Políticas

19/9/2002|772

Roman Rosdolsky y la “economía socialista”

En sus diversas variantes, la sustitución del marxismo por la economía es una antigua expresión política e ideológica. Es lo que revela uno de los textos modernos más importantes sobre la crítica de la economía política, titulado Génesis y estructura del Capital de Marx, obra del polaco Roman Rosdolsky. El trabajo, de alcance verdaderamente enciclopédico, publicado por la editorial Siglo XXI, concluye precisamente con el análisis de los planteos de dos representantes emblemáticos de la adulteración del marxismo como economía.


El primero de ellos es el también polaco Oscar Lange, autor de una de las primeras obras de literatura marxista académica en los años ‘60. Según Lange, el objeto de estudio de la economía no se limita al modo de producción capitalista sino que se refiere a las leyes más generales de la producción, sea burguesa o socialista. Este es el universo ideal del economista de izquierda, en contraposición a la “tradición marxista” que, como insiste Rosdolsky, considera a la economía como una “ciencia histórica” que desaparecerá con la supresión del propio capital, la materia propia de su análisis e investigación. Para el economista de izquierda, en cambio, su ciencia tiene un valor suprahistórico y por eso supone que está habilitado a hablar de una “salida económica” al capitalismo.


Rosdolsky destaca el contenido social y político de cada variante de los economistas de izquierda. El caso de Lange, dice, representa, en el plano académico, los intereses de la burocracia stalinista. Es decir de quienes querían hacer pasar como “socialistas” a naciones atrasadas que no habían superado y que no podían superar al propio desarrollo alcanzado por el capitalismo. Esta era una de las razones, como dice Rosdolsky, por la cual procuraban compatibilizar la planificación estatal con las llamadas fuerzas del mercado. En este contexto, de una economía ahistórica y eterna, Lange “aspiraba – continúa su crítico – a una disciplina estrecha y especializada de la economía estatal, a una ‘contabilidad socialista’ que, siguiendo la teoría económica de Occidente, aceptase las categorías de la mercancía, del dinero, del mercado como hechos eternos de la vida económica”; y que de este modo, “renunciase deliberadamente a la simplicidad y a la transparencia (sic) de las relaciones de producción socialistas hacia las que se debe tender”. Por ser simples y transparentes, la naturaleza de las relaciones de producción socialistas no ameritan de ninguna ciencia particular para su comprensión. Naturalmente, no es el caso de la sociedad capitalista.


El análisis de Rosdolsky es notable porque hace ya varias décadas atrás él había identificado a una corriente de economistas “socialistas” que en verdad renegaban del socialismo en nombre… de la economía. Es decir, en nombre de una “ciencia económica” convertida en una suerte de saber universal, porque su objeto también es universal y se encuentra más allá del capitalismo y de la lucha de clases. En una economía así definida, podrían abrevar entonces las recetas de cocina para el bodegón del porvenir, algo que el propio Marx rechazó explícita y literalmente. El punto de vista de que la economía es una ciencia definitiva y universal (y, por lo tanto, un instrumento privilegiado para una “salida” o “alternativa” al capitalismo) es propio de los economistas que Marx comparaba con los teólogos, puesto que con su doctrina se alcanzaba la verdad revelada, absoluta y eterna sobre los mecanismos de regulación de la producción humana. En el caso de los economistas como Lange, la economía convertida en algo celestial servía para justificar algo tan terrenal como la práctica de los burócratas antisocialistas encaramados en los viejos estados obreros degenerados.


Pero el interés del análisis de Rosdolsky se refuerza en dos cuestiones adicionales. Primero, en que identifica otra variante de los “economistas de izquierda” en los representantes de un tipo de socialistas anglosajones cuyo modelo es una célebre profesora inglesa llamada Joan Robinson. Representan, dice, a una capa de intelectuales burgueses que “han perdido la fe en el papel progresista de la clase capitalista, que están profundamente conmocionados por las prácticas antisociales de los monopolios y por la inestabilidad económica … y por eso depositan sus esperanzas en una economía estatizada … que frenaría el caos económico … haciendo posible una redistribución de la riqueza entre los factores de la producción…”. Es decir, “socialistas” y al mismo tiempo hostiles a la revolución… y al marxismo.


Un concepto que nos lleva directamente a la segunda cuestión importante que, en este aspecto, enseña Rosdolsky. El socialismo a la Joan Robinson, que aquí identificamos con los economistas de izquierda, “se apoya dificultosamente en muletas tomadas del patrimonio ideológico socialista premarxista, y en especial, del padrino de todo el socialismo pequeño burgués, Proudhon”. ¡Muy bien! Es justamente en la crítica a Proudhon donde el propio Marx caracteriza sin ambigüedades: “Pretende, como hombre de ciencia, situarse por encima de burgueses y proletarios, pero no pasa del pequeño burgués que oscila constantemente entre el capital y el trabajo, entre la economía política y el comunismo” (destacado nuestro).


Ciertamente, se trata de una caracterización lapidaria de la economía socialista. Sucede que, como insiste Marx en esa misma crítica, los “economistas nos explican cómo se produce en el contexto de las relaciones de producción burguesas pero no nos explican cómo se producen esas relaciones, es decir, el movimiento histórico que las engendra” y, agregamos nosotros, cuyo desarrollo las obliga a perecer. Esta es precisamente la tarea teórica y práctica de los socialistas.