Sindicales

22/10/2009|1105

Aportes a la Conferencia Sindical que convoca el Partido Obrero

El próximo 14 de noviembre tendrá lugar una conferencia sindical convocada por el Partido Obrero, en la que participarán delegados e invitados de todas las provincias y de todas las concentraciones industriales de Argentina. En sus objetivos figura encarar las campañas que reclama la situación actual de la crisis capitalista y de las luchas, pero su objetivo de fondo es desarrollar una discusión sobre la estrategia de los luchadores sindicales. El texto que se va a leer es un borrador. En lo esencial, pretende caracterizar el presente histórico del movimiento obrero en Argentina y determinar una política y una táctica adecuadas a esta situación. Cuando más agudas y apremiantes son las luchas en curso, más resulta necesario caracterizar la situación de conjunto.
1. El movimiento sindical atraviesa una etapa de transición política. De un lado, la vieja burocracia sindical, ahora con el ropaje del moyanismo y de una CTA en parte kirchnerizada, asiste a una crisis irreversible. Del otro lado, se desarrolla de nuevo un movimiento clasista en los sindicatos, que tiene su origen en la emergencia del Cuerpo de Delegados del Subte, que arranca de antes del argentinazo, y la conquista de la jornada de seis horas, y en varias ocupaciones de fábrica  contra el vaciamiento de empresas. La tarea que tiene por delante la nueva generación de luchadores es completar esta transición política para reestructurar al movimiento sindical sobre una base clasista.


La historia del movimiento obrero de Argentina ha estado marcada por sucesivas etapas de transición. No se trata aquí de mencionar a todas o a las más importantes, sino demostrar el esquematismo que confina al movimiento obrero a un largísimo período de inmovilismo político dominado por la burocracia sindical integrada al Estado y ligada al peronismo. En los últimos treinta años, el movimiento obrero ha conocido las siguientes etapas:


a) De un lado, la reestructuración de la CGT bajo la figura de Ubaldini, que arranca desde mucho antes de la retirada de la dictadura y que anticipa esa caída; del otro, el desarrollo de una tendencia parcialmente independiente de la burocracia sindical, que se manifestará, por sobre todo, en el ingreso de la corriente clasista de la Naranja, como tendencia autónoma, en la dirección Sindicato Gráfico; en la expulsión de West Ocampo del sindicato de la sanidad de la Capital; en el desarrollo de fuertes corrientes “naranjas” en la Uocra y en el surgimiento de una nueva dirección en la seccional de Neuquén, y en el cambio de dirección en Ctera (que pasa al control de la actual Lista Celeste). Esta etapa se cierra, en parte, con la derrota de la gran huelga indefinidida de docentes, en 1988, y con la capitulación de la nueva dirección de Sanidad ante la burocracia. Esta transición ingresa en una crisis profunda con la reestructuración que impulsa el gobierno de Menem en la dirección de la economía y de la política, concretamente, las privatizaciones y la convertibilidad. Este giro demuestra dos cosas: uno, que la transición política en los sindicatos se encuentra condicionada en forma estrecha con la evolución general de la crisis política en el país; dos, que el seguidismo político a la burguesía nacional y al peronismo, por parte del llamado progresismo sindical, ofreció un instrumento político para someter al movimiento obrero desde el Estado. Estas lecciones destruyen desde la raíz la tesis que sostiene la posibilidad de desarrollar un movimiento sindical clasista ligado a la burguesía nacional o incluso políticamente neutral;


b) El reordenamiento de las relaciones sociales que establece el menemismo inaugura una nueva transición sindical. De un lado, se establece una CGT ligada a las privatizaciones y a la defensa de la flexibilidad laboral, mientras del otro lado se desarrolla una oposición que tendrá a la cabeza un frente formado por el MTA (Moyano), la CTA (De Gennaro) y la CCC (el Perro Santillán). En este período, el clasismo se encuentra aislado y juega como segundo violín de las iniciativas del frente sindical de oposición a la burocracia de los ‘gordos’ de la CGT. El frente opositor se sumó al recambio político que impulsaba la burguesía afectada por la política menemista; este recambio se concretará con la victoria de la Alianza, en 1999.


Esta etapa se cierra enseguida después de la victoria de la Alianza con la movilización que convoca Moyano en febrero de 2000. Se rompe de este modo el frente de las direcciones opositoras, ruptura que es definitiva a partir de diciembre de 2001.


El período del gobierno de la Alianza puso de manifiesto los límites insalvables de la CTA, que opera como correa de transmisión del gobierno de turno, y que se manifestará en forma grosera en la oposición de sus dirigentes al levantamiento popular de 2001. El planteo de la CTA (pluralismo de centrales sindicales y sindicatos, y organización policlasista con la incorporación de las pymes y los sectores del capital agrario de la FAA a la central sindical) se agota en esta etapa como consecuencia de su responsabilidad en el gobierno de la Alianza.


En la actualidad, la burocracia de la CTA pretende obtener su reconocimiento gremial actuando como comparsa del kirchnerismo.


2. La transición actual está marcada por fenómenos diversos. Desde antes de la crisis de 2001 se produce la unificación nacional del movimiento piquetero, en el cual convergen numerosas organizaciones políticas y distintas expresiones de base del movimiento obrero. Por su militancia enérgica, el movimiento piquetero será, durante un período importante, el auxiliar principal de las manifestaciones de luchas de clases en las empresas y los sindicatos, como ocurre en el Subte y en las numerosas fábricas que enfrentan los despidos mediante la ocupación de las instalaciones. La combatividad que manifiestan los primeros núcleos sindicales que se desarrollan al margen de la burocracia reconoce la influencia del movimiento piquetero. En una primera fase de la crisis abierta en 2001, la burocracia sindical se mueve a la deriva. Con el ascenso de Kirchner encuentra un nuevo eje político: el gobierno K, su planteo de protección de la burguesía industrial mediante una moneda devaluada y, como moneda de cambio, la convocatoria de las paritarias y la modificación de unas pocas leyes laborales del menemismo (pero preservando la reforma laboral Banelco, que establece los convenios articulados y reglamenta la flexibilidad laboral). La reconstrucción del Estado que emprende el kirchnerismo habilita al moyanismo a: uno, tomar bajo su dirección a la CGT; dos, impulsar las movilizaciones de reencuadramiento sindical para plantear la nivelación hacia arriba de los convenios de trabajo. Esta acción le permite lanzar una ofensiva limitada contra la burocracia de los ‘gordos’ y el manejo de las cajas sociales. El frente moyano-kirchnerista se da a sí mismo un tono populista para clausurar el desarrollo piquetero, mediante la cooptación, y para contener las tendencias de izquierda en el movimiento obrero.


Agotamiento del kirchnerismo y crisis mundial


3. La transición política que se plantea ahora en el movimiento obrero es un resultado de factores concurrentes. Pero tienen una misma matriz política: el veloz agotamiento del kirchnerismo. De nuevo: el proceso sindical se encuentra condicionado por factores sociales y políticos de conjunto; esto no se debe perder nunca de vista. El kirchnerismo consolida la pérdida de poder adquisitivo del salario generada por la crisis de 2001. Con la inflación y la crisis mundial, el poder adquisitivo de los obreros sindicalizados ha vuelto a caer, mientras tienen lugar despidos masivos y suspensiones, en especial entre compañeros contratados. El agotamiento del periodo kirchnerista se manifiesta, en lo relativo a los sindicatos, en la suspensión de las paritarias, lo cual implica una ruptura del equilibrio inestable entre el Estado y las patronales, de un lado, y los sindicatos, del otro. Otra manifestación de la quiebra de este equilibrio es la impotencia oficial frente al vaciamiento patronal, como se ve en Massuh, Mahle, Civec y hasta en Paraná Metal, y en la crisis que sufren las gestiones de las empresas recuperadas existentes.


La crisis capitalista mundial abarca un extenso período, que cubre varias etapas –desde antes de la década del ’70. Todas las crisis nacionales fueron detonadas por tal o cual fase de la crisis mundial. La bancarrota capitalista que se desarrolla desde mediados de 2007 no es, por lo tanto, la interrupción de un proceso de estabilidad. La condición social de las masas sigue una curva descendente, zigzagueante en el tiempo y desigual según las categorías de trabajadores, desde hace cuarenta años. En el momento actual, a la ola de despidos determinada por la recesión industrial, la acompañan fuertes reestructuraciones laborales. La tendencia a salir de la crisis pasa por una acentuacón de la presión de las patronales. El mejor ejemplo son los planes de Kraft para sustituir los tres turnos por el turno americano de dos y su continuo desconocimiento de las categorías. Exactamente los métodos a los que se atribuyen la ola de suicidios en France Telecom.


La bancarrota capitalista priva de márgenes de maniobra a la burocracia sindical, la cual en todo el mundo, sin excepción, se ha adaptado a los planes de rescate de los capitalistas por parte del Estado. Su línea general es aceptar los despidos de contratados; apelar al seguro al parado; financiar las suspensiones con recursos estatales. Para la burocracia, aparentemente, la crisis sería de corta duración por obra de la intervención del Estado. Pero pretende desconocer que la recuperación está condicionada a una enorme reestructuración laboral contra el proletariado. El inmovilismo de las burocracias sindicales está produciendo, como consecuencia, estallidos parciales y localizados de numerosos contingentes de trabajadores en la mayor parte de los países y una crítica cada vez mayor a la burocracia. La crisis fiscal que provoca la bancarrota capitalista y las operaciones de rescate se comienza a manifestar en despidos de trabajadores del Estado y en huelgas generales de este sector. La transición en los sindicatos se manifiesta en todo el mundo de un modo vacilante e irregular, pero en muchos de ellos (Argentina, Brasil, México o Corea del Sur y hasta China) es una tendencia que pugna por abrirse paso.


Una nueva dirección


La culminación del tránsito político en cuestión consiste en la expulsión de la caduca burocracia sindical y en el desarrollo de una dirección revolucionaria. Este fue el planteo de los años ’70, cuando la tendencia clasista adquirió su mayor vigor. La transición no se completó debido a diversas limitaciones políticas y fue liquidada por la feroz derrota propinada por la dictadura militar. Hay que destacar que para poner fin a esa transición fue necesaria una modificación feroz del conjunto de las condiciones políticas. No fue contenida ‘pacíficamente’ por parte de la burocracia sindical (que, por otra parte, tuvo que aliarse a la Triple A) ni del movimiento peronista. En la situación actual, a diferencia de los ’70, ninguna de las corrientes que actúa en el movimiento obrero plantea el objetivo de una nueva dirección, de carácter clasista, lo cual es la expresión de una adaptación al marco democrático. Las distintas tendencias que se ubican en la izquierda del movimiento obrero, con excepción del Partido Obrero, plantean un desarrollo ligado a la CTA, a la cual le atribuyen un rol ‘protector’ (a pesar suyo) del crecimiento clasista. No es casual que esté ausente en la izquierda una caracterización de la transición sindical, o sea de sus tendencias agonizantes y de sus tendencias emergentes. La transición es un movimiento de negación de la situación existente. La transición expresa, por un lado, la disolución y descomposición del sindicalismo de colaboración de clases integrado al Estado y, por el otro, el desarrollo de una nueva perspectiva histórica en el movimiento obrero.


La CTA se encuentra integrada al Estado a igual título, aunque bajo formas diferentes, que la CGT. Desarrolla el colaboracionismo de clase en una forma incluso superior, pues sus estatutos prevén la integración de sectores autónomos, con la intención de neutralizar a los que se encuentran sindicalizados, o incluso a sectores que explotan trabajo asalariado. Desde el punto de visto político se ha asimilado a la burocracia de la CGT, pues forma parte del gobierno kirchnerista. La oposición interna al oficialismo en la CTA es muy variada, pero (a excepción del PO) es circunstancial, no de principios, pues no concibe a los sindicatos como escuela de la lucha de clases y de la revolución social. Al igual que en la CGT, están ausentes los planteos básicos de la democracia y autonomía sindicales: renovación y revocabilidad de mandatos; soberanía de las asambleas; plenarios de delegados con mandato; ruptura con el gobierno e independencia del Estado. No puede hacerse una distinción de principios entre las fracciones de Yasky y De Gennaro. En el conflicto agrario fueron apéndices de dos fracciones opuestas de la burguesía. La CTA ha fracasado en toda la línea como posibilidad alternativa; es, a todos los fines prácticos, un complemento de la burocracia de la CGT, con la cual comparte la dirección de varios sindicatos, por ejemplo, Foetra. El conflicto en Kraft no solamente la tuvo mirando desde la tribuna (mientras apoyaba, simultáneamente, otras acciones del gobierno), sino que puso de manifiesto su hostilidad a secundar, siquiera, una lucha que delimitó campos a nivel nacional. Esta descomunal incapacidad le salió por la culata, pues terminó en una ratificación de la negativa, de parte del gobierno, a concederle la personería sindical. Los supuestos protectores quedaron a la intemperie. Es consecuencia de su ilimitada cobardía política.


4. La transición política en el movimiento sindical tuvo en los últimos meses manifestaciones aleccionadoras. En el Subte, Kraft, Mahle, Massuh, Paraná Metal, Cive, Ingenio El Tabacal, los petroleros de Santa Cruz, docentes de Suteba. Recientemente, esta tendencia cobró un relieve extraordinario con la votación extraordinaria de la Lista Multicolor en las elecciones para Consejo en Suteba. Estos procesos, que la prensa devalúa como ‘internas’, son manifestaciones concretas de la tendencia a la disolución de la burocracia sindical y al desarrollo de un nuevo período político. En estos y otros miles de casos similares (papeleros, petroquímicos, varias seccionales metalúrgicas, mineros), la mediación de la burocracia (colaboración de clases) es quebrada por una tendencia de los trabajadores a reapropiarse de su organización.


Es una tendencia a la reorganización social y política sobre nuevas bases. Es por esto que esas movilizaciones evocan un movimiento de solidaridad abierto o difuso en las masas, e incluso crisis políticas. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la crisis de la dominación política de la burguesía. Se ponen de manifiesto las contradicciones de la limitada democracia capitalista y de la conciliación de clases.


Otro aspecto de la disolución de la burocracia es su creciente implicación en corrupciones económicas que sacuden a la sociedad o su vinculación con actividades y con crímenes mafiosos. La mayor parte de la burocracia, incluida la de la CTA, se ha convertido en una casta semi-patronal o semi-capitalista.


La transición de la que estamos hablando está vinculada a una transición histórica más amplia, que la pone en perspectiva y determinada su contenido. Nos referimos a la bancarrota capitalista internacional y a la carga suplementaria que impone a las masas. Las reivindicaciones más elementales del período en curso (derecho al trabajo, ingreso mínimo igual al costo de la canasta familiar), así como aquellas que tienen que ver con las conquistas perdidas (recuperación de las ocho horas y del contrato laboral por tiempo indeterminado, control de los ritmos de producción, libertad de afiliación sindical); estas reivindicaciones son contradictorias y, en cierto punto, incompatibles, con el régimen capitalista; en todo caso requieren un despliegue de la acción directa de las masas. En estas condiciones, la transición sindical está presidida por un contenido anticapitalista. La crisis de conjunto del capitalismo pone en relieve el abismo que separa a las masas y al movimiento clasista de la burocracia sindical.



Programa y organización



5. La transición política en el movimiento obrero solamente puede ser completada a partir de un programa y por medio de una organización. Destacar de la forma más aguda su tendencia no debe hacernos pasar por alto su carácter embrionario. Esto significa que es necesario un sistemático trabajo de preparación, que puede verse apremiado por una aceleración del ritmo de la crisis y de la lucha entre las clases. Esta preparación necesita desarrollar las agrupaciones clasistas, por lo menos en los sindicatos principales. Significa un trabajo planificado para sortear las represiones de la patronal y de la burocracia; un trabajo de propaganda y formación política; la organización de la intervención en las luchas mediante la agitación y la organización. El llamado a formar movimientos nacionales, bajo la influencia de acontecimientos episódicos, está condenado al fracaso. Es necesaria una maduración política sobre la base de la lucha y de la organización.


Los nuevos movimientos sindicales no solamente existen como oposición en los sindicatos; tienen también expresiones dirigentes en distintos niveles, que han surgido con independencia de la CGT y de la CTA. Son los casos del Cuerpo de Delegados del Subte; de los ceramistas de Neuquén; de varias seccionales de Suteba; del nuevo cuerpo de delegados del Tabacal –más allá de esto, de numerosas internas en sindicatos como gráficos, papeleros, metalúrgicos, docentes, periodistas, no docentes, mineros, pintura, ferroviarios, televisión, telefónicos, docentes universitarios, neumáticos, carne, entre otros. No han nacido por la acción de ningún aparato, vieron la luz como consecuencia de la lucha. Su perspectiva objetiva apunta a expulsar a la burocracia de los sindicatos y organizar una dirección anticapitalista y revolucionaria. El planteo de contener estas expresiones parciales de nueva dirección en el campo de la CTA, para desarrollarse bajo su alero, equivale a su liquidación política. Este movimiento solamente puede desarrollarse por medio de la delimitación con la CTA, la cual es una burocracia que opera como una rueda auxiliar del Estado. Es necesario confrontar con el planteo ‘pluralista’ de la burocracia de la CTA, en primer lugar por medio de un programa, no escamotearlo. La crítica a la política de la CTA y la denuncia de su fracaso para ofrecer una alternativa a la burocracia de la CGT servirán para abrir un proceso de deliberación y debate. Esto significa que se convoque a un Congreso de bases de la CTA y de todos sus sindicatos, o sea un Congreso de delegados electos y con mandato. Con este planteo de Congreso de Bases, las nuevas direcciones clasistas podrían proponer un frente único a las corrientes combativas dentro de la oposición a la burocracia que existen, multivariadas, en la CTA. El planteo de una disolución dentro de la CTA está directamente ligado al abandono del planteo de una nueva dirección, de carácter clasista, del movimiento obrero.


Como se ha dicho, es necesario, en el próximo periodo, desarrollar las agrupaciones que ya existen o formar otras nuevas – por lo menos en los sindicatos principales– y, por lo tanto, desarrollar los instrumentos para su trabajo – en primer lugar los boletines o prensas sindicales– que en muchos casos deberán circular de mano en mano o en forma ‘clandestina’. En numerosos casos, estas agrupaciones se encuentran en relación con otras agrupaciones que también son críticas de la burocracia sindical, pero que actúan con otras bases y perspectivas políticas – como ya se señaló, la tendencia a la adaptación a la burocracia de la CTA y el retiro del planteo de una nueva dirección. En estos casos es necesario combatir el faccionalismo, que es siempre un factor desmoralizante en el trabajo sindical. La comprensión del carácter transicional de este período servirá para destacar los objetivos de conjunto del nuevo movimiento obrero y clarificar su política y sus métodos.



6. La conferencia sindical que convoca el Partido Obrero debe ser organizada minuciosamente, o sea con una discusión clara con todas las agrupaciones y activistas invitados, y preparada con reuniones e intercambios de opiniones, que se manifiesten en contribuciones y aportes al programa, desde todo origen. Entre los grandes temas, se apuntan: a) un programa de reivindicaciones frente a la crisis capitalista; b) una campaña para la reapertura de las paritarias con delegados electos; c) el destino de las fábricas recuperadas y la crítica a la autogestión bajo el capitalismo; d) el método de desarrollo de las agrupaciones sindicales; e) los métodos de una campaña nacional de apoyo a las luchas, como las que protagonizan el Subte, Kraft, Mahle y Paraná Metal, o el conflicto potencialmente explosivo de los pulpos del ramo con los trabajadores petroleros; y los métodos de una campaña por una huelga nacional de la CGT y de la CTA.