Políticas

4/11/2010|1153

Un cura K que dice “lamentar” el asesinato

El diccionario de la Real Academia da la siguiente definición del término provocador: “Persona que desde un grupo u organización induce a actitudes o manifestaciones violentas, para suscitar una represión o el desprestigio de una causa”. El cura Eduardo de la Serna, coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres, cuando escribe en Tiempo Argentino (24/10) que seguramente “el PO está celebrando” el asesinato de Mariano Ferreyra, quien habría sido entregado por el partido a sus criminales “como un peón de ajedrez”, muestra su condición de provocador en el sentido estricto del vocablo. Él intenta provocar una reacción de violencia -por lo menos de violencia verbal- que permita, en efecto, reprimir o desprestigiar la causa por el esclarecimiento completo del asesinato de Mariano. A tal punto es así que en la misma nota dice: “En lo personal, lamento totalmente la muerte de Ferreyra…”. Esto es: lo tiene que aclarar, porque si no aclara que lamenta el crimen, la gente pensará que quien lo está celebrando es él.

Con el tono de quien busca en efecto que se le responda con violencia, el cura escribe que “el muerto queda allí, en el medio, mientras los impolutos reclaman justicia y exigen que se calme el dolor interminable de los muertos que ellos mismos -quizá- provocaron”.

Así, según el señor cura de la “opción por los pobres”, la muerte de nuestro compañero (como la de Kosteki y Santillán, o la de Carlos Fuentealba, a quienes también menciona) no habría sido provocada ante todo por sus asesinos, sino, en primer lugar, por “los impolutos”; en este caso por nosotros: por el Partido Obrero.

Veamos el razonamiento para buscarle el objetivo a la provocación.

Mariano, se sabe, fue asesinado mientras acompañaba a trabajadores ferroviarios explotados por una patronal negrera que ni siquiera les reconoce la condición de ferroviarios, al igual que la burocracia ejecutora del crimen. Obviamente, de no haber estado allí, Mariano seguiría vivo y Elsa Rodríguez no lucharía por su vida con un disparo en la cabeza. El que no combate, no corre esos riesgos. Si los trabajadores tercerizados del Roca no se organizaran por sus derechos y se movilizaran por ellos, la burocracia y la policía no los reprimirían. Por lo tanto, si se organizan y luchan y se movilizan, de ellos será la responsabilidad por lo que les suceda. De los reprimidos, no de los represores. La acción provoca reacción y, por eso, el que acciona será culpable de producir la reacción.

Es una manera muy estúpida de encubrir a los criminales y de convocar a la mansedumbre y a la aceptación de las humillaciones y atropellos de la patronal.

Estúpida y demasiado vieja.

En la Argentina, el esquema que desarrolla este cura para justificar el asesinato de luchadores (para culparlos de su propia muerte, mejor dicho) intenta encontrar eficacia en un esquema superado. Una franja más o menos extendida de la “progresía” argentina, después de la dictadura, pareció llegar a una deducción que sería más o menos así: el conflicto conduce a la lucha y la lucha, inevitablemente, a la muerte. Por lo tanto, para evitar la muerte, eludamos la lucha mediante la omisión del conflicto. Sustentado en el recuerdo del terror, eso funcionó en algunos sectores durante bastante tiempo.

En ese esquema busca su efecto la provocación de este cura. Una estupidez, porque el esquema en cuestión saltó en pedazos con el Argentinazo, las secuelas del terror fueron hechas astillas por aquella sublevación popular. Pero, se sabe, así como la Iglesia tiene letargos prolongados y despertares lentos, los curas suelen mostrar una parsimonia exasperante para advertir esa clase de cambios. El miedo en el que De la Serna pretende ampararse ya no existe, no está más. El intento provocador del cura es un fracaso inevitable, se lo demuestran las 40 ó 50 mil personas que se movilizaron al día siguiente del asesinato de Mariano.

Sin embargo, él insiste y dice: “hay un muerto (y hubo muchos otros, y seguramente habrá más)”. Se trata de una amenaza explícita, de una advertencia a los trabajadores movilizados: si joden a la burocracia, si joden a la patronal, si joden al gobierno, terminarán muertos a tiros y de ustedes mismos será la culpa, no de quienes los baleen. El cura “de los pobres” echa mano al terrorismo verbal para apañar a los terroristas de pistola al cinto, para cumplir su función de alcahuete de criminales.

A renglón seguido, el cura se pregunta “si lo que se reclama es ‘justicia’ realmente, o si lo que se reclama es cuestionar a este gobierno”.

Ahí está la madre del borrego. El cura sabe que la demanda de justicia -es decir de castigo a los criminales- pone en la mira a una burocracia sindical de la cual Aníbal Fernández acaba de decir que es “la columna vertebral del gobierno”. Por lo tanto, deja a la vista la responsabilidad política del gobierno -de los mandantes del cura- por cobijar a quienes organizan bandas criminales como la que asesinó a Mariano e hirió gravemente a Elsa.

Después, el cura se refiere a “las tomas en la Facultad de Sociales”, como parte de esas conspiraciones del PO en nuestra búsqueda de muertos propios. Conviene recodarle al provocador que esas tomas -y sólo ellas- hicieron posible que el gobierno nacional y el universitario dispusieran fondos para reparar un edificio que literalmente se caía sobre las cabezas de estudiantes y de docentes, así como la movilización de los tercerizados del Roca hizo que el gobierno reconociera la justicia del reclamo y prometiera la reincorporación de los despedidos y el pase a planta permanente de todos.

Cuando al final añade que los estudiantes movilizados “juegan a la política, antes de tener su próxima tarjeta de American Express y ser gerentes de multinacionales”, este cura vuelve a sobrepasar, como en toda la nota, los límites de su propia miseria. Pero, más allá de la provocación, intenta proferir otra advertencia terrorista: que los trabajadores no convoquen jamás a sus luchas al movimiento estudiantil. El tipo advierte la tendencia sólida a esa unidad combativa y, con las armas que encuentra, procura cruzarla.

Pero, además y sobre todo, trata de denigrar la condición del militante, la de quienes -como Mariano, Elsa y tantos otros- organizan su vida por una causa que va más allá de ellos mismos. Desde su sumidero, este cura quiere escupir hacia arriba para llegar con algún poco de mugre a quienes se han convencido de que algo que hasta puede costar la vida merece, sin embargo, ser hecho.