Ambiente

18/2/2020

¿Cómo combatimos el calentamiento global? (Parte II)

Una crítica al ecosocialismo

En la primera parte del artículo, buscamos describir el cuadro de la crisis climática y los perjuicios que genera el calentamiento global, y apuntamos las causas del fracaso rotundo de los intentos por encauzar la situación con medidas que pretenden orientar el mercado hacia el desarrollo de energías renovables y pautas de producción sustentables.


Argumentamos que el límite de los programas dirigidos a revertir la crisis climática no es otro que el límite del propio capitalismo, que en su fase de decadencia –caracterizada por la tendencia a las bancarrotas y las guerras- agudiza la anarquía de la producción y el mercado, al igual que la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las fronteras nacionales. Analizamos, a su vez, la falacia de los planteos que buscaban trocar el saqueo imperialista por un liderazgo “ecológico” de las mismas potencias capitalistas, y la postración del nacionalismo burgués (en particular latinoamericano).


Las olas de calor, los incendios forestales, la extinción de especies animales, la contaminación, han despertado a un movimiento masivo entre la juventud que ha ganado las calles en diversas latitudes para reclamar acciones contra el cambio climático, y en algunos casos han identificado al capitalismo como su principal enemigo. De todas maneras, la gran mayoría de las organizaciones ambientalistas que actúan como convocantes de las manifestaciones no han roto, al menos por ahora, con la perspectiva de presionar por la implementación de los programas que postulan un “capitalismo verde” y las expectativas en las resoluciones de las conferencias de la ONU. Dentro de la izquierda mundial, la cuestión ambiental también ha suscitado amplios debates. En esta segunda parte del artículo, polemizaremos con el abordaje que plantean las corrientes del llamado “ecosocialismo”.


Socialismo y ecologismo


Michael Löwy, dirigente del NPA francés y uno de los principales referentes teóricos del ecosocialismo, lo definió como “un socialismo ecológico a la altura de los desafíos del siglo XXI” que “se reclama de Marx pero rompe de forma explícita con ese modelo productivista” según el cual el socialismo es “la apropiación colectiva de los medios de producción para permitir el libre desarrollo de las fuerzas productivas” (kaosenlared.net, 14/2). Retoma para ello algunas nociones de Walter Benjamin, que sería “el primer partidario del materialismo histórico en romper con la ideología burguesa del progreso”.


Profundizando en esa dirección, propone reemplazar “el esquema muy conocido de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción” por uno que se centra en la “transformación de las fuerzas potencialmente productivas en fuerzas eficazmente destructivas”, lo que permitiría adoptar una posición “no apologética del desarrollo económico” y formular “un concepto de progreso diferente”.


La corriente ecosocialista se arma así, teóricamente, a partir de una falsificación del marxismo, porque la noción de progreso para el materialismo histórico no está asociada a una evolución lineal positiva de las sociedades, sino a una evolución dialéctica, surcada por las contradicciones de las clases antagónicas que las componen. El nacimiento mismo de las civilizaciones aparece asociado a la transición hacia una economía de transformación de la naturaleza (surgimiento de la agricultura y las comunidades sedentarias), lo que sería catalogado por Engels como un gran paso adelante para la humanidad tomada en su conjunto al mismo tiempo que significó un enorme paso atrás para la mayor parte de esa sociedad (que vio multiplicarse la cantidad de horas que debía trabajar en la reproducción social).


El marxismo y la industrialización


La misma concepción dialéctica del progreso caracteriza la valoración marxista de la industrialización, considerada ni más ni menos que la premisa del socialismo, y no solamente por cuestiones técnicas. Resulta que el desarrollo de las fuerzas productivas es a la vez causa y efecto de grandes transformaciones en las estructuras sociales, y más precisamente en las relaciones sociales de producción. La revolución industrial que caracterizó los albores del capitalismo hizo posible –y socialmente necesario- el surgimiento de la clase obrera, despojada de medios de producción y de ataduras jurídicas a la tierra, de manera tal que entró en la escena de la historia una clase capaz de encarnar el interés general de los explotados, una clase universal, que por su intervención social en el proceso productivo no aspira a convertirse en propietaria sino a abolir la propiedad privada de los medios de producción. En ello consiste el pasaje del Manifiesto del Partido Comunista que afirma que la burguesía crea a su sepulturero, el proletariado.


Esta concepción no implica un embellecimiento de las consecuencias desastrosas que acompañaron el proceso de industrialización, tanto para las personas como para el ambiente. Nada menos que en El Capital, Marx desenvuelve detalladamente las nefastas condiciones de explotación que sufrieron los trabajadores que cargaron con este desarrollo sobre sus espaldas y la contaminación sin control alguno; y en su célebre capítulo sobre la acumulación originaria del capital define con crudeza la marca de “sangre y lodo” que lleva desde su nacimiento. Por el contrario, fueron los intelectuales de la burguesía quienes se vanagloriaban en aquel entonces del rumbo de progreso indefinido en que había entrado la humanidad.


Como explica Marx en su conocido prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, “al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes (…) dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”. Es decir que para él la necesidad histórica del capitalismo no niega que, dialécticamente, este régimen social se convierta en su contrario, en un obstáculo, y su superación revolucionaria una necesidad histórica. “Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción (…) Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana”.


La dialéctica del progreso histórico


Sin esta comprensión dialéctica del desarrollo histórico no puede comprenderse, entonces, en qué condiciones las fuerzas productivas se convierten en “fuerzas eficazmente destructivas”. Esa es la contradicción dialéctica que ha empujado al proceso histórico hacia adelante, cuando encontró una clase revolucionaria, o enormes retrocesos cuando no encontró una superación (por ejemplo la devastadora crisis del siglo XIV). Es con esta base que fue formulada la famosa dicotomía de “socialismo o barbarie” de Rosa Luxemburgo, que advertía en el amanecer del siglo XX (cuando la concepción burguesa del progreso era adoptada por el revisionismo reformista dentro de los propios partidos obreros) sobre la necesidad histórica de superar al capitalismo. Si ese pronóstico se reveló como extraordinariamente acertado -particularmente tras las guerras mundiales y los genocidios del siglo pasado-, hoy vale como advertencia ante la aceleración de la generación de gases que generan el calentamiento global y la depredación voraz del medio ambiente, que son en definitiva expresiones características de la etapa de decadencia histórica del capitalismo, de su sobrevida, al igual que las crisis y las guerras.


Pero es justamente el abandono de la pelea por el socialismo, presionado por la ideología pequeñoburguesa, lo que lleva a Löwy a diluirlo con ecologismo. Procede de esta manera como si estuviera en un laboratorio, en el cual puede medir la proporción necesaria de diferentes concepciones en un tubo de ensayo. El marxismo, sin embargo, no es una receta de la cual se pueden alterar sus ingredientes a gusto del chef; es un cuerpo teórico que brinda un método de aproximación científica a la realidad histórica. Abjurando de la dialéctica del materialismo histórico y de la concepción de la lucha de clases como el “motor de la historia”, el ecosocialismo es una ruptura con el socialismo científico.


En efecto, cita un pasaje de Walter Bejamin en que afirma que “Marx ha dicho que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. (En cambio) Puede que las revoluciones sean el acto por el que la humanidad que viaje en el tren aprieta los frenos de urgencia”, y enarbola esa detención como el objetivo de la “acción revolucionaria” en la actualidad. Sin embargo, Löwy no explica qué significa frenar la locomotora, ¿propone un proceso de desindustrialización? ¿Hasta qué estadio debería retroceder la humanidad? ¿Cómo haría un mundo de siete mil millones de habitantes para satisfacer sus necesidades? La historia no puede dar marcha atrás. El socialismo científico se considera por el contrario una superación del capitalismo, y no un retroceso, porque concibe a los efectos dañinos de la industrialización como los dolores de parto de una nueva sociedad que pueda por fin superar el antagonismo de clases, origen del antagonismo con el medio ambiente. Finalmente, como dice Marx en su estudio Formaciones Sociales Precapitalistas, el metabolismo social con la naturaleza es una precondición misma de la humanidad, y es la enajenación de esas condiciones de existencia lo que es producto del desarrollo histórico. En la lucha contra esa enajenación se dará por cerrada la “prehistoria humana” y se abrirá paso el reino de la libertad y la armonía con el ambiente.


Los trabajadores ante la depredación ambiental


La “planificación democrática” orientada a “la satisfacción de las verdaderas necesidades y el respeto de los equilibrios ecológicos del planeta” –que traza Löwy como tarea del ecosocialismo- solo puede ser llevada adelante por medio de una victoriosa lucha de clases contra el dominio del capital sobre la producción y la vida social en general. La economía planificada, evita decir, requiere previamente de la expropiación de los capitalistas (un acto antidemocrático ejecutado por la mayoría). De allí, y no de un fetiche, es que cobra centralidad la clase obrera como portadora del futuro social, a lo cual Löwy se opone en nombre de la “convergencia de las luchas sociales y ambientales”. El abandono de la lucha por gobiernos de trabajadores y de los explotados llevó al referente del ecosocialismo, en cambio, a entusiasmarse con los gobiernos nacionalistas como los de Evo Morales o Rafael Correa, que terminaron capitulando ante el saqueo de los pulpos imperialistas petroleros y mineros. Más aun, todavía se ilusiona con las variantes radicales del Green New Deal, que apuestan a valerse de la supremacía del imperialismo para revertir la crisis climática.


Otras organizaciones de izquierda han adoptado una posición sectaria, que se rehúsa a apoyar e impulsar el movimiento contra la depredación ambiental y el cambio climático por considerarlo esencialmente pequeñoburgués, como un factor de distracción que diluye la lucha de clases. Es un error. La tarea de los revolucionarios consiste en dotar al movimiento de consignas transicionales que cuestionen el dominio del capital, como el control obrero de la producción, el poder de veto de las poblaciones afectadas por emprendimientos depredadores, la expropiación de las empresas contaminantes e incluso la pelea contra el saqueo de los pulpos imperialistas.


Es con esta comprensión que el Partido Obrero ha intervenido en cada movimiento popular que defendió sus condiciones de vida, desde las potentes movilizaciones contra la instalación de las pasteras sobre el Río Uruguay hasta las puebladas contra la megaminería a cielo abierto, de la lucha contra los desmontes a la pelea contra los agrotóxicos. Como ejemplifica la reciente rebelión mendocina contra la habilitación de la minería contaminante, estas luchas cuestionan la política de entrega de los recursos del país a los pulpos multinacionales como garantía de repago al FMI y el capital financiero, es decir que golpean en el corazón del régimen económico que busca instaurar el gobierno de Alberto Fernández. Por ese motivo, la derrota del saqueo implica una pelea de conjunto contra este rumbo de sometimiento, y requiere de un programa antagónico que solo puede ser llevado adelante por la clase obrera y los explotados.