Sobre las elecciones en Salta

Como lo dijéramos en la campaña electoral, Romero llamó a esta elección de convencionales para hacer plebiscitar su gestión luego de quedar muy mal parado por haberse bajado de la segunda vuelta en la que perdía, asociado a Menem.


Sin embargo, no lo hizo con el método del plebiscito, que habría sido un medio directo, ya que por sus características corría el peligro de ser rechazado, porque en ese caso sí habría habido distrito único para el conteo.


Utilizó entonces el método indirecto de elección de constituyentes, para poder usar la maniobra de la distribución tramposa de cargos, que lo lleva a tener 38 diputados con el 49% de los votos (en una cámara de 60 miembros)


Contaba, además, con el manejo monopólico del aparato del Estado (dinero, personal político, empleados públicos, jueces, Policía, bolsones, influencias), lo que le garantizaba el manejo coercitivo de los distritos chicos, además del caudal de votos de los distritos grandes (aquellos votos que dependen del Estado).


Así y todo, perdió por 3.000 votos.


Es decir que hoy debería estar armando las valijas para irse en diciembre, cuando vence su mandato.


Lógicamente, como lo que le interesa es quedarse para preservar sus negocios, no se va a ir, garantizándose la reelección con los 38 convencionales conseguidos por el método trucho antes mencionado.


Esto quiere decir que el rechazo que ha recibido del pueblo salteño – lectura que el propio Romero no ignora – , va a colocar su tercer mandato bajo la amenaza de una gran inestabilidad, y con una deuda de 2.000 millones de pesos; tarde o temprano deberá enfrentarse con las masas.


Con el agravante de que la fuerza que se consolida y aparece pujante en la oposición es el Partido Obrero.


Sus 27.727 votos en capital (15,5%), la altísima votación en los distritos del interior rompiendo el aparato coercitivo y clientelista, la vertiginosa extensión territorial que ha alcanzado, colocan al PO como la dirección potencial del pueblo salteño en la crisis que se prepara.


Lejos de desmoralizar a los trabajadores con esta victoria amañada, Romero está dando sus últimos manotazos de ahogado.