Aniversarios

2/8/2020

A 30 años de la primera Guerra del Golfo

A las 2:00 de la madrugada del 2 de agosto de 1990 cien mil soldados de Irak comenzaron la invasión a Kuwait.

Antecedentes

En los ocho años de guerra con Irán, Irak había perdido un millón de vidas humanas. Para emprender esa guerra contó con el apoyo del imperialismo norteamericano y obtuvo créditos de miles de millones de dólares por parte de los países productores de petróleo del Golfo Pérsico. La revolución iraní de 1979 había llevado a los Estados Unidos a respaldar a Saddam Hussein, presidente iraquí y enemigo declarado de los clérigos chiitas. La guerra tuvo lugar desde 1980 a 1988.En su transcurso el imperialismo desembolsó billones de dólares en préstamos a Bagdad. La hipoteca acumulada iba ahorcando al aliado de EEUU.

George Bush padre (entonces presidente de Estados Unidos), alentó a Hussein a realizar la invasión, llevando a este a descartar que nuevamente sería apoyado. Se trató de una estratagema yanki para retomar la iniciativa y enfrentar la enorme crisis en la que estaban inmersos. Saddam actuaba para obtener en forma compartida con el imperialismo una mayor cuota de la renta petrolera, mientras continuaba reprimiendo a la minoría Kurda y oprimiendo a los trabajadores iraquíes.

El régimen irakí dirigido por el partido Baath que dirigía Hussein formaba parte de la OPEP (Organización de países productores de petróleo ) que también integraba Kuwait. El incremento de la producción petrolera por parte del régimen monárquico kuwaití había bajado el precio del hidrocarburo, una violación de las decisiones adoptadas por la OPEP, que se convirtió en uno de los argumentos esgrimidos por Saddam Hussein para atacar a Kuwait. Sus argumentos abarcaban desde la atribución iraquí de la pertenencia del territorio de Kuwait, hasta el robo de petróleo iraquí por parte de Kuwait en las zonas fronterizas. Antes de la guerra del Golfo Pérsico, Hussein venía preparando la reconstrucción de la industria petrolera irakí con el respaldo de grandes capitales franceses y de la todavía existente burocracia restauracionista de la U.R.S.S. Así, pretendía llevar la capacidad exportadora de Irak a seis millones de barriles diarios. Irak ya era el segundo exportador mundial de petróleo con3,5 millones de barriles diarios. Cabe decir también que Saddam pretendía con esta invasión sacarse de encima la abultada deuda con Kuwait, que era uno de sus acreedores.

La crisis norteamericana

Richard Stockey, uno de los principales economistas de la empresa Du Pont afirmaba a principios de los noventa: “Estamos en una economía que se está debilitando”. La apreciación de Stockey era una descripción de la realidad acuciante que atravesaba el coloso imperialista. En Estados Unidos había bajado el consumo, aumentado la desocupación, las corporaciones habían disminuido sus dividendos de fin de año. La traducción fría en porcentajes se expresaba en la caída de un 2,25 del PBI durante el último cuatrimestre de 1990; el déficit comercial ascendía al 13, 9% debido a la crisis del golfo ( la invasión de Irak a Kuwait había incrementado el precio del barril de petróleo).El déficit del Estado ascendía a 25, 6 millones de dólares y el desempleo a 7.300.000 trabajadores. General Motors cerraba veinte plantas, y Ford y Chrysler hacían lo propio. La industria automotriz japonesa había conquistado el 26% del mercado automotriz norteamericano. La crisis era general, la onda expansiva abarcaba a bancos pequeños y medianos que otorgaban créditos a las capas medias norteamericanas y a la clase obrera. El rescate de semejante derrumbe iba a significar entre 500.000 millones y 1,4 billones de dólares. Había una ruptura en la cadena de pagos por créditos morosos que hicieron sufrir cuantiosas pérdidas al 11% de los bancos comerciales yankis en 1991, lo cual llevó al peligro de quiebra a 997 de ellos. La catástrofe no podía ser mayor, y para colmo la deuda externa ascendía a un billón de dólares. La crisis norteamericana era parte del derrumbe mundial con manifestaciones en la recesión británica y el estancamiento japonés, en el aumento de la inflación mundial, y en una ofensiva contra las condiciones de existencia de las masas con disminuciones salariales y un incremento del desempleo aun en las naciones imperialistas, junto a los contratos basura que dieron lugar al aumento de la plusvalía absoluta como resultado de la flexibilidad laboral .Al mismo tiempo se les impuso a las naciones semicoloniales la eliminación de las barreras aduaneras de un modo unidireccional. La guerra era parte de este proceso.

La guerra como salida

El imperialismo norteamericano enfrentaba una crisis económica y encontró en la guerra una manera de tomar una iniciativa. Usó a Saddam Hussein, del mismo modo que lo hizo antes en la guerra contra Irán, pero esta vez para acusarlo de violación de la soberanía kuwaití, de amenaza a la democracia y de violación de los derechos humanos. En rigor, la monarquía kuwaití de Al -Sabah privaba de los más elementales derechos a la mayoría de su población, y el propio imperialismo yanki ya había probado con creces ser el mayor violador de derechos humanos y de las libertades democráticas en Panamá, la República Dominicana,, Libia, Líbano, Liberia, Vietnam

Era la oportunidad para ajustar cuentas también con las naciones imperialistas adversarias de Europa, y con Japón en el mercado mundial, pero inferiores en materia bélica, haciéndoles pagar el precio de los gastos de guerra y por añadidura era un método para impedir que Alemania conquistara nuevos mercados. La guerra que estaba por venir contó con el apoyo militar de otras treinta y tres naciones. El interés por la riqueza petrolera no estaba ausente, incluso por parte del propio Bush padre y de sus asesores y secretarios (Condoleezza Rice, Dick Cheney y otros que continuaron como funcionario en el gabinete de George Bush hijo), todos los cuales eran acaudalados empresarios petroleros.

La Organización de las Naciones Unidas preparó, amparó y justificó la masacre

La decisión de ir a la guerra por parte del gobierno de George Bush mostró el predominio de los sectores fabricantes de armas y petroleros de la burguesía imperialista yanki.

La ONU actuó como la correa de transmisión de los intereses imperialistas mediante resoluciones que fueron preparando el genocidio de la población iraquí. El mismo día de la incursión iraquí en Kuwait, como si fuera un resorte, la ONU votó la Resolución 660 condenó la invasión, y dos días más tarde resolvió el embargo comercial, financiero y militar a Irak (Resolución 661).No era la primera vez que un dictador de una nación semicolonial iba a ver incumplidas sus ilusiones en la devolución de favores por parte del imperialismo( ya le había pasado a Galtieri con el mismo imperialismo en la guerra de Malvinas, luego del respaldo de éste a la lucha contra la revolución salvadoreña). La suerte estaba echada: el 29 de noviembre de 1990 la ONU aprobó la Resolución 678 que autorizaba el uso de la fuerza.

El 17 de enero, y durante cinco semanas un millón de hombres ( 450.000 norteamericanos), dos mil carros de combate, 1800 aviones, cien barcos iniciaron la batalla llamada Operación Tormenta del Desierto, culminando el 11 de febrero del mismo año con un asalto terrestre. La CNN transmitió en vivo la masacre. Su cobertura estaba manipulada, diciendo que  los blancos de los bombardeos eran solo objetivos de destrucción de armamento. Es que las resoluciones bélicas aprobadas por el congreso norteamericano habían sido objeto de repudio mayoritario por parte de la población. Con la mentira de la “guerra inteligente” torcieron la balanza a favor de la ofensiva de un 85% de la población.

El resultado en términos de vidas humanas civiles para Irak fue de doscientos mil muertos como resultado de la acción bélica genocida del imperialismo y de setenta mil por la hambruna ocasionada por el embargo.

Según un informe de Robert Haley y James Tuite, Estados Unidos utilizó en la guerra gases venenosos diversos, entre ellos el gas Sarin, fabricado en Alemania desde 1939 por el régimen hitleriano y sintetizado como insecticida. Cabe señalar que una vez terminado el choque bélico y “aceptado el armisticio”, las tropas iraquíes que evacuaban Kuwait por la ruta a Besora fueron masacrados por la aviación norteamericana. Es importante destacar que el imperialismo norteamericano pretendía con esto dar también un mensaje sobre su capacidad de intervención bélica. La acusación al régimen presidido por Saddam sobre la tenencia de armas atómicas se demostró como falso, y aun cuando las tuviera carecía de dispositivos tecnológicos para usarlas.

La guerra le permitió a Estados Unidos también exigir la transferencia desde los países petroleros hacia Estados Unidos a través de los pagos de la reconstrucción de Kuwait, del financiamiento de las tropas de la zona y las reparaciones exigidas a Irak y la subordinación de sus aliados para recomponer su hegemonía mundial. El derrumbe de la URSS y su disolución meses más tarde hicieron suponer a Estados Unidos que el camino estaba allanado. Los acontecimientos inmediatos posteriores y los actuales muestran que no ha podido superar la tendencia recurrente a crisis capitalistas, que explotan en su principal potencia con una virulencia creciente.

La burocracia soviética, en la agonía de la URSS votó en el Consejo de Seguridad de la Onu a favor de la invasión de Irak y del retiro de las tropas iraquíes de Kuwait, esto es: votó en defensa de los intereses de la Kuwait Oil Company, cuya propiedad era de la Gulf Oil Company de los Estados Unidos y de la British Petroleum, como así también de los negocios petroleros de la familia real kuwaití. El régimen castrista de Cuba capituló frente al imperialismo absteniéndose en cuatro votaciones referidas al bloqueo y a la intervención armada del Consejo de Seguridad del cual era miembro no permanente. El gobierno de Menem apoyó la intervención armada del imperialismo y el bloqueo. Con él se alineó el Partido Comunista Argentino, exigiendo el retiro de las tropas iraquíes de Kuwait. El Partido Obrero llamó a una acción común mundial de la izquierda y de la clase obrera contra el bloqueo económico y político a Irak, contra la invasión, en defensa de los pueblos árabes que los invasores imperialistas pretendían ahogar en sangre, y en especial a quienes habían participado del Foro de San Pablo y por impedir todo esfuerzo que fortaleciera la acción bélica contra Irak, y añadía la lucha contra los pagos subsidios y privatizaciones en virtud de que las mismas iban dirigidas a la agresión genocida contra el pueblo irakí.

La guerra fue una primera muestra de la política militar preferida del imperialismo yanqui en las próximas décadas luego de la caída del bloque dirigido por la URSS: el uso de las votaciones en la ONU para sancionar fuerzas “multilaterales” donde decenas de países completaban los ejércitos para las operaciones que promovían, quitándole el peso de una movilización general de tropas que no estaba en condiciones de encarar luego del desastre de la guerra de Vietnam, que supuso el fin de la conscripción militar obligatoria. Esta política hoy se encuentra en crisis, como hemos visto con los llamados reiterados de que la Unión Europea constituya una fuerza militar propia separada de la OTAN dirigida por los yanquis, y del retiro creciente de su participación en las operaciones dirigidas por EEUU en medio oriente.

Las potencias imperialistas se apropian de la región petrolera

Las sanciones impuestas a Irak se combinaron con la destrucción de vidas e infraestructura, ocasionando una merma del 90% de su exportación petrolera, con su consecuente ahogo económico y financiero.

El 2 de agosto de 1992 Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña establecieron unilateralmente una zona de exclusión aérea entre los paralelos 32º y 36º norte para “proteger” al sur a los shiitas y a los kurdos al norte, de acuerdo a lo declarado. En rigor, ocultaban lo fundamental: se trataba de la protección de los pozos petroleros de Mosul (donde habitaba una mayoría kurda y el Puerto de Besora (mayoría chiita) por donde salían barcos petroleros. Hay que puntualizar claramente que las direcciones tanto chiitas como kurdas, aprovecharon el debilitamiento de Saddam y desarrollaron una ofensiva reclamando sus derechos nacionales, pero que lejos de apoyarlos, el imperialismo les soltó la mano, porque necesitaba a Saddam para estabilizar la región y pacificarla, como así también para ejercer un contrapeso en su disputa con el régimen chiita iraní.

Luego, el imperialismo yanki intervino en Afganistán( 2001) con el apoyo de la ONU y en Bosnia, prescindiendo de él. La primera guerra del golfo, emprendida por los Estados Unidos, respaldado por otras 33 naciones tuvo su origen en la lucha por conquistar el mercado mundial entre las diversas fracciones del imperialismo. Lejos de apaciguarse esos choques, se potenciaron y se volvieron a manifestar en Irak. En 2003, bajo el gobierno de George Bush hijo, el imperialismo yanki desarrolló una ofensiva letal contra Irak derrocando a Saddam e imponiendo un gobierno títere. Saddam había sido calificado como eje del mal, e Irak acusada de la posesión de armas químicas y atómicas. La realidad era muy otra. En 2007 Alan Greenspan (presidente de la Reserva Federal) declaró en sus memorias que la invasión no tenía que ver con la existencia de esas armas de destrucción masiva sino que tenía la finalidad de controlar las enormes reservas petroleras y evitar que la Unión Europea y potencias emergentes como India y China se acercaran a las mismas. Justamente fue eso lo que hizo que tanto Francia como Alemania le restaran apoyo a la invasión.

La guerra de Irak fue la manifestación de la profunda crisis del capital, que tiene su expresión en la disputa por el mercado mundial y pone en evidencia que el régimen capitalista en su última etapa, el imperialismo, es un régimen agotado cuya salida es la destrucción de las fuerzas productivas y de vidas humanas, en función de la defensa de su única razón de ser: la tasa de beneficio. Esta realidad hace que el choque entre las naciones imperialistas se agudice. En 2020, en medio de la pandemia del coronavirus, la tendencia al colapso de este régimen agotado se manifiesta del modo más crudo, del mismo modo que la tendencia a la revolución socialista en todos los continentes cuyo epicentro es la enorme rebelión popular en la cuna del imperialismo, Estados Unidos. La lucha por una dirección obrera y socialista a escala mundial es vital y decisiva para llevarlas al triunfo. Esa es la perspectiva que hemos impulsado en estos días en la Conferencia latinoamericana y de la izquierda convocada por el FIT-U.