Políticas

2/5/1996|492

Subsidios al por mayor para Chrysler, Toyota y Fiat

Una noticia casual de La Voz del Interior, de Córdoba (9/4), descorre el velo de un gigantesco subsidio que el arruinado gobierno de Córdoba le brinda a la instalación de una planta de Chrysler en el barrio Ferreyra de esa ciudad. Por extensión podemos imaginar que lo mismo debe ocurrir con Fiat o con Toyota, que tiene previsto instalarse en Zárate.


De acuerdo a la información, el ministro de la Producción de la provincia se sentó con los directivos de la patronal norteamericana a “evaluar la marcha de los trabajos que le corresponden al municipio, a Dipas, Epec, Vialidad, para que la parte de infraestructura vaya al mismo ritmo de la construcción de la planta”. Esto significa que el Estado cordobés, que se declaró en ‘emergencia’ y bajó los salarios en más de un 30%, está pagando las obras eléctricas, de agua, sanitarias, caminos que deberán beneficiar a la inversión yanqui. La noticia no dice, lamentablemente, cómo Mestre está financiando estos trabajos, es decir, con cuánto incremento de la deuda pública provincial.


Para el consuelo de algún tonto, tenemos la obligación de decir que obran de la misma manera, o incluso en una escala superior, los estados  y municipios brasileños que tienen instaladas plantas automotrices. El Estado de Paraná acaba de tirar la casa por la ventana para subsidiar la instalación de Renault cerca de Curitiba; es legendario el subsidio que recibe Fiat del Estado de Minas Gerais; ahora llega la información de que algo similar ocurre con el municipio de Volta Redonda, en el Estado de Río de Janeiro, con la Volkswagen. Pero todo esto simplemente demuestra el grado extraordinario de confiscación económica que supone la llamada inversión automotriz, casi enteramente financiada por subsidios y deuda externa y bajísimos salarios. Cuando los pulpos del automóvil remiten las ganancias al exterior se están llevando esos subsidios, se están embolsando la diferencia entre los intereses que pagan por su deuda y los que cobran al consumidor argentino, se quedan con el beneficio del sobreprecio que cobran en el país con relación al de los autos en el exterior, y se guardan el extraordinario beneficio que supone la elevada tasa de explotación del obrero argentino.


Si se considera que el automóvil es una mercancía de consumo personal que tampoco beneficia a los obreros debido a su elevado precio, que no aporta a la reproducción de la economía y al incremento de su productividad,  tenemos  que las llamadas inversiones automotrices son un gran despilfarro económico que descapitalizan a la Argentina.