Sindicales

25/10/2001|726

Aerolíneas Argentinas: Peor que nunca

La entrega de Aerolíneas Argentinas al grupo español Marsans no ha alejado la perspectiva del vaciamiento de la empresa y aún de su quiebra. Tampoco ha alejado -al contrario, la ha hecho más inminente- la perspectiva de un ataque en regla a las condiciones de trabajo de sus empleados y hasta de despidos. Esta es la primera conclusión a la que deben atenerse los activistas y los trabajadores de Aerolíneas para orientarse en la nueva situación.


La convocatoria de acreedores que estableciera oportunamente la Sepi le permitirá al grupo Marsans, como señala el diario español El País (7/10), “cambiar las condiciones de trabajo casi a gusto”. (7/10) Marsans viene por lo que la Sepi no ha podido imponer: el ‘Plan Director’. En esta dirección, Antonio Mata, el nuevo presidente de AA, anunció que “planea reducir entre 15 y 20% los salarios del personal y que en compensación les ofrecerá que vuelvan a controlar el 10% de la empresa a través de un programa de propiedad participada (…) se les va a dar acciones que podrán canjear, si quieren, en un plazo de tres años” (Clarín, 23/10). Es decir que la “compensación” queda librada a la hipotética viabilidad de AA. Marsans prepara despidos bajo la forma encubierta de los ‘retiros voluntarios’, y hasta no se resigna a una reducción directa del personal: se ha comprometido a mantener la estabilidad por dos años… “salvo un acuerdo al respecto con los gremios” (Ambito Financiero, 3/10).


La convocatoria de acreedores permite a Marsans renegociar sus deudas y financiarse con sus acreedores. Mata fue muy claro cuando indicó que “los acreedores deben entender que es mejor algo que nada” (Ambito Financiero, 19/10). Se plantea, incluso, que los acreedores aporten parte del capital de la nueva empresa: “(se) abrirá el capital de Aerolíneas a nuevos socios (y) no estaría mal visto que sea alguno de los principales acreedores…” (Clarín, 23/10). Entre los acreedores de Aerolíneas se encuentra el propio Estado argentino, al que Marsans le reclama exenciones impositivas y subsidios cuando sostiene que “el sobrecosto fiscal de Argentina es del 28%” respecto de Estados Unidos o Europa (ídem).


AA se financiará con sus acreedores y sus trabajadores, lo que explica que Marsans se haya hecho cargo de la empresa sin poner un centavo y sin adquirir un compromiso cierto de aportes de capital. Más aún, el mantenimiento de la convocatoria permitirá disolver todas las responsabilidades del oscuro tema de la deuda de Aerolíneas y su vaciamiento por la Sepi.


Amparada en el concurso, AA-Marsans se apresta a lanzar una “guerra de tarifas” contra sus competidores locales, a los que pretende empujar a la quiebra; una situación de la cual no están muy lejos. Su principal competidor, Lapa, también está en convocatoria y con una situación financiera extremadamente delicada. La recaudación que AA obtenga por la venta de pasajes irá, no al pago de sus deudas refinanciadas, sino a agudizar la guerra contra las competidoras, lo que plantea una escala de despidos y de rebajas salariales y flexibilización de las condiciones de trabajo en todas las líneas aéreas.


Todo esto pone en evidencia el fracaso del argumento de la “defensa de la línea de bandera”, esgrimido por el conjunto de las direcciones sindicales aeronáuticas y que se ha convertido en un instrumento de ataque contra los trabajadores. No es por azar que hoy Marsans retoma esa consigna -“Ahora sí, todos somos Aerolíneas”- para plantear la rebaja de los salarios y el empeoramiento de las condiciones de trabajo.


En su guerra contra la competencia, AA-Marsans anunció que “sólo volará las rutas rentables” (La Nación, 4/10), lo que significa que continúa el proceso de vaciamiento comercial y de desintegración del transporte aéreo nacional iniciado por la Sepi. Esta perspectiva se ve potenciada porque, como Iberia, Marsans es competidora de Aerolíneas ya que opera una línea aérea -AirComet- que opera entre Argentina y Europa.


Nada de esto, sin embargo, supera la perspectiva de la quiebra. En primer lugar, porque si fracasa en su intento de empujar a sus competidores a la quiebra, la que caerá en esa situación será la propia AA-Marsans. Entonces, las acciones que les haya entregado a los empleados a cambio de la rebaja salarial no valdrán el papel en que estén impresas.


¿Y si tiene éxito, es decir, si logra enviar a la quiebra a sus competidores, y dejar en la calle a los 7.000 aeronáuticos que trabajan en esas empresas? Entonces Marsans habrá “revalorizado” Aerolíneas y estará en condiciones de venderla al mejor postor. Esta es, en última instancia, la perspectiva con que Marsans y la Sepi encaran su “operación Aerolíneas”, algo en lo que la Sepi fracasó oportunamente porque no pudo derrotar a sus competidores argentinos.


La naturaleza parasitaria, antiobrera y antinacional de la entrega de Aerolíneas al grupo Marsans replantea la perspectiva estratégica de la lucha de los trabajadores de AA en defensa de sus salarios, condiciones y puestos de trabajo: la estatización de la empresa bajo el control de los trabajadores.