Ambiente
16/1/2020
El efecto invernadero y las catástrofes ambientales
El capitalismo es enemigo de la naturaleza y de la humanidad.
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Las catástrofes ambientales ocurridas en Brasil hace algunos meses –incendio de la Amazonia– y la más reciente ocurrida en Australia revelan con un dramatismo superlativo la amenaza que se cierne sobre la especie humana y el conjunto de las especies vivas como fruto de la depredación ambiental y del calentamiento global por efecto invernadero.
Ese efecto es el producto de la explotación de minerales fósiles (petróleo, carbón) que libera gases (dióxido de carbono, monóxido de carbono, anhídrido sulfuroso, hidrofluorocarbonos, óxido nitroso) cuyo efecto es impedir que el calor liberado por el sol pueda escapar de la atmósfera, contribuyendo al calentamiento del planeta.
El aumento de la temperatura global, combinada con la rapacidad capitalista sobre los recursos naturales, ha tenido consecuencias devastadoras. Los incendios y los desmontes en la Amazonia han afectado también a Bolivia (medio millón de hectáreas quemadas), mientras que la dramática situación que vive hoy Australia cuenta también con antecedentes en Siberia -una región clave en el enfriamiento del planeta- donde hubo incendios de tres semanas de duración, o en la Gran Canaria donde el fuego perduró una semana.
La hipocresía e impotencia de las cumbres climáticas imperialistas
Desde el Protocolo de Kioto en 1997 a la reciente cumbre de Madrid, pasando por el Acuerdo de París de 2015, se ha asistido a rimbombantes saludos a la bandera sobre los pasos a seguir para detener el calentamiento global. En la última conferencia, a fines de 2019 setenta y siete países se pronunciaron por reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, pero sin llegar a ningún compromiso práctico. El dato más saliente es el desacuerdo total entre las principales potencias capitalistas sobre la reducción del uso de combustibles fósiles, cuando esos países son responsables en un 70% de las emisiones de carbono.
Detrás del fracaso de las cumbres climáticas se encuentra, en primer lugar, el capital financiero. En efecto, tras el Acuerdo de París los grandes bancos británicos Barclays, HSBC, Standard Chartered y RBS invirtieron más de 32.000 millones de dólares en la financiaron a cincuenta y dos empresas carboníferas. El Banco Europeo de Inversiones invirtió en los últimos cinco años nada menos que 65.000 millones de euros en esta rama, aunque se comprometió a concluir su financiamiento al sector en 2021.
La Agencia Internacional de Energía (IEA) señala que solo el 35% de las plantas eléctricas de carbón a nivel global tienen más 30 años de uso, y que en Asia la mayoría de ellas son relativamente nuevas. Las de la India, por ejemplo tienen un porvenir de uso de quince años. El informe pone énfasis en algo decisivo para la inversión de capital en energía: “las plantas de gas y carbón continuarán operando mientras que sus costos variables sean menores al costo nivelado de energía de la generación eléctrica, con proyectos nuevos renovables a gran escala necesarios para abastecer la demanda eléctrica en el futuro”.
Trump, mientras tanto, ha decidido retirarse del Acuerdo de París, desoyendo a los científicos de la Universidad de Harvard que aseguraron que continuar el camino actual provocará 80.000 muertes adicionales por década y causará problemas respiratorios a más de un millón de personas en diez años, sobre todo niños. La iniciativa del presidente norteamericano es reactivar la industria minera del carbón sobre la base de una inversión de 100.000 millones de dólares, al igual que la expansión de las perforaciones marítimas y lacustres para la explotación de petróleo.
China, por su parte, está impulsando el crecimiento continuo de su flota de carbón, de acuerdo con un informe de noviembre de 2019 llamado “Fuera de Sintonía”. El estudio agrega que Pekín está construyendo y reviviendo centrales para producir una cantidad de electricidad en base a carbón equivalente a toda la capacidad energética de la Unión Europea. La contaminación del aire en el gigante asiático ocasiona un millón de muertes por año. A su vez, China está financiando gran parte de las minas de carbón en África, según un informe de National Geographic del 9 de noviembre de 2017.
Argentina también
En nuestro país, para promover las energías renovables fue sancionada en 2015 durante el gobierno de Cristina y reglamentada un año más tarde por Macri la ley 27.191. La norma establecía prebendas financieras descomunales: exenciones de aranceles a la importación de equipos, partes, repuestos, componentes y materias primas, amortización acelerada, devolución anticipada de IVA, exención del impuesto a la ganancia mínima presunta, exención del impuesto a los dividendos ante la reinversión en infraestructura y garantías públicas para reducir el riesgo empresario. Sin embargo, este régimen de seducción al capital internacional se estampó -en las postrimerías del gobierno de Macri- con el cepo cambiario, a partir de lo cual comenzaron los despidos masivos en diversas empresas y parques eólicos.
Pero más importante aún es la orientación del gobierno de Alberto Fernández de privilegiar la explotación de Vaca Muerta, lo cual se deriva del eje de su política que es la recaudación de dólares para garantizar el pago de la deuda externa al FMI y los bonistas. Cabe decir, que de acuerdo a declaraciones de Eduardo Kiper, asesor energético de Fernández, el precio actual de la energía renovable es más caro que el de hidrocarburos importados, al revés de lo que pasaba en 2016. En consecuencia, es de esperar que los subsidios a la energía eólica sean redirigidos a las petroleras, que en el caso de Vaca Muerta han recibido durante los últimos seis años la friolera de 140.000 millones de dólares. Esto parece confirmarse con el proyecto de ley que elabora Guillermo Nielsen (ahora presidente de YPF) para blindar las ganancias de los pulpos petroleros y garantizarles que no se vean afectados por el cepo al dólar. Esto cuando los combustibles fósiles representan el 85% de la generación de energía primaria en Argentina
En defensa del planeta, contra el capitalismo
La descripción que hemos realizado sobre la gravedad de la situación a escala mundial, la impotencia de los acuerdos internacionales sobre el calentamiento global por el incumplimiento de las potencias imperialistas y la gran banca, pone de relieve el peso específico que conserva el negocio de los hidrocarburos y la energía contaminante. Es también una muestra del predominio de la rapacidad capitalista para incrementar la tasa de beneficio, por sobre la consideración de la amenaza de destrucción del planeta.
La lucha por un planeta limpio y por evitar las catástrofes solo puede ser, en definitiva, una pelea a escala mundial para que gobiernen los trabajadores, por la supresión del modo de producción capitalista cuya anarquía basada en la búsqueda despiadada de ganancia hunde en la miseria, en la guerra y en la destrucción ambiental al planeta entero. El libre desarrollo de las fuerzas productivas requiere de una planificación consciente de la producción y de la explotación de la naturaleza que solo puede ser liderada por la clase obrera. La construcción del partido mundial de la revolución socialista es una tarea impostergable.