Sociedad

23/7/2015|1373

Vida digna: El fallo de la Corte


El pasado 7 de julio, la Corte Suprema autorizó la “muerte digna” de Marcelo Diez, quien hace veinte años se encontraba en estado vegetativo, luego de un accidente automovilístico. Sus familiares habían solicitado que se discontinuaran la alimentación e hidratación por sondas que lo mantenían artificialmente con vida, pero a pesar de la sanción de la Ley 26.742, desde hace tres años, la Justicia neuquina, ante la intervención del Obispado local, había negado el pedido de la familia. El caso reabrió el debate sobre el tema, evidenciando que a pesar de la sanción de la ley en 2012, los pacientes y sus familiares deben realizar un largo recorrido en los tribunales por la judicialización innecesaria de los casos y la “objeción de conciencia” de los médicos, ambos impulsados desde los “comités de ética” de los hospitales, sucursales de la curia. El propio fallo de la Corte señala que la ley debe ser reglamentada para evitar la judicialización de este derecho.


 


La muerte digna, por otra parte, no es lo mismo que la eutanasia. La primera, legal en la Argentina y una veintena de países europeos y americanos, implica la discontinuación de tratamientos para prolongar la vida en casos de pacientes terminales, mientras que la eutanasia, hoy en día sólo legal en algunos países o Estados, implica la administración de fármacos que permitan la muerte de un paciente que, por sus padecimientos y estado crítico-terminal, elija la muerte antes que continuar sufriendo.


 


 


 


El encarnizamiento terapéutico


 


La distanasia es el encarnizamiento terapéutico u obstinación terapéutica.


 


Se trata de distinguir si frente a un proceso irrevocable, la intervención del médico, del equipo de salud, excede a las posibilidades reales de recuperación del individuo. Intenta prolongar artificialmente la vida, retrasando el advenimiento de la muerte inexorable.


Distinto es brindar todos los recursos necesarios y adecuados, para asistir al enfermo, no ya ante la muerte sino a lo largo de la vida.


En la organización social del capitalismo, la medicina también responde al criterio de división de las clases. Y obviamente, con mayor poder adquisitivo se accede a mejores recursos, incluyendo la salud.


 


Al mismo tiempo, podemos comprobar diariamente, que la salud pública está hundida en una crisis interminable, desfinanciada, carente de presupuesto que garantice la disponibilidad de tecnología sólo accesible para los sectores de mayores recursos económicos. Ni qué decir, sostenida por trabajadores explotados que enfrentan la realidad de los enfermos que anuncian sus propios destinos.


Es decir, no hay muerte digna sin vida digna.


 


 


 


La oposición de la Iglesia


 


La principal oposición a la sanción primero y luego a la aplicación de la ley de la muerte digna es la Iglesia. Al igual que con el derecho al aborto, con el que pretende controlar el cuerpo y la vida de las mujeres, la Iglesia se arroga el derecho a opinar sobre las condiciones de la muerte, más precisamente, a negarle al individuo, aún aquél que sufre y se acerca inexorablemente a la muerte, la decisión de cómo morir. La doctrina eclesiástica se opone a que los hombres decidan sobre sus propios cuerpos. Una serie de casos resonantes, como el de Eluana Englaro, en Italia, y Terri Schiavo, en los Estados Unidos, mostraron cómo la burguesía ya no considera éste punto como “irrenunciable” de su ideología, y amplios sectores han aceptado el derecho a la muerte digna, como lo muestra el avance de la legislación en el tema, sobre todo en Europa.


 


La salud, claro, puede ser un negocio, pero también lo puede ser la muerte. En los Estados Unidos, por ejemplo, la internación de un paciente puede acabar con cualquier economía familiar.


 


 


 


La vida digna


 


La ortotanasia o muerte digna -la actuación correcta ante la enfermedad incurable y la muerte- exige construir una sociedad sobre nuevas bases, una sociedad sin clases.


 


Ante la vida, mucho antes que la muerte, luchamos por la existencia. Luchamos por una sociedad de iguales, sin prerrogativas ni distinciones de clase.


 


No podemos evitar ni sustituir la conmoción de la muerte, pero podemos terminar con la desigualdad entre los hombres.