó un 60 por ciento en los últimos dos años” (Ambito Financiero, 30/3).

Las cifras se vuelven aún más intolerables cuando se observa que la mayoría de los pobres son chicos. Por cada niño rico hay casi 4 niños pobres y el 25% de los chicos directamente vive en la indigencia. ¿Por qué? Porque, sobre el total de hogares, en el 30% más pobre vive el 55% de los chicos. Y en el 30% más rico, vive sólo el 14%. “Hoy, la pobreza en Argentina es mayor que la de fines de la década del noventa”, dice el economista Alieto Guadagni (ídem).

Guadani (un duhaldista) afirma que la indigencia y la pobreza infantil “están íntimamente vinculadas con la precariedad laboral de los padres”, porque en los segmentos de menores ingresos el trabajo es “básicamente informal”. Trabajadores en negro y precarizados, sus hijos están privados “de toda protección”, por ejemplo asignaciones familiares, beneficios sindicales -guardapolvos, leche maternizada- u obra social. 

Los programas sociales, dice Guadagni, “aportan apenas un peso diario por niño”. El kirchnerismo, además, redujo drásticamente el presupuesto destinado a gastos sociales para los sectores más pobres. El economista Ernesto Kritz demostró que en el bienio 2006/2008, “en términos reales, el gasto por persona en estado de extrema pobreza tuvo una caída próxima al 28%”. Y que el “95% del gasto social asociado con los niños se concentra en los trabajadores formales”. La mitad de los chicos indigentes “no recibe ninguna compensación o ayuda fiscal”. Por el contrario, un chico ubicado “en el decil(*) superior de la distribución del ingreso” recibe “compensaciones fiscales diez veces superiores” a las de los chicos del decil más pobre (www.cera.org.ar, febrero 2009).

Leonardo Gasparini, director del área que investiga estos temas en la Universidad de La Plata, coincide en que los indicadores sociales “son similares a los de la segunda mitad de los ’90”. Los seis años de “expansión económica y disminución del desempleo no se tradujeron en una mejora de los indicadores sociales”, agrega, y pronostica que la situación se verá agravada porque -aunque “nadie puede prever la profundidad o la duración de la crisis mundial”- no hay dudas de que generará “un aumento del desempleo importante” (AF, 30/3). “Lo desfavorable es el deterioro del mercado laboral”, señaló Kritz, aludiendo a que hasta el Indec reconoció un aumento del empleo en negro durante la segunda mitad del año pasado.

Lo notable es que, aunque todos los expertos reconocen que la miseria salarial, la precarización y el desempleo son las causas fundantes de la pobreza y la indigencia infantil, sólo recomiendan “reorientar la política social concentrando su atención y recursos en los enormes y crecientes contingentes de niños indigentes”. Es la concepción de Carrió, la “Constituyente social”, Lozano y compañía.

La indigencia y la pobreza tienen un remedio infalible: ni una suspensión ni un despido, empleo bajo convenio, salario igual a la canasta familiar y nacionalización de toda empresa que despida. Y que la copa de leche se la tomen ellos.

Olga Cristóbal