Sociedad

6/7/2000|672

El genoma de los humanos

El 26 de junio último, en una ceremonia que vía satélite unió la Casa Blanca y la residencia del primer ministro británico, Clinton y Blair anunciaron lo que se considera uno de los descubrimientos científicos más trascendentes en la historia del hombre: la secuencia del código genético humano, el llamado libro de la vida. En el núcleo de cada célula humana existen cien mil genes, aproximadamente, que son una combinación particular de cuatro elementos fundamentales o bases químicas, que constituyen lo que se denomina las letras o signos del código genético. En los cien mil genes hay tres mil millones de tales letras o signos químicos que constituyen, en una secuencia determinada, el mensaje hereditario completo, a partir del cual la especie se reproduce. Es este orden o secuencia el que ahora podría ser conocido en su integridad.


Las posibilidades que abre el conocimiento del genoma humano en lo que respecta a su aplicación a la medicina son enormes. En primer lugar, porque mediante la investigación aplicada se podrá avanzar en lo que se denomina “diagnóstico preventivo”, para saber, con muchísima anticipación, la predisposición de cada individuo a una serie de patologías y permitir, de este modo, tratamientos tempranos y de una eficacia incomparable con los actuales. La prensa especializada ya menciona que de esta manera la curación de algunas formas de cáncer, para citar un ejemplo, estaría al alcance de la mano. En segundo lugar, se abriría al mismo tiempo un campo terapéutico totalmente nuevo con la producción de nuevos y específicos fármacos, utilizando los datos del código genético, cuyos resultados para la salud del hombre no tendrían comparación con los conocidos en la actualidad; es lo que se denomina la “terapia génica”, dirigida a intervenir en los elementos constitutivos de la base misma de la vida.


Pero, la pregunta clave es: ¿En qué punto nos encontramos en lo que se refiere a estas posibilidades? La respuesta, por increíble que parezca, es que… no sabemos. Y no sabemos porque los datos del problema son reservados, propiedad privada de monopolios capitalistas, cuya misión no es curar al hombre ni hacer la vida más fácil sino simplemente ganar mucho dinero. Y si, como parte del negocio es necesario matar a alguien, ‘no problem’. Es lo que le sucedió precisamente a John Gelsinger, que en octubre pasado murió en los Estados Unidos como consecuencia de una dosis excesiva de “terapia génica” experimental, suministrada con argumentos falsos para lograr la aceptación del paciente y bajo la urgencia de mantener las cotizaciones en alza de la empresa respectiva, dedicada a los “avances biotecnológicos”.


Pequeña historia de una gran estafa


Lo cierto es que cuando a comienzos de abril pasado la empresa privada Celera Genomics hizo saber que en algunas semanas completaría la decodificación del genoma humano, John Sulston, director del equipo británico asociado a la misma investigación en institutos públicos, señaló que el rimbombante anuncio era “poco significativo y muy difícil de calibrar en sus alcances reales, dado que todo está cubierto por el secreto comercial y fuera del sistema de controles y verificaciones de la comunidad científica” (Página/12, 9/4).


Fue precisamente entonces cuando los mismísimos Clinton y Blair emitieron una declaración conjunta en apoyo a la disponibilidad pública de los datos del genoma humano y presionaron a la empresa citada, dirigida por el investigador Craig Venter, para que aceptara la divulgación pública de sus datos sobre el genoma humano. De hecho, en la ceremonia oficial de fines del mes pasado, al lado de Clinton estaban el propio Venter y Francis Collins, el jefe del equipo internacional de investigación pública sobre el genoma humano. Clinton dijo entonces que en los próximos meses los resultados del desciframiento del código genético serían publicados en una de las más prestigiosas revistas de la comunidad científica internacional, como expresión de que se trata de “un patrimonio de la humanidad”. Así echó a correr la noticia la prensa ‘urbi et orbe’ días atrás. El bien ‘público’ habría triunfado sobre el ‘mal’ privado.


Mentiras. Primero: Venter y su corporación utilizaron libremente todos los datos publicados por la investigación del consorcio público internacional dirigido por Collins, pero éste no dispone de los resultados de la investigación del primero. Es público, además, que Venter ya concluyó el 99% de las tareas de descifrado del genoma y el consorcio sólo el 85%. Segundo: No está claro qué es lo que Celera Genomics facilitaría gratis para su divulgación. “Los datos crudos del genoma no son, ni mucho menos, tan útiles como sus interpretaciones elaboradas mediante avanzados programas informáticos, y es posible que Venter mantenga su intención de cobrar una tarifa por su utilización” (El País, 27/6). Tercero: para poder interpretar correctamente el genoma humano en forma cabal es preciso disponer de los genomas de otras especies animales, y “a estas alturas ya nadie duda de que Celera Economics será la primera en obtener estos datos” (idem). Cuarto: para que no quepan dudas, el propio Venter declaró que “patentaremos aquellos genes que, según nuestros socios farmaceúticos, resulten fundamentales para el desarrollo de nuevos tratamientos” (El País, 25/4).


Negocio y especulación


Detrás de esto se encuentra un negocio monumental, que puede convertir el descubrimiento del genoma en un infierno más que en un paraíso para la humanidad. Sucede que mientras los investigadores científicos explican que es necesario un cuidadoso y no poco demorado itinerario para avanzar con procedimientos adecuados en la línea del tratamiento de enfermedades, los representantes de la “industria farmacéutica se frotan las manos ante lo que despunta como una mina de oro” (Página/12, 28/6). Existe, entonces, una carrera desenfrenada “que está moviendo a las compañías farmacéuticas y de biotecnología del mundo para ser el primero en encontrar y patentar los genes relacionados con enfermedades claves (cáncer, diabetes, el Alzheimer)” (La Nación, 26/6).


No es una carrera sin víctimas. El caso citado más arriba de la muerte de un paciente es sólo la punta del iceberg. Desde 1990 se han ensayado ya 400 tratamientos experimentales de “terapia génica”, involucrando a más de 3.500 enfermos. Luego del fallecimiento de John Gelsinger comenzaron a filtrarse a la prensa informes, hasta ahora reservados, sobre los oficialmente denominados “efectos indeseables graves” resultantes de estos ensayos. Involucran a centenares de pacientes con alteraciones notables de la salud después de los tratamientos efectuados sin los controles necesarios. No importa: en contrapartida “se alcanzó en numerosos casos el objetivo perseguido de un mayor flujo de capitales” (Lutte Ouvrière, 17/3) para las compañías involucradas en el negocio, que cotizan junto a las empresas de Internet como las ‘vedettes’ de Wall Sreet.


Ninguna de estas empresas biotecnológicas vendió todavía nada, pero las noticias sobre sus ‘éxitos’ mantienen la especulación en alza y la circulación del capital financiero especulativo. Pero con las vicisitudes de la propia especulación y los rumores o informes sobre graves irregularidades cometidas, el asunto empieza a tomar un carácter caótico: un gran número de ensayos de terapia génica fueron bruscamente detenidos por las autoridades federales en Estados Unidos, equipos científicos enteros han sido desmontados y empresas con una cantidad de empleados nada despreciable (el sector ocuparía a unas 30.000 personas) han ido a la lona. El valor de las acciones de la mismísima Celera Genomics cayó notoriamente luego del reciente anuncio ‘oficial’, ocasionado por las dudas crecientes sobre la rentabilidad real y el tiempo necesario para concretarla con las aplicaciones derivadas de la comercialización del genoma humano. Ciencia, salud y capitalismo son términos incompatibles. El despilfarro, el costo humano y la anarquía que rodean la tarea de la investigación más elevada son incalculables.


Si no anda bien de los genes: a la calle


Queda todavía por denunciar el miserable uso que se le ha comenzado a dar a los ‘diagnósticos’ basados en el avance del conocimiento genético al servicio de la pura explotación patronal. Es el caso pionero de una empleada de una empresa yanqui, en Carolina del Norte, que, a fines del año pasado, denunció que había sido despedida luego de que un estudio médico revelara que padecía una enfermedad genética potencialmente mortal. A raíz de esto los diputados nativos de la Alianza ya están impulsando una ley especial ‘antidiscriminatoria’ para prevenir estos casos que, naturalmente, las patronales se las arreglarán para ver como sortear. Mientras tanto aceptarán el ‘patentamiento’ privado que reclaman los laboratorios extranjeros para monopolizar el uso de sus drogas y medicamentos, con lo que obtienen beneficios extraordinarios a costa de remedios de imposible acceso en el cuadro de la miseria reinante, la causa más extendida, a su turno, de las más importantes patologías que sufre la población.


La salud y la vida humana misma dependen de que la sociedad puede reapropiarse de las condiciones de su propia existencia y, por lo tanto, también de la disponibilidad de los conocimientos de la ciencia, el “patrimonio de la humanidad” apropiado, expropiado por el monopolio capitalista. Hace mucho que ese bicho que es producto del genoma humano necesita expropiar a los expropiadores para dominar las circunstancias de su propio destino como Hombre.