Sociedad

25/6/1998|590

Alan Sokal y las preciosas ridículas

Una tormenta acaba de sacudir los ambientes académicos de todo el mundo. El físico norteamericano Alan Sokal se ha permitido tomarle el pelo a buena parte de los intelectuales posmodernistas, generando una polémica que ya se ha dado en llamar el ‘affaire Sokal’.


Comenzó hace dos años, cuando Sokal envió a una revista académica de alto nivel un artículo titulado “Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”. El pomposo título escondía una serie de disparates sin ilación ni significado, mechados con citas de algunos popes del posmodernismo, y manteniendo un tono de ‘alta reflexión filosófica’ sobre un tema en realidad indeterminado. La revista lo publicó y cuando Sokal explicó la artimaña, se generó un debate de alcance internacional. Se había dado el gusto de demostrar, por el absurdo, que en el ambiente académico “está instalada la idea de que un texto, cuanto más oscuro y hermético, más profundo es” (Clarín, 15/4).


En setiembre de 1997 publicó un libro, junto al físico belga Jean Bricmont, titulado “Imposturas intelectuales”, donde hace un repaso de la mala utilización que hacen algunos filósofos, psicoanalistas y teóricos de las ciencias sociales, de teorías o conclusiones de las ciencias ‘duras’ (física, matemática, etc.). Allí dedica capítulos a Lacan, Baudrillard, Kristeva, Paul Virilio, etc. Por ejemplo, entre los más comentados, estaba la afirmación de Lacan de que el órgano eréctil es igualable a la raíz cuadrada de (- 1), lo cual, juzgado desde el punto de vista de las matemáticas, carece de sentido.


Sokal fue acusado de francofobia, ya que la mayoría de sus ataques se dirigían contra intelectuales franceses. Pero es natural que sea así puesto que Francia es la cuna y la patria del posmodernismo. Allí prevalece, bajo distintas corrientes, el pensamiento impresionista, subjetivista, nacido de las ruinas del estructuralismo y del rechazo al marxismo, modalidad que hizo eclosión a comienzos de los años 80. Por otra parte, y a diferencia de otros países, Francia tiene la tendencia de mostrar, subvencionar y exportar a sus intelectuales, para pintarse frente al mundo con los colores de la ‘cultura’ (a diferencia de otros países como Estados Unidos que los marginan y ocultan).


Como se puede observar, el ‘affaire Sokal’ implica dos frentes de ataque: por un lado, satirizar el estilo falsamente profundo, el hermetismo, la oscuridad retorcida, el subjetivismo estetizante (al punto que las obras del último Barthes, de Foucault, de Derrida, son leídas más como poesía que como teoría crítica), todas tendencias que son innatas al posmodernismo en las ciencias sociales y que evidencian elitismo y desprecio hacia los ‘no iniciados’. Quien se expresa en forma oscura y extravagante muestra que él mismo no tiene claridad o bien que tiene razones para apartarse de ella. Y no estamos hablando aquí de la física o matemática pura, estamos hablando de ciencias que hablan del hombre, y que deben hablarle al hombre. La ciencia social, en estos últimos 20 años, se ha acercado a la mística religiosa, inexplicable y esotérica, y se ha alejado del sentido que dio origen a la misma ciencia social.


Por otro lado, en su libro realiza una serie de críticas puntuales a la utilización inadecuada de elementos de las ciencias duras. Aunque esto aparezca como un problema menor, ya que establece una discusión sobre aspectos relativamente marginales de esas teorías, el objetivo va más allá: desmoronar una de las maneras como los pensadores posmodernos construyen su poder. Como afirman Sokal y Bricmont en su libro: “Creen sin duda poder utilizar el prestigio de las ciencias exactas para dar un barniz de rigor a su discurso. Por otra parte están seguros de que nadie señalará la utilización abusiva de esos conceptos científicos” (cap. 1, Impostures intellectuelles, Ed Odile Jacob, París, 1997).


A principios de los 80 todavía se podía hablar de un posmodernismo ‘asimilado’ a la sociedad de consumo y un posmodernismo que parodiaba a la sociedad alienada y la combatía (Hal Foster, “Introducción al posmodernismo”, en La posmodernidad, Kairós, Bs. As., 1983). Hoy ese supuesto posmodernismo de resistencia ha desaparecido y sólo asistimos al detritus del posestructuralismo, un conglomerado de filosofía, crítica literaria y psicoanálisis, todo lo cual ha pasado a ser llamado “teoría crítica” en forma indeferenciada, y cuya principal característica es la reivindicación del irracionalismo, el relativismo cognitivo y la reducción de todo el análisis social al análisis del lenguaje. De todas maneras esta reducción no se operó sobre la base de la ciencia del lenguaje (la lingüística), sino sobre una deformación de ella, comenzando por una revisión y desfiguración de las concepciones del lingüista Ferdinand de Saussure. Algunos aspectos de este debate lo podrán seguir los lectores en un debate en curso en la revista En Defensa del Marxismo.


El clima asfixiante de hermetismo y esoterismo en las ciencias sociales sólo lo podrá comprender quien haya debido soportar durante algunos años el ambiente universitario. Parafraseando a José Martí diría que he vivido en las entrañas del monstruo, y que la alegría íntima que me produjo la lectura de las críticas de Sokal es directamente proporcional a la fatiga ocasionada por el palabrerío que es moneda corriente en los ambientes académicos de las ciencias sociales.


¿Pero acaso no hay nada sustancial en el pensamiento posmoderno? ¿Hegel no es aún hoy fuente inagotable de referencias y su estilo no es, acaso, enormemente abstracto, difícil de comprender? Pero el pensamiento posmoderno, irracionalista y subjetivista, no esconde ningún tesoro. Su ‘complejidad’obedece a que es un saber invertido: el discurso prevalece sobre los hechos, la forma prevalece sobre el contenido, la estructura prevalece sobre los procesos, el análisis subjetivo prevalece sobre una objetividad en la que ya no ‘creen’. Para poder dar un barniz de cientificidad a estas concepciones han debido crear un lenguaje artificial, lleno de ‘verdades innegables’, creídas por la cantidad de veces que son repetidas, que ‘dé cuenta’ de esa ‘nueva percepción’ del mundo, propia de nuestra época, o de la época de los posmodernistas.


La tarea de Sokal es una tarea destructiva, negativa. Llega en el momento en que el posmodernismo ha dado todo de sí, no ha llegado a ninguna conclusión valedera y se ha dividido en infinidad de pequeñas ‘sectas’ académicas que coexisten sin debate ni intercambio alguno entre ellas y con el resto de las ciencias ‘duras’. La naturaleza misma del pensamiento posmoderno indicó que el comienzo de su fin no llegará por una ‘refutación’ sino por una ridiculización. Pero por simpática que parezca la tarea de Sokal, sólo desde el marxismo se podrá reducir a cenizas lo inútil del pensamiento posmoderno y, a la vez, rescatar lo valioso que haya producido en algunos puntos parciales. Y la cuestión política no es ajena a este debate, ya que el mismo Sokal, maestro voluntario en la Nicaragua sandinista, ha salido a combatir los abusos del posmodernismo defendiendo la continuidad de una crítica de izquierda.


Hace algunos años, Osvaldo Coggiola comenzó un seminario en la Universidad de Buenos Aires señalando que los intelectuales estaban habituados a complejizar la realidad, cuando en realidad debieran simplificar aquello que en la misma realidad aparece como complejo. Eso es “comprender”. Si hacemos un ‘discurso’ más complejo que la realidad misma, nos volveremos analistas de textos, para comprender los complejos textos que explican esa realidad simple. A nuestro entender, eso es todo un programa científico, clave para volver a la superficie, después de 30 años de ahogo posmodernista. Mientras tanto, dejemos que los intelectuales ‘à la page’ sigan, como las preciosas ridículas de Molière, tomando su té exclusivista, lleno de afectación, hablando con metáforas sólo aptas para los iniciados, mientras se ve por la ventana bullir la rebelión y la bronca. Sokal acaba de arrojar un piedrazo, y un vidrio cae hecho trizas.