Sindicales

8/2/2007|980

Impusimos la expropiación contra el gobierno… y los agoreros

Caro, Daer, Tinnirello, la izquierda trucha


El gobierno nacional acaba de anunciar la expropiación del Hospital Francés, que pasaría a la orbita del Pami. Estamos en presencia de un triunfo incuestionable de la lucha de los trabajadores. Los compañeros del Francés forzaron al Estado, por medio de la acción directa, a estatizar el Hospital.


 


Quien haya seguido los avatares del conflicto sabe que estaba fuera de los planes del gobierno una medida de esta naturaleza. Cuando el Hospital entró en terapia intensiva, como resultado del vaciamiento, las autoridades procuraron mirar para otro lado, sosteniendo que el Francés era una institución privada y que la resolución del problema estaba fuera de su competencia y jurisdicción. Repetían la misma conducta que asumieron respecto del Antártida, el Israelita y tantos otros centros de salud víctimas, también, de vaciamientos, que terminaron desangrándose y cerrando sus puertas ante la parsimonia oficial. Esta actitud, incluso, era más marcada, pues una parte del Estado kirchnerista, en particular Alberto Fernández, estaba implicado directamente en el vaciamiento originado, años atrás, en la asociación fraudulenta del Hospital con el grupo Bapro, del cual el jefe de Gabinete era funcionario.


 


En el caso del Francés, el final fue diferente exclusivamente como consecuencia de la imponente, obstinada y perseverante acción de los trabajadores. Importa destacar que cuando la administración kirchnerista se vio forzada a poner la cara bajo la presión ejercida por los trabajadores y el alto voltaje político que iba tomando el conflicto, procuró circunscribir su acción a una ayuda pasajera. El subsidio que terminó concediendo la Legislatura porteña fue por única vez.


 


Los cálculos del gobierno, sin embargo, fueron superados por los acontecimientos. Un auxilio estatal aislado no podía detener la hemorragia. La estructura montada por los vaciadores y por la conducción del Hospital seguía en manos de éstos. Este escenario resultaba incompatible con la continuidad del Hospital. El gobierno no tuvo más remedio que intervenir el Francés, pero aun en esas nuevas condiciones la política oficial apuntó a una salida privatista. La intervención, que recayó en manos del joven “K” Salvatierra, se dirigió a imponer, con el concurso de la patota, una salida que condujera a la reprivatización del Hospital, previo desguace y recorte de una parte considerable de sus servicios. El hospital residual que proyectaba el interventor y que sería la fuente de un nuevo negociado planteaba como requisito, obviamente, el despido masivo de los trabajadores.


 


Esta tentativa, como ya conocemos, fracasó, pero es sabido que en la transición abierta, tras la caída de Salvatierra y su patota, el gobierno estuvo barajando diferentes alternativas enderezadas a salvar el proyecto privatizante, entre ellas la formación de un fideicomiso. La presencia empresaria en el consejo consultor que el gobierno armó a fin de año para dar una salida a la crisis (con directivos de Renault y otras empresas francesas) apuntaba en ese dirección.


 


El primer y gran derrotado con este desenlace es la Casa Rosada. Pero tampoco se salva el gobierno de Telerman. El jefe porteño mostró la hilacha, ya que su ministro de Economía puso palos en la rueda para cobrar el subsidio otorgado. Pero Telerman fue más lejos y por boca de su ministro de Salud, Miccelli, fue muy claro en que el tema del Francés era un asunto cerrado y que los trabajadores no podían esperar más nada del Gobierno de la Ciudad. La única excepción era colaborar con la reubicación de los pacientes en caso de incapacidad del Hospital para atenderlos. En otras palabras, ayudar a enterrar de la forma más indolora al muerto.


 


El segundo gran derrotado es la burocracia de Atsa. La dirigencia gremial ha tenido el triste mérito de acompañar y ser artífice de gran parte de las salidas que se fueron pergeñando, a contramano de las aspiraciones de los trabajadores. Daer y sus compinches se alinearon con los vaciadores del Hospital, y atacaron a los trabajadores que salieron a enfrentarlos. Alentaron el regreso de Tossi, el jefe de los vaciadores, que tuvo que alejarse cuando la situación se hizo insostenible. No tuvieron el menor reparo en atacar a la representación gremial combativa del Hospital, a quien responsabilizó por poner en palos en la rueda para la reconstrucción del Hospital. Esta alianza con los vaciadores no le impidió que, llegado Salvatierra, terminara haciendo causa común con la Intervención. Con la crisis de la Intervención, se dio maña para reubicarse y acompañar al gobierno en esta nueva etapa de transición. La burocracia ha tenido un papel central en la elaboración del acta por el cual se establece una reducción salarial que asciende en términos efectivos al 40 ó 50 por ciento del sueldo y se congela el pago de la deuda salarial de varios meses que el Hospital debe a los trabajadores.


 


Pero además hay otros derrotados, entre los que podemos incluir a Luis Caro, a Luis Tinnirello, e incluso a sectores de la izquierda. En medio del conflicto, el puntero progubernamental de las fábricas recuperadas procuró convencer infructuosamente a los trabajadores sobre las ventajas de seguir el camino del Israelita. Viene al caso señalar que hoy sólo se conservan los despojos de dicho hospital, y la cooperativa que Caro propone como modelo apenas reúne una ínfima proporción del plantel original, el que, además, desempeña sus tareas en condiciones de extrema precariedad, tanto salarial como laboral y productiva. Tinnirello también ofreció sus buenos oficios y, luego de elaborar un proyecto de expropiación que, como era de esperar, tropezó con el rechazo de las bancadas patronales, rápidamente lo reemplazó por otro supuestamente más “realista”, a la medida del paladar del oficialismo, en el que desaparecía de escena el planteo de nacionalización del Hospital. Una franja de la izquierda sucumbió a las presiones del Estado, colgó los botines y también se sumó a la cruzada “realista”. En nombre de ese supuesto realismo, llamó a buscar salidas acordes a la correlación de fuerzas y aceptar los retiros voluntarios y el traspaso de una parte del personal a la administración pública. El punto culminante de esta capitulación fue el boicot a la carpa puesta en pie por un núcleo de despedidos, que se convirtió en el principal foco de resistencia en los momentos más difíciles del conflicto, cuando Salvatierra tenía la iniciativa y venía cortando cabezas.


 


No es exagerado decir, como lo indica el título, que logramos este triunfo desafiando al gobierno, a la burocracia y a los infaltables agoreros. El “realismo” se demostró que está de nuestro lado y no del de ellos. No del lado de los que se someten al Estado capitalista, sino de los que luchamos por una transformación revolucionaria del orden social vigente.