Políticas

12/4/2006|941

Un régimen político a la deriva


La última semana ha servido para ilustrar una característica fundamental de la presente situación política, a saber, que detrás del hiper-activismo presidencial el régimen de gobierno oculta un enorme inmovilismo y en algunos casos un verdadero derrumbe político.


 


En el caso de la carne el gobierno ha tenido que ir al pie de la llamada (por él mismo) oligarquía vacuna y, en especial, de los frigoríficos más grandes. Aceptó un acuerdo de precios imposible de implementar, que arranca con una cotización (teórica) para el ganado en pie de 2,40 pesos, cuatro veces más de lo que costaba en 2001. El control del precio se limita al novillo y a unos pocos cortes, los cuales cubren, según la información, solamente el 30% del consumo, o sea que equivale a un piedra libre para la carestía. A cambio de esto, el gobierno ha concedido reducir el límite del peso del ganado para faena a 220-240 kilos, como lo reclamaba la ‘oligarquía’. Asimismo, se comprometió a implementar un ‘plan ganadero’, que consiste en subsidios para financiar la cría y la retención del ganado. Al ordenar el mercado de acuerdo a los cortes de la carne, insinúa una tentativa de eliminar la comercialización de la media res, lo que ofrece a los frigoríficos que exportan la posibilidad de competir en el mercado interno. La Nación caracterizó a todo esto como “un acuerdo precario”, negándole al gobierno hasta el gesto del reconocimiento. La única posibilidad de que los precios de la carne no se disparen depende ahora del invierno, cuando la reducción de las pasturas obliga a vender una mayor cantidad de ganado. La exportación, supuestamente prohibida, sigue sin perturbación, amparada por “cartas de crédito” que en su mayor parte fueron truchadas antes de que se decretara la veda.


 


Mientras fracasa en controlar el precio de la carne, el gobierno zigzaguea con las tarifas de los servicios públicos. A Gas Natural le autorizó un aumento del 15%, para los consumos industrial y domiciliario, con retroactividad; después reculó, postergando la suba para el año que viene en el caso de las viviendas —de todos modos, la provincia de Buenos Aires dio la venia al aumento en el distrito. Según Clarín, existe un acuerdo con el gobierno de España para ‘normalizar’ las tarifas en el curso de 2006. Paralelamente, el Congreso votó la aplicación de “cargos específicos” en las facturas, para financiar inversiones, lo que es lo mismo que un aumento tarifario. Con todas estas medidas la inflación seguirá su curso para arriba. En una tentativa de controlarla, el Banco Central absorbe circulante monetario pagando tasas de interés cada vez más altas, lo cual aumentó la deuda pública y las ganancias de los bancos. La inflación ha incrementado, asimismo, la deuda externa indexada en seis mil millones de dólares en sólo nueve meses, y lo mismo ocurre con el pago de impuestos, como el IVA, por parte de los consumidores. El gobierno acumula alegremente los factores de una futura explosión. El aumento de la tasa de interés en Estados Unidos, hasta casi el 5%, y la suba del precio del oro, están mostrando una creciente fuga del dólar, que acabará en una devaluación o, alternativamente, en la recesión y depresión de la economía mundial.


 


Acuerdos de precios ficticios y una política de tarifas, que perjudican a todos y no terminan de satisfacer a nadie, se complementan con la negativa a aumentar el salario mínimo, el cual, a 650 pesos, está debajo del nivel de pobreza. De todos modos, la mitad de los asalariados no lo cobra. La principal ‘ventaja competitiva’ de los capitalistas resulta así el nivel salarial de ese conjunto de trabajadores, que sólo aumentó un 35% desde 2001, contra un dólar que subió un 200% y un índice de precios que lo hizo en poco más del ciento por ciento. El gobierno, por otra parte, quiere cerrar paritarias con aumentos anualizados del 16%, cuyo poder adquisitivo irá menguando con el correr del año. Pero los trabajadores no lo aceptan, como ocurre en el sindicato de la Alimentación y en numerosos bancos, cuyos empleados han rechazado el convenio firmado por Zanola. Asimismo, sigue vigorosa la lucha por el reencuadramiento sindical, lo que implica fuertes aumentos de salarios, como está pasando en el Subte y con los petroleros de Santa Cruz que revisten en la construcción. El gobierno tiene que atajar presiones, reclamos y luchas de todos lados; sale del paso como puede sin siquiera poder establecer un arbitraje durable.


 


¡Qué instructivo que es al respecto lo que ocurre en la ciudad de Buenos Aires! Si la muerte de seis trabajadores bolivianos (cuatro chicos) como consecuencia de un régimen esclavista de explotación hubiera ocurrido antes de la finalización del juicio a Ibarra, la ciudad habría explotado y se habría llevado puesto a todo el gobierno porteño. El asesinato social puso en evidencia que la industria local que gozaba de las ventajas del ‘creative design’, reposaba por entero en obreros que trabajaban por 70 centavos la hora. Hasta el momento, ni el gobierno ni el Congreso han reaccionado a este crimen premeditado, esto porque los cincuenta inspectores que hay en la ciudad evidencian el interés de hacer la vista gorda. El régimen político responde a la catástrofe social con la inercia. Prepara de este modo su propia catástrofe.


 


La otra masacre, la del norte de Salta, pone en capilla a otro gobierno más, el de Romero, responsable activo de la depredación natural que ha llevado a la catástrofe de todo el Departamento San Martín (y más allá también, en Jujuy y Catamarca). La reconstrucción de las provincias argentinas es imposible sin una completa reorganización social del país. Allí donde no hay plata para infraestructura básica, sobra para el subsidio al turismo y para la ampliación de los latifundios sojeros. En medio de gigantescos superávits fiscales los pueblos son arrasados por la falta de inversiones básicas. El ‘rey’ del noroeste argentino, el Banco Macro, ha ganado, sin embargo, lo suficiente para cotizar en Wall Street. Hay que unir la bronca popular para echar a Romero.


 


¿Quién ha olvidado el pase mágico de Kirchner en el discurso de inauguración del Congreso, proponiendo la ‘tregua’ de 90 días por las papeleras? En un mes, el gobierno hiper-activo ha caído en la hiper-depresión. Las papeleras no le han mojado la oreja a Tabaré sino a Kirchner, porque no fue el uruguayo el que propuso la ‘tregua’. Todo el planteo ha sido un puro ‘bluff’, porque el gobierno sabía que los pulpos no aguantarían un examen de control ambiental. Según algunas informaciones, Kirchner habría aceptado reducir el período de control ambiental a 45 días y habría aceptado parámetros de contaminación bastante elevados. Es incuestionable que las papeleras decidieron golpear a fondo ante esta muestra de una falta completa de política. Ahora Kirchner vuelve, como antes, a presionar por el levantamiento de los cortes, e incluso amenaza con un plebiscito. De tanto cacarear que su misión es ‘proteger a los argentinos’, Kirchner ha terminado en el triste papel de entregar lo que queda del río Uruguay.


 


Todos estos ‘contratiempos’ no son obstáculo para que el ‘entorno’ presidencial siga conspirando para lograr la reelección. Pero en este punto al gobierno lo superan las luchas de camarillas. Un ejemplo de ello es lo que ocurre en la Universidad de Buenos Aires, donde el kirchnerismo ‘moderado’ apoya a Alterini y el ‘jacobino’ busca un rector que los sirva directamente. Otro ejemplo es el desvergonzado pacto entre Aníbal Fernández y Luis Barrionuevo, que pretende consagrar al ‘gastronómico’ como el ‘pollo’ oficial para la gobernación de Catamarca.


 


Esta reseña de los últimos días da cuenta del equilibrio inestable que condiciona al gobierno y al régimen político en su conjunto. Hasta cierto punto, es un castillo de naipes. Intenta apoyarse en la cooptación de burócratas y organizaciones populares, pero a la larga sólo logra llevar al seno de éstos su propia crisis. Las reivindicaciones populares, que luego de la bancarrota de 2001 y de la devaluación se han vuelto más agudas y apremiantes, no tienen la posibilidad de encontrar siquiera un principio de salida con el gobierno y el régimen actuales. Luchando por esas reivindicaciones es necesario construir un partido independiente de la clase obrera. Existe un vacío político en las masas que las fuerzas clasistas y luchadoras deben llenar, pero en una forma política definida —construyendo un gran partido obrero.