Sindicales

30/10/2008|1061

Murió Jorge Triaca: Un traidor exitoso

Jorge Triaca fue, sin discusión, un tipo exitoso. Logró el ideal del traidor: saltar de un sillón de burócrata sindical a una poltrona del Jockey Club (lo cual, cierto es, habla también de la decadencia de ese antro de oligarcas lustrosos, venidos a menos porque Grobocopatel y Benetton les arrebataron las estancias).

Al momento de su muerte, el miércoles 22 (tenía 67 años, no 78 como le atribuyeron los diarios) se había convertido, desde hacía tiempo, en un jubilado rico: tenía una casa en la exclusiva La Horqueta, un chalé de tres plantas en Pinamar, propiedades en Miami, varios studs, un haras, caballos de carrera y la estancia La Revancha, de 800 hectáreas en Tandil. Eso, por lo menos, era lo que se le conocía.

Recordar la trayectoria de ese jubilado rico, de ese traidor ideal, tiene la utilidad de que obliga a repasar un periodo amplio de grandes luchas del movimiento obrero, que en todos los casos tuvieron a Triaca entre sus peores enemigos.

En 1969, el año del Cordobazo, Triaca saltó a la secretaría adjunta del sindicato de trabajadores plásticos. Casi enseguida, las pugnas internas de la burocracia lo depositaron en la secretaría general. Fue parte del sector gremial llamado de los “participacionistas”, con Rogelio Coria (Uocra) y otros por el estilo; es decir, de la franja burocrática aliada con la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970) incluso a espaldas y a veces en contra de Juan Perón.

Cuando Onganía derrocó al radical Arturo Illia en 1966, Perón formuló una convocatoria explícita a no luchar: “Desensillar hasta que aclare”, fue su consigna, y el caudillo metalúrgico Augusto Timoteo Vandor estuvo en el acto de asunción del jefe golpista. Onganía era “un buen soldado”, añadió el general exiliado.

Sin embargo, el “buen soldado” intentó, como todo bonapartista, desarrollar su juego propio y logró cooptar para eso (el recurso no es nuevo) a un racimo de burócratas como Coria y, por supuesto, Triaca. Trataba de gatear el “peronismo sin Perón”, según lo definía Vandor.

Cuando la lucha política separó a Vandor de Onganía (casi enseguida el jefe de la UOM fue acribillado a tiros en el edificio de su sindicato por un comando de la agrupación Descamisados, que más tarde se fusionaría con Montoneros), el sector al cual adhería Triaca rompió con Vandor y se quedó con Onganía, aunque éste ya era un cadáver político y muy poco después los militares lo derrocaron.

De todos modos, en ese periodo y hasta el golpe de 1976, Triaca se mantuvo en un segundo plano. Su verdadera historia de traidor exitoso empezaría en las postrimerías de la dictadura militar.

Patrón y represor

La dictadura conoció su primer punto de inflexión en abril de 1979, cuando intentó imponer una nueva ley de asociaciones profesionales que habría barrido la organización sindical del movimiento obrero argentino, incluida la burocracia. La resistencia proletaria al régimen militar, que había comenzado en los primeros días del golpe, hizo eclosión entonces: el 25 de ese mes una huelga general dejó al país casi paralizado.

Una franja de la burocracia, con todas sus limitaciones y en defensa de su propio lugar, decidió dar pelea porque sabía que había con qué. Otro, en cambio, procuró sobrevivir como se pudiera a la sombra de Videla. Así se organizó primero la Comisión de los 25 y enseguida la llamada CGT-Brasil, con Saúl Ubaldini a la cabeza y dirigentes como Hugo Curto y José Pedraza. Ellos constituyeron el sector “contestatario”; es decir, el de aquellos que se respaldaban en la movilización obrera para utilizarla a modo de prenda en sus pugnas y negociaciones con los militares.

Triaca, cual corresponde, estuvo en la otra vereda. En 1982 asumió la secretaría general de la CGT-Azopardo, única reconocida por la dictadura, casi una dependencia del Ministerio de Trabajo. Junto a Triaca, ahí estuvo el mercantil Armando Cavalieri, quien aún cumple la misma función de alcahuete de los patrones contra todas y cada una de las luchas de los trabajadores del gremio. Triaca permaneció fiel a los militares -una de sus pocas lealtades- aun después de la caída del régimen. En 1985, durante el juicio a las Juntas, declaró que a él “no le constaba” que hubiera habido desaparecidos. Ese año fue elegido diputado nacional en alianza con Herminio Iglesias (hay que decir en su favor que no estuvo solo: también el Partido Comunista votó e hizo campaña por ese puntero fascista del PJ bonaerense).

Con Carlos Menem, impulsado por el pulpo Bunge&Born, fue ministro de Trabajo. Desde el primer momento, fue un represor de mano dura y más que dura contra las luchas obreras que resistieron las privatizaciones de Entel, Aerolíneas Argentinas y los ferrocarriles. Cuando renunció a ese cargo en 1992, el Jockey Club lo aceptó entre sus socios. Dijo entonces que la estrofa de la marcha peronista que dice “combatiendo al capital” sólo era “una licencia poética”. En verdad, no dejaba de tener razón: después de todo, Perón había dicho tempranamente, en agosto de 1944, durante un discurso en la Bolsa de Comercio, que “los capitales no encontrarán mejor amigo que yo”.

Apenas dejó el Ministerio de Trabajo, tuvo su premio mayor: fue interventor de la Sociedad Mixta Metalúrgica Argentina (Somisa). “Entre él y su sucesora, María Julia Alsogaray, cumplieron con el traspaso a manos privadas de la acería por 152 millones de dólares, cuando estaba valuada en alrededor de 3 mil millones, y con 4 mil de los 12 mil trabajadores que había antes del proceso” (Clarín, 23/10).

Debió dejar su gestión en Somisa al ser procesado por cobrar coimas en la compra de dos nuevos edificios para la empresa, aunque fue sobreseído gracias a los jueces de la servilleta de Carlos Corach. Después del menemato se refugió en un ostracismo lujoso y fue una de las más notables “viudas” de aquel período.

Él pasó a retiro, pero su cría sigue ahí hasta hoy. Fue “el mejor tipo que conocí en mi vida” y “un hombre con mucho código”, declaró al enterarse de su muerte su actual sucesor en la Unión de Trabajadores de Industrias Plásticas, Vicente Mastrocola.

Mientras tanto, el movimiento obrero argentino lucha y se organiza para librarse de la presencia humillante de esa burocracia traidora, de la cual Triaca fue el exponente ideal.