Sociedad

10/12/2009|1112

El fracaso de la Cumbre de Copenhague

Medio ambiente y capitalismo

Cuando parecía que la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático iba a terminar en un fracaso de proporciones, y sin ningún acuerdo concreto, Estados Unidos y China se sumaron al festival de promesas ecologistas, prometiendo reducir drásticamente sus emisiones de gases de efecto invernadero. Se trata de una farsa. Estados Unidos nunca cumplió los acuerdos anteriores (que de hecho se negó a firmar) y ahora, en realidad, propone reducir sólo en un 4% sus emisiones respecto de 1990. China se comprometió a bajar la intensidad carbónica (por unidad adicional de PBI) de sus emisiones, pero no a reducir su nivel global. En cualquier caso, no sólo no habrá ningún acuerdo vinculante ni compromisos concretos para evitar la escalada en el calentamiento global del planeta; lo que se discute está dominado por los lobbies capitalistas que se enfrentan en torno de la cuestión.


La cumbre de Copenhague, que se reune entre el 7 y el 18 de este mes con representantes de 192 países, debía procurar un acuerdo para reemplazar el protocolo vigente, firmado en Kioto en 1997. Pero ya este tratado había sido un fracaso mayúsculo, y no sólo porque Estados Unidos se negó a suscribirlo. Para alcanzar la meta propuesta de reducción de emisión de gases, el tratado estableció los llamados “bonos verdes”, que comenzaron a circular algún tiempo atrás.


Cada bono verde (o crédito de carbono o certificado de reducción de emisiones) se emite por tonelada de gases efecto invernadero que se evita liberar a la atmósfera. En lugar de reducir las emisiones, que pueden cambiar de un lugar a otro a cambio de una tarifa, crecía entonces un gran negociado financiero, con bancos que colocan títulos y cobran comisiones. Doce años después, las emisiones de dióxido de carbono de la industriay  el transporte, más la deforestación, responsables del calentamiento de la atmósfera, no sólo no se han reducido sino que se han incrementado dramáticamente desde 2002, y nos acercamos al triple de la media anual de los noventa (El País, 15/11).


Negocios son negocios


Aun así, el objetivo declarado de la cumbre de diciembre, es llegar a un acuerdo para reducir drásticamente el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero y establecer subsidios con el mismo fin para los países más “pobres”. Estados Unidos  y China, responsables del 40% de las emisiones, se niegan a firmar un acuerdo vinculante, tanto sobre la reducción de emisiones de gases, como sobre el dinero que tendrían que aportar para poner en marcha un nuevo protocolo (Financial Times, 17/11). El “éxito” de la Conferencia se verá reducido a algunas promesas declamativas y, de aprobarse la propuesta de Obama, a un aporte por parte de las naciones ricas de apenas 10 mil millones de dólares anuales, cuando en un principio  serían necesarios de 50 a 100 mil millones de dólares anuales (Wall Street Journal, 5/12). Una verdadera limosna, además, si se tienen en cuenta los billones (sí, billones) destinados al salvataje del capital en bancarrota.


Para el capitalismo no se trata de un problema ambiental, sino de ganancias. Para los pulpos petroleros, la crisis energética es una oportunidad: si no hay consenso sobre un cambio en la matriz energética mundial, se especula con que el barril del petróleo podría duplicar su precio en veinte años (El Cronista, 16/11). El “ecologismo” de los europeos tampoco es inocente: mientras Estados Unidos y China se basan principalmente en el uso de combustibles fósiles, Alemania ya avanzó en el uso de biocombustibles y reactivaría la producción de energía nuclear, acusadas ambas de ser tan contaminantes como las variantes que pretenden sustituir. Detrás de las divergencias entre Obama y los europeos, asoma una descomunal pelea acerca de qué grupos y qué ramas económicas serán las beneficiadas con las políticas que están en marcha para combatir el calentamiento global. Los yanquis tienen también una pata puesta en el bionegocio, que incluye la devastación del Amazonas para la producción bioenergética y el uso de cultivos alimentarios.


¿Una “crisis civilizatoria”?


El nivel de los negocios involucrados es tal que hasta ha opacado la naturaleza científica de la discusión. En las vísperas de la conferencia, se divulgaron correos electrónicos de expertos en calentamiento, hackeados de sus cuentas, que revelaron abusos y manipulaciones por parte de especialistas (Wall Street Journal, 1, 2 y 3/12), y fueron utilizados para poner en duda la conclusión de que, con el ritmo actual de cambio climático, la desertificación del planeta en 2025 llegará a casi un 70%, amenazando la seguridad alimentaria mundial porque las regiones áridas se volverían más secas, el aumento de los mares inundaría las zonas costeras, el deshielo de los glaciares anegaría las comunidades río abajo, se secarían las reservas de agua y hasta el 30% de todas las especies vegetales y animales podría desaparecer. Para impedir que se llegue a un cambio climático con consecuencias catastróficas, los científicos y las organizaciones ecologistas advierten que los países industrializados deberían reducir un 40% sus emisiones de gases de efecto invernadero antes de 2020, respecto de los niveles de 1990 (copenhagendiagnosis.com, 25/11). Bastante más que las promesas que se están haciendo en estos días.


La realidad del calentamiento global, y la imposibilidad de que se llegue a un acuerdo entre los países capitalistas, ha llevado a que se plantee que estamos ante el borde de una crisis civilizatoria, provocada por una suerte de “exceso” productivo e industrializador. La solución sería entonces detener el desarrollo de las fuerzas productivas, no de las fuerzas destructivas del capital en la época de su agotamiento histórico.


Y esto, cuando ya existen las condiciones científicas y técnicas para evitar la destrucción del medio ambiente mediante el desarrollo de técnicas de conservación de la energía y de mejora de la eficiencia energética, junto con tecnologías de energías limpias (eólica, solar, biomasa, etc). Los científicos hasta han calculado su costo económico: se requeriría el mismo nivel de inversiones que hoy se destina a la investigación en energía nuclear o por el uso de combustibles fósiles, unos 10 billones de dólares durante las próximas décadas (El Cronista, 16/11). Las conclusiones de los científicos, por más intergubernamentales que sean, no llevan a ningún resultado práctico. El fracaso de las sucesivas “cumbres” intergubernamentales no es casual: en el cuadro de la decadencia capitalista, cuando los capitales buscan desesperadamente evitar la caída de su tasa de beneficio, las rivalidades entre los monopolios capitalistas y entre sus Estados impiden cualquier acción conjunta. La resolución de los problemas ambientales requiere de una acción concertada y planificada del conjunto de la humanidad, pero el mercado es el reino de la anarquía en la búsqueda de ganancias y opuesto a una asignación racional de recursos.


Las cuestiones del medio ambiente muestran los límites que el propio capital encuentra a su desenvolvimiento, transformándose en una fuerza destructiva que amenaza a la humanidad. Más que un problema “técnico”, la crisis climática pone en cuestión la organización misma de la sociedad; junto con la crisis alimentaria mundial, es un aspecto más de la decadencia del capitalismo que toma ahora la forma de una crisis de alcance planetario. El avance de la ciencia posibilita el desarrollo de las fuerzas productivas en forma ecológicamente sustentable; pero, para ello, los trabajadores del mundo deben tomar la palabra.