Ambiente

19/12/2023

No es culpa de los árboles sino del desarrollo inmobiliario y el ajuste

El temporal derribó numerosos ejemplares, causando estragos.

Árboles caídos tras la tormenta.

El fuerte temporal que azotó a Bahía Blanca y al Amba, con ráfagas de viento de hasta 140 km por hora, provocó víctimas fatales y estragos de todo tipo. Los daños de este fenómeno meteorológico podrían haberse reducido si Javier Milei, Axel Kicillof, Jorge Macri y los intendentes bonaerenses hubieran adoptado políticas en pos de ello.

Las autoridades no pueden aducir que el evento las tomó por sorpresa. Por un lado, el Servicio Meteorológico Nacional había emitido una alerta por tormentas severas. A su vez, lo que se dio fue el paso de una zona frontal fría, algo que suele suceder en la región antes que comience el verano.

Por otra parte, los gobernantes deberían haber tomado medidas de prevención a sabiendas de que nos hallamos todavía bajo la influencia del fenómeno El Niño, que en Argentina se manifiesta con precipitaciones por encima del promedio. A lo anterior hay que sumarle los efectos del cambio climático, que intensifica el impacto de estos eventos cíclicos.

Para evitar que el vendaval derribara tantos árboles -causando destrozos en el tendido eléctrico, viviendas y vehículos-, los gobiernos tendrían que haber impulsado una campaña de monitoreo para enderezar (utilizando una polea manual) y arriostrar (colocando  tensores en todas las direcciones para inmovilizar el fuste) aquellos ejemplares pasibles a tumbarse por el grado de inclinación del tronco, exposición a los vientos del sudeste, etc. Sin embargo, una medida de este tipo es incompatible con el ajuste imperante.

A su turno, que la turbonada haya derruido esa cantidad de árboles es consecuencia directa del desarrollo urbano en términos capitalistas. La edificación indiscriminada lleva a que, a la hora de instalar cañerías y cables subterráneos, se caven trincheras cortando las raíces de los árboles, debilitando su arraigo al suelo. Las constructoras buscan ahorrarse los costos de usar tuneleras para este tipo de obras, o de compensar el daño ocasionado instalando tutores hasta la recuperación estructural del árbol.

O bien, se plantan árboles en alcorques muy pequeños, haciendo que las raíces, como señala el ingeniero agrónomo e investigador del Conicet, Eduardo F. Piré, “crezcan en espiral o enroscadas que con el tiempo, las exteriores (mejor alimentadas) se engrosan y ahorcan a las interiores (envueltas) disminuyendo la calidad del anclaje y permitiendo el ingreso de enfermedades”. A su vez, no existe ningún servicio estatal que supervise que las planteras en las veredas estén despojadas de escombros y residuos que impidan el paso del agua hasta las raíces.

Asimismo, la alteración lumínica que generan las construcciones en altura y las luces artificiales de las ciudades fragiliza el crecimiento de los árboles, favoreciendo su caída. Además, los vientos se aceleran en todas direcciones cuando chocan contra un edificio; también incrementan su velocidad cuando el aire pasa por un espacio estrecho -algo característico de las zonas con grandes torres-, haciendo que soplen más fuerte sobre los árboles.

Tanto en CABA como en los municipios de la provincia de Buenos Aires, quienes gobiernan promueven códigos urbanísticos o excepciones al mismo en pos de fomentar el desarrollo inmobiliario sin ningún tipo de planificación, en beneficio de los especuladores. Son los mismos que, ante la tormenta anunciada, no impulsaron iniciativas de prevención en los barrios ni subsanaron las pérdidas materiales que sufrieron los vecinos.

Por otro lado, en los aglomerados urbanos, con el objetivo de que el arbolado no tape la luminaria o el cableado, en las podas se extraen las ramas de abajo, reforzando el efecto palanca que ejercen las ramas más altas con el tronco sobre las raíces. Otras veces, con la misma finalidad se podan los árboles de manera asimétrica, provocando la torcedura del tronco y, por ende, facilitando su derrumbe. Estas podas indebidas pueden generar también que las nuevas ramas broten sobre las cortadas y sean muy inestables.

Otro aspecto de la inadecuada gestión sobre el arbolado público ha sido la falta de riego artificial -acorde a las necesidades de cada especie- durante el período de sequía, ocasionando problemas en el sustrato donde yacen los árboles.

Finalmente, la expansión de los capitales inmobiliarios y el ajuste fondomonetarista están detrás de los árboles caídos tras el torbellino, que tantos problemas le causaron a la gente. Es claro que no podemos esperar que un presidente negacionista del cambio climático y partidario de recortar el gasto público nos proteja de episodios similares que ocurran en el futuro. Solo con organización y lucha podemos arrancarle al poder político planes de contingencia y reparación de daños.

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