Políticas

15/3/1995|440

Salvavida de plomo

Los capitalistas la tienen clara: la crisis la tienen que pagar los trabajadores. Olvidan, por supuesto, que fueron también los trabajadores los que pagamos los cuatro años de fiesta del “plan de convertibilidad”.


El FMI y Menem-Cavallo acaban de pasar la factura: tendremos que poner cuatro mil millones de dólares en mayores impuestos, para “rescatar” a los bancos en crisis o a los grandes capitalistas que se endeudaron con el exterior. Los jubilados tendrán que aceptar el congelamiento indefinido de los 160 pesos que reciben y la clase obrera tendrá que aceptar reducciones de salarios,  jornadas de trabajo más largas y despidos masivos. La salud y la educación tendrán su poda, para poder lograr el llamado “superávit fiscal”.


Y los banqueros, ¿qué ponen? Los banqueros no ponen, reciben: la medida más importante que adoptó Cavallo fue autorizarlos a usar hasta el último peso o dólar de la reserva que deben guardar los bancos como garantía para sus depositantes. Es un regalo de 1.500 millones de dólares, puestos a disposición de los especuladores en menos de 24 horas.


¿No retrata esto muy bien al régimen democrático? ¿No delata detrás de su cáscara demagogica al régimen de explotación capitalista?


Los políticos patronales ya no ocultan que su consigna de fondo es: hay que pagar la deuda externa a cualquier costo. Esta ha sido, por otra parte, la consigna histórica de la burguesía argentina en todos los tiempos. Avellaneda, antes de devaluar, había prometido no reparar en cualquier sacrificio para “honrar” la deuda argentina con la banca inglesa. La deuda externa, que Cavallo y tantos charlatanes habían dado por superada, pone hoy al pueblo entre la espada y la pared. O los banqueros o el pan de nuestros hijos.


A esto nos ha llevado la “economía de mercado” —a la bancarrota. Es que ésa es, precisamente, la función del mercado: expulsar a los capitalistas que han producido demás y especulado demás. Pero la crisis no la pagan ellos sino los trabajadores, porque para ello el Estado se encarga de aliviarles el peso de sus pérdidas y de acentuar la superexplotación del pueblo.


El paquetazo afecta al pueblo en otra cuestión fundamental, pues provocará una enorme recesión, lo que siempre significa despidos y reducción de salarios.


La lección es clara: el “mercado” y el régimen del lucro privado no son una salida para la mayoría, ni lo es para el porvenir nacional. El hundimiento del “plan” Cavallo es una monumental derrota para la burguesía y para el imperialismo.


Tenemos que hacer frente a esta nueva situación con una consigna clara: que la crisis la paguen ellos. El paquetazo, por sus contradicciones insalvables, no modificará por largo tiempo el cuadro de bancarrota capitalista,  ni por lo tanto la necesidad de paquetazos peores que el reciente. La deuda externa es impagable, y lo es en mayor medida si se recurre a la recesión industrial.


El gobierno, al liberar a los bancos de la obligación de mantener reservas, está autorizando a una mayor fuga de capitales. Esta sangría sólo puede ser parada mediante la confiscación de los bancos y su control por los obreros. En lugar de impuestos al consumo hay que imponer impuestos extraordinarios  a los beneficios capitalistas. En lugar de recesión industrial, es necesario reactivar la demanda interior mediante el aumento de los salarios y las jubilaciones. En lugar de acentuar la rivalidad latinoamericana para “conquistar” al capital extranjero, es necesario unir nuestras economías y naciones en una poderosa federación de trabajadores.


¡A la lucha contra los despidos, el impuestazo y la rebaja de los salarios!