Sociedad

11/10/2012|1243

Eric Hobsbawm y su obra

Que la muerte de un historiador ocupe la primera página de diarios del mundo entero no es cosa de todos los días. Marxista y vinculado con el Partido Comunista inglés (o con lo que quedó de él) durante toda su vida adulta, autor de una obra monumental, política e intelectualmente activo hasta su muerte a los 95 años, profesor universitario emérito… Todo esto fue señalado en las notas necrológicas que le fueron consagradas, sin hablar de la enorme cantidad de premios y galardones que obtuvo en vida, a veces concedidos por representantes de instituciones y gobiernos que, con certeza, jamás habían leído una sola de las miles de páginas que salieron de su pluma ni tenían ninguna proximidad con la izquierda, el marxismo, o cosa remotamente parecida. Hasta gobiernos del más diverso tipo, sin embargo, emitieron notas de pesar y condolencia por su muerte.


La prensa de derecha se encargó de subrayar su fidelidad al "totalitarismo comunista", y alguna prensa de izquierda su silencio sobre el estalinismo y sus crímenes. Al referirse al asunto, Hobsbawm dijo que "para hablar del gulag hubiera debido escribir cosas difíciles de decir para un comunista sin tocar mi militancia o la sensibilidad de mis compañeros", una afirmación que no caracteriza, precisamente, a una mente brillante o a un historiador comprometido con la verdad. El crítico inglés Terry Eagleton apuntó que, en su última tentativa de revalorizar el marxismo para comprender la era contemporánea (Cómo cambiar el mundo, una colección de viejos y nuevos ensayos publicada en 2011), Hobsbawm, como siempre, evitó confrontarse con la crítica marxista al estalinismo, o sea con Trotsky, cuya trayectoria y obra trató brevemente, con superficialidad, en La era de los extremos (1914-1991). A pesar de la enorme cantidad de tópicos que abordó en sus libros y artículos sobre la era moderna y contemporánea, la Revolución de Octubre nunca estuvo entre sus temas centrales (lo poco que dijo al respecto, por otro lado, no se caracterizó por la riqueza o la originalidad).


La obra de Hobsbawm, por otro lado, es enorme y rica. En parte inspirada por el marxismo, en parte por su propia trayectoria de vida (…). Fue miembro creador del Grupo de Historiadores del Partido Comunista, con Christopher Hill, Rodney Hilton, A. L. Morton, E. P. Thompson, John Saville y Raphael Samuel, entre otros, grupo que en 1952 fundó la revista Past & Present. (…).


Sobre el movimiento obrero


En las décadas de 1950 y 1960 se consagró a trabajos sobre el movimiento obrero, en especial en Inglaterra, durante los siglos XVIII y XIX. Muy ricos y, hasta cierto punto, metodológicamente originales. Sus artículos de aquella época fueron reunidos después en varios volúmenes de amplia difusión (Mundos del Trabajo, Trabajadores, Revolucionarios). A la vieja (y no académica) historia del movimiento obrero centrada sobre sus "instituciones" (sindicatos, partidos, líderes, episodios marcantes -huelgas e insurrecciones) Hobsbawm y otros historiadores contraponían un nuevo tipo de historia obrera y popular, inspirada en los avances de la historiografía académica, basada en la investigación de fuentes primarias de todo tipo, en la cual las condiciones materiales de vida, las prácticas cotidianas, hábitos, costumbres y cultura ganaban su debido lugar, contribuyendo para una reconstrucción histórica mucho más precisa, no dogmática o hagiográfica (como era típico en la historiografia socialdemócrata-laborista o, peor todavía, estalinista) de la historia de la clase obrera.


El punto máximo de esa nueva historiografía, sin embargo, no fueron los trabajos de Hobsbawm, sino la magna opus de Edward Palmer Thompson, The Making of the English Working Class, publicada en 1963. La obra alcanzó difusión mundial en la década siguiente, contribuyendo, de modo involuntario (en especial en América Latina), al ser interpretada unilateralmente, a crear una historigrafía obrera despolitizada, basada en una ridícula y cretina contraposición entre "cultura" y "política", franca y estúpidamente reaccionaria, y siempre pálida imitación del modelo metropolitano. Los trabajos paralelos de Hobsbawm, al contrario, se destacan por la constante preocupación política, el señalamiento del enfrentamiento (lucha) de clases en cada aspecto de la vida obrera, y sus consecuencias políticas.


Hobsbawm, por otro lado, amplió considerablemente, en la década de 1960, la investigación histórica de los orígenes y manifestaciones de la rebeldía social contemporánea, ganando entonces su obra una proyección mundial, con trabajos como Primitive Rebels (1959) o Bandits (1968). En Primitive Rebels realizó un relato muy original de las sociedades secretas y las culturas milenaristas del Sur de Europa, retomando la cuestión en Captain Swing, un estudio detallado de la protesta rural al inicio del siglo XIX en Inglaterra, en coautoría con George Rudé. En Bandidos, la síntesis incluyó al "mundo periférico", llegando a afirmaciones casi ingenuas (o exageradas) al atribuir carácter de "rebelión social" a los briganti italianos (los mismos que Engels, en polémica con Bakunin, calificaba contemporáneamente de vulgares bandidos) o, como fue recientemente bien puntualizado por Luiz Bernardo Pericás, a los cangaceiros brasileños (que Hobsbawm llegó casi a asimilar a la rebelión de los "tenientes"). Simultáneamente, Labouring Men apareció en 1964 (Worlds of Labour, otra compilación, sería publicado en 1984) y, sobre todo, su primer gran trabajo de síntesis histórica mundial, Industry and Empire, fue publicado en 1968.


Esa obra abrió el camino para el gran trabajo de síntesis de la historia contemporánea que hizo a Hobsbawm mundialmente famoso, y lectura obligatoria desde la década de 1970: los libros La era de la revolución (1789-1848), La era del capital (1848-1875), La era de los imperios (1875-1914) y La era de los extremos (1914-1991). Para el muy conservador (por no decir derechista) historiador inglés Niall Ferguson, esos libros son "el mejor punto de partida para cualquier persona que desee comenzar a estudiar la historia moderna". ¿Cómo conciliar esa afirmación con el carácter supuestamente marxista de esas obras? En el obituario redactado por Martin Kettle y Dorothy Wedderburn, en The Guardian, se lee: "En los últimos años, era el historiador británico más respetado de cualquier tipo, reconocido (si no aprobado) tanto por la izquierda como por la derecha".


La “cuatrilogía”


La "cuatrilogía" de Hobsbawm es un tour de force sin paralelos en la historiografía contemporánea, marxista o no. La agenda de la obra, su periodización del capitalismo, es claramente de inspiración marxista: la victoria, estabilización, expansión mundial y, finalmente, decadencia del capitalismo, ocupando cada una un volumen. La obra, sin embargo, no es una "vulgata" marxista (de ahí, entre otras virtudes, su gran éxito), sino, como el propio Hobsbawm definió, haute vulgarisation. Hobsbawm partió de las tesis del materalismo histórico (que dominaba amplia y sofisticadamente, como lo demuestra, por ejemplo, su edición e introducción a los escritos de Marx sobre las sociedades precapitalistas) para confrontarlas e iluminarlas a la luz de todos los avances y trabajos recientes de la historiografía académica (los cuatro volúmenes son totalmente basados en fuentes secundarias), construyendo un relato sintético magistral, de una erudición sin precedentes en relación con los períodos considerados, y de magnífica fluidez lógica y literaria.


Nunca el "marxismo académico" o la síntesis histórica contemporánea alcanzaron ese nivel; (…) Hobsbawm continuó escribiendo (mucho) y corresponde mencionar su coordinación de la monumental Historia del Marxismo, realizada inicialmente para la editora del PC italiano, en tiempos de su vínculo privilegiado (y esperanzado) con el efímero "eurocomunismo".


¿Se puede afirmar, entonces, como lo hacen los compañeros de Radical Socialist, que "la debilidad de Hobsbawm fue (sólo) su ‘lectura’ sobre el siglo XX, la Revolución Rusa y el estalinismo"? En realidad, para dar un brillo académico inédito al marxismo, Hobsbawm pagó también un precio. Al tomar en cuenta la mayor cantidad de interpretaciones posibles para cada fenómeno o proceso, valorizando las virtudes de cada una, Hobsbawm cayó con frecuencia en una suerte de eclecticismo teórico, a veces rayano en el relativismo. Esto es visible incluso en su interpretación de las revoluciones burguesas, o de la "doble revolución" (económica y política, inglesa y francesa) que dieron origen a la era contemporánea (capitalista).


Su interpretación del imperialismo capitalista, por ejemplo, partió de la "gran depresión" económica del último cuarto del siglo XIX, que dio origen a la exportación de capitales, pero concede a ese factor tanto peso como a las cuestiones de prestigio y orgullo nacional (obviamente existentes, e imprescindibles en cualquier análisis) que animaron a las potencias capitalistas en la corrida colonial. Su análisis de las causas "económicas" del imperialismo es, por otro lado, básicamente descriptiva (o sea, no secuenciada lógica y causalmente). Todo esto, y no sólo su fidelidad al estalinismo, tuvo peso en su análisis del capitalismo del siglo XX.


En La era de los extremos, su texto consagrado al "corto siglo XX", las limitaciones de Hobsbawm como marxista (y también como historiador) se manifiestan más abiertamente, no solamente en su análisis de la Revolución Rusa y el estalinismo. En el análisis de la Primera Guerra Mundial es concedida preeminencia causal a una diseminación de la "cultura de la violencia", herencia del período precedente. El siglo XX no es el teatro histórico de la decadencia capitalista sino, en consonancia con lo precedente, el siglo de las masacres y los genocidios -ejecutados industrialmente-, lo que aparece separado de la dinámica histórica del capitalismo. Su análisis de la crisis de 1929 y la depresión de la década de 1930 mezcla todas las interpretaciones ya realizadas, sin decidirse por ninguna (ni supera a ninguna de ellas).


La “victoria capitalista”


Los acontecimientos de 1989-1991, que concluyeron con el fin de la Unión Soviética, y según Hobsbawm cierran el "corto siglo XX", fueron interpretados por él como el fin del socialismo (o del comunismo) -o sea, la victoria (histórica) del capitalismo. Y se preguntó: ¿qué sobró para los vencidos? En textos poco posteriores, incluyendo un Manifiesto por la Historia (obviamente contrapuesto a las tesis del "fin de la Historia" de Fukuyama y otros plumíferos de menor valía que desfilaron durante el carnaval intelectual "neoliberal") Hobsbawm concluyó reivindicando la tradición iluminista y adscribiendo el marxismo (o lo que de él sobrara) a esa tradición, como una especie de "avatar radical" de ella. Ya nada había de marxismo, en sentido estricto, en todo esto, sino una vaga simpatía moral por los combates emprendidos otrora en su nombre.


Era más que una manifestación tardía. Hobsbawm nunca abrazó el anticomunismo, pero sí se definió claramente como ex comunista, "por lealtad a una gran causa, por lealtad con todos los que por ella sacrificaron la propia vida, amigos y compañeros muertos, que sufrieron cárcel y torturas, tanto en los regimenes comunistas como en los capitalistas. ¿Me arrepiento? No. Sé perfectamente que la causa que abracé demostró que no funciona. Tal vez no hubiera debido abrazarla. Pero, por otro lado, si los hombres no nutren el ideal de un mundo mejor, pierden algo. Me parece que la humanidad no podría funcionar sin las grandes esperanzas, sin las pasiones absolutas". Proponer una (falsa) ilusión podría, tal vez, alimentar una actitud o revuelta individual, pero no sería, con certeza, un medio para reconstruir un movimiento histórico. Hobsbawm, felizmente, vivió lo suficiente como para ver la explosión y el desarrollo de una nueva crisis histórica y mundial del capitalismo en la primera década del siglo XXI, que si no lo llevó a corregir sus afirmaciones precedentes, sí lo condujo a proponer una nueva vigencia del marxismo, aunque de modo no claramente definido, y sin superar las limitaciones ya enunciadas: "El socialismo ha fracasado. Ahora el capitalismo entra en quiebra. ¿Qué viene ahora, entonces?", se preguntó. No tuvo tiempo, o fuerza, suficientes para buscar una respuesta.


Pocas mentes del siglo XX hubieran merecido, como la suya, vivir más de cien años. Hobsbawm dejó una obra sin par, que debe ser criticada y superada -por historiadores, ciertamente, por direcciones políticas y culturales a la altura de las tareas de la nueva etapa histórica, por las centenas de miles de jóvenes que lo leen en todo el mundo, por el movimiento real y consciente de crítica radical e incesante de lo real.


 


 


1. "Tendió a presentar una apología objetivista, con el esencial argumento de que incluso si el poder lo hubiera tomado alguien menos despiadado que Stalin, las circunstancias hubieran resultado en una similar violencia en gran escala, realizada en función de los intereses de la construcción socialista. Esto involucra, en primer lugar, la evaluación de que las revoluciones europeas estaban destinadas a fracasar. En segundo lugar, significaba no ver al estalinismo como un sistema de gobierno burocrático -la dominación de una capa social burocrática que había usurpado el poder-, sino como ciertos rasgos personales de Stalin".