Políticas

27/5/1993|392

Que los patrones vayan a laburar

Por un paro activo de 36 hs. de la CGT y el CTA

El propósito de la llamada “reforma laboral” es someter a la clase trabajadora y su familia a condición servil. La autorización para que la patronal pueda pagar hasta un 20% del salario en especies; la eliminación de la jornada de trabajo fija de ocho horas por una flexible de diez horas, sin el pago de las horas extras; el fraccionamiento de las vacaciones y su otorgamiento en cualquier época del año; todos estos son simples ejemplos de que la pretensión de los explotadores es imponer la servidumbre en las “relaciones labórale”, e incluso abolir el derecho laboral, el cual, como todo derecho, regula (pero no abóle) las condiciones de la explotación capitalista.


El proyecto elimina de un plumazo el convenio de trabajo, puesto que éste solamente podrá regir “si establece condiciones menos favorables para el trabajador que lo que enuncia la propia ley” (Ambito, 26/5/93). El trabajo noctur­no “tiene un recargo mínimo del 10 %n. El contrato de trabajo rige después de los 90 días, porque antes el trabajador está “a prueba” sin derecho a indemnización por despido ni al preaviso, ni a ninguna otra clase de derechos. Se supri­men “los dos sueldos como piso y se elimina el plazo de 3 meses para devengar” (la indemni­zación). Las patronales podrán contratar trabaja­dores por períodos de hasta 3 años, sin el pago de las cargas sociales y sin necesidad de indemniza­ciones a su vencimiento.


La esencia de esta “reforma laboral” es su­plantar la ley por la arbitrariedad y “reconvertir” los planteles obreros, lo que se logra reempla­zando a los actuales trabajadores por dotaciones categoría inferior, “a prueba”, por períodos ^terminados, con horarios flexibles, sin pago de horas extras y con una parte del salario en espe­cies.


Para la burguesía, y también para la burocracia sindical, Argentina tendría un costo laboral elevado que le restaría competí ti vi dad internacio­nal a la industria. Para demostrarlo, compara los salarios argentinos con los de ciertos países asiáti­cos. Pero los salarios de los países que dominan el mercado mundial son entre 7 y 8 veces superiores a los salarios argentinos, con el agravante (para el trabajador argentino) de que los precios de los bienes alimenticios, alquileres, etc., es superior aquí que en Nueva York, París, o Londres.


El costo laboral argentino ha caído un 60 % desde 1975 y por lo menos un 20 % desde el inicio del Plan Cavallo, sin que esto parezca haber mejo­rado la “competitividad” de la burguesía argen­tina. A juzgar por los llantos empresarios, tampo­co habría provocado una mejora el fenomenal au­mento de la producción. Con mayor producción y con caída salarial, la inflación en dólares en los últimos dos años fue del 45 %, provocado funda­mentalmente por los grandes beneficios especula­tivos propiciados por el cambio fijo. De este modo, la participación del salario en el valor de la producción cayó del 12 %, según el Censo de 1985, a un 7 % en la actualidad, con incrementos de pro­ductividad en algunas ramas del 300 y hasta 500% (por ejemplo en siderurgia).


El problema de la competitividad, entonces, se encuentra en el costo empresario, es decir en los superbeneficios, la especulación, el despilfarro y la anarquía capitalistas. Solamente por el Plan Brady se transfieren recursos al exterior del orden de los 4.000 millones de dólares anuales, además del festival de bonos y títulos que rinden pingües beneficios a los especuladores. La flamante “re­forma previsional” significará una fenomenal carga al trabajo porque los bancos se llevarán el 25 ó 30% del aporte obrero en concepto de comisiones, además de manejar el llamado ahorro previsional en función de especulaciones, con el riesgo cargado a la cuenta de los trabajadores. Esas sumas po­drían destinarse a un plan de inversiones, pero para ello habría que suprimir el secreto bancario y comercial, implantar el control obrero y dirigir la economía a través de un plan centralizado, bajo la dirección de la clase obrera.


Lo que corresponde es aumentar el costo labo­ral, es decir el salario, y los aportes “sociales” de las patronales, reducir la jornada de trabajo, am­pliar el período de vacaciones, los beneficios jubí­latenos, la cobertura médica, porque en eso con­siste el progreso humano, y porque sólo esto puede motivar la creatividad laboral y técnica, que es la base del mayor rendimiento del trabajo social. Para llevar hacia adelante la rueda de la historia, hay que mandar al inodoro a los parásitos chupa- sangres (perdón por la tautología).


La UCR, por su lado, pretende elaborar, en cambio, un proyecto de reforma laboral… alterna­tivo, para “consensuar” con el resto de la oposi­ción, léase bordonistas y centroizquierda, y luego con el… menemismo. Es decir repetir la miserable política de ganar “con el corazón” la colabora­ción de los explotadores y de la patria exportadora, de acuerdo a la célebre frase de Juan Carlos Pugliese.


La burocracia cegetista, también preocupada por la “competitividad” (superbeneficios) de los explotadores, está elaborando un proyecto propio, para utilizarlo como borrador de enmiendas al proyecto del oficialismo menemista. La CGT se ha convertido en una “asociación” de negocios compartidos con los grandes grupos económicos.


La consigna es:


ABAJO LA REFORMA LABORAL. AUMENTO DE SALARIOS DEL 50%. SUEL­DO EQUIVALENTE A LA CANASTA FAMI­LIAR (1.000 PESOS). REDUCCION DE LA JORNADA DE TRABAJO.