Ambiente

2/8/2023

La Antártida se deshiela, ¿el mundo ya se sobrecalentó?

Algunos efectos ambientales y sociales del calentamiento global.

La transición energética requiere una transformación social.

Por todo el mundo circuló el titular de que la Antártida perdió este invierno una superficie de hielo equivalente al tamaño de Argentina. El dato, mientras en el hemisferio norte siguen padeciendo fatídicas olas de calor, encendió las alarmas de los científicos que alertan sobre las consecuencias del calentamiento global.

Lo sucedido en la Antártida es considerado unánimemente como extraordinario. En la época invernal es cuando se recuperan las superficies heladas que se derriten durante el verano, pero este año la recuperación estuvo 2,6 millones de kilómetros cuadrados por debajo de la media registrada entre 1981 y 2010, superando el mínimo histórico que se había apuntado en 2022. Es una pérdida del 15% en la extensión del hielo marino antártico, cuando ya su nivel mínimo venía de batir un récord histórico el pasado 13 de febrero. No se trata de una curiosidad enciclopédica, sino de una problemática con serios efectos climáticos y sociales.

La Antártida concentra el 90% del hielo mundial. No hace falta más para comprender que un derretimiento progresivo impacta de manera directa sobre el nivel del mar, planteando una verdadera amenaza sobre las enormes ciudades costeras de todo el mundo. Si bien las causas del deshielo y su evolución es materia de debate, es indudable que incide el calentamiento global, al que a su vez retroalimenta.

El cambio climático generado por la emisión de gases de efecto invernadero se almacena en los océanos, y según la Organización Meteorológica Mundial “en las últimas dos décadas se ha duplicado la tasa de acumulación de calor en el sistema climático de la Tierra”. Este es un factor clave en las actuales olas de calor. Alcanza con recordar las insoportables temperaturas del verano pasado o con ver las noticias de las que azotaron las últimas semanas a Europa, Asia y Norteamérica para darse cuenta que no se trata de un tema inocuo.

Con la intensificación de la frecuencia de las olas de calor marinas no solo se alteran los patrones climáticos sino que también se producen efectos devastadores sobre diversas poblaciones de peces, bosques de algas y los arrecifes de coral, claves para sostener la cadena alimenticia marina y sobre todo para la absorción global de carbono en los océanos. Se espera además un agravamiento del calentamiento de los océanos por efecto de El Niño, un fenómeno meteorológico que calienta la superficie del Pacífico y provoca cambios globales en la temperatura y las precipitaciones, ocasionando tanto sequías en algunas regiones como inundaciones en otras.

Sudamérica es una de las regiones gravemente expuestas a este evento climático. Las fuertes lluvias en las costas de Perú perjudican la pesca (su producción pesquera cayó en mayo un 70% respecto del año pasado) y agravarán el brote de dengue, mientras que en Ecuador están en riesgo 50.000 hectáreas de plantaciones de bananas y las cosechas de azúcar. Se esperan sequías en Chile y en Colombia, comprometiendo aquí el abastecimiento de energía que depende en un 70% de la generación hidroeléctrica, lo que augura tarifazos a la población. El Niño también aumenta la probabilidad de incendios forestales en la selva amazónica. En Argentina parecería traer alivio a la reciente sequía, pero las lluvias excesivas pueden perjudicar los cultivos.

El derretimiento de los hielos de la Antártida abre al mismo tiempo otros frentes de conflicto. Al cambiar las rutas de navegación, se altera el tablero geopolítico en la región. El reciente intento de China de montar una base naval en la localidad fueguina de Río Grande, que encendió alarmas en Estados Unidos, es un botón de muestra de las presiones cruzadas que ejercen las grandes potencias y sus preocupaciones militares. En el polo opuesto del planeta, el deshielo del Ártico es desde hace tiempo motivo de choques, por las rutas marinas y los recursos mineros e hidrocarburíferos de la zona, que no ocupan un lugar menor en la ofensiva de la Otan.

En la medida en que lo que guía a los Estados es garantizar su abastecimiento estratégico de energía y materias primas, y actuar como ariete de sus pulpos capitalistas en su disputa por las cuotas de mercado, no hay lugar para ninguna agenda climática real. La guerra comercial y los enfrentamientos militares dejan en ridículo todos los pactos firmados en las cumbres internacionales para mitigar el calentamiento global.

Vale esto para nuestro país, cuando todos los políticos capitalistas aseguran que la salida al hundimiento económico del país pasa por las exportaciones de petróleo y gas de Vaca Muerta, del litio de la Puna y de los agronegocios. Son ramas mayormente en manos de multinacionales y algunos grandes grupos locales, que extraen los recursos del subsuelo consumiendo ingentes cantidades en zonas de estrés hídrico, o avanzan en la desforestación en masa para expandir la frontera agropecuaria. Todos agravantes de la crisis climática, por un régimen de saqueo que no deja más que pasivos ambientales, mientras al pueblo le esperan más tarifazos y encarecimiento de los alimentos.

Pero los luchadores socioambientales y los trabajadores en general, que son quienes sufren las peores consecuencias de todo esto, tienen en estas elecciones una alternativa para no votar a los que gobiernan o gobernaron bloqueando la Ley de Humedales mientras proliferan las quemas, con ventajas especiales para los pulpos del fracking como Chevron, o perpetuando el Acuerdo Federal Minero en beneficio de los Livent y Barrick Gold. En contraposición con la entrega de Massa, Larreta y Bullrich o al negacionista de Milei, la lista que encabeza Gabriel Solano marca un contraste de clase y levanta un programa consecuente sobre la base de enfrentar estos lobbies capitalistas.

La lista Unidad de Luchadores y la Izquierda sostiene abiertamente que para terminar con la depredación ambiental y la entrega de las riquezas estratégicas es necesaria una nacionalización integral sin indemnización y bajo control obrero del petróleo, el gas, el litio, la gran propiedad terrateniente y los pooles de siembra; algo que junto con una nacionalización del comercio exterior (puertos privados, Hidrovía) permitiría financiar la investigación y la transición a nuevos métodos productivos menos nocivos con el ambiente, y valernos de esas materias primas (tan codiciadas en el cuadro de guerra comercial) para adquirir en el mercado internacional la tecnología necesaria para un plan de industrialización. Así se podría abrir paso a una transición energética hacia fuentes renovables y limpias, evaluando el impacto ambiental de cada emprendimiento bajo supervisión de trabajadores, organizaciones ambientales y las comunidades afectadas.

Más que nunca, “si el capitalismo destruye el planeta, destruyamos al capitalismo”.

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