A 40 años de la Noche de los Lapices


Hace 40 años, la dictadura militar secuestraba diez jóvenes estudiantes de la Escuela Normal N° 3 de La Plata que tenían entre 16 y 18 años, en su mayoría militantes o ex militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios -creada en 1973, a instancias de la Juventud Peronista. Seis de esos jóvenes fueron torturados y hechos desaparecer, otros cuatro sobrevivieron, y uno de ellos, Pablo Díaz, se convirtió en el narrador de aquella historia. Una película de Héctor Olivera extendió el conocimiento de la masacre de los pibes, aunque la crónica no registró que en ese fatídico septiembre comenzaba la primera prueba de fuerza de la clase obrera con la dictadura, con las huelgas metalúrgicas y del Smata y más adelante, en octubre y febrero, con las de Luz y Fuerza. Tampoco que la masacre había comenzado antes del 24 de marzo de 1976: entre los centenares de abatidos por la Triple A bajo Perón e Isabel Perón figuran varios activistas secundarios.


 


La estadística que prueba que más de un tercio de los desaparecidos eran obreros ha hecho empalidecer otros datos relevantes. Más de un 80% de ellos eran jóvenes que no habían cumplido los 35 años y un 45%, los 25. Una encuesta del diario La Opinión del año 1973 hecha a adolescentes, y casi por entero a estudiantes secundarios, da una cifra impactante: el 30,3% -presumiblemente muchos más por aquellos que no quisieron darlo a conocer- afirmaron algún tipo de participación política. Los chicos que cayeron en La Noche de los Lápices eran el eslabón inferior de una inmensa masa de jóvenes que fueron protagonistas del ascenso revolucionario planteado a escala mundial desde el ’68, objeto del exterminio de la dictadura.


 


Desde sus orígenes, el 16 de septiembre fue, para la juventud, como el 24 de Marzo, sinónimo de lucha contra la impunidad. Los reclamos de juicio y castigo a los culpables, o el desafiante ¡30.000 desaparecidos, presentes! se convirtieron en consignas de todo el pueblo como respuesta a la complicidad de la “democracia”, sus partidos e instituciones en el encubrimiento de los genocidas.


 


Una complicidad que antecedió al propio golpe del ’76, desde que fue Isabel Perón quien nombró a Videla como comandante en jefe y fue el gobierno peronista quien creó los grupos de tareas de la Triple A, amparados en la protección del General.


 


Una complicidad de la democracia que tuvo un papel eminente en la UCR que hoy forma parte del gobierno y cuyo máximo dirigente (Ricardo Balbín) llamó horas antes del 24 de marzo a acabar con lo que llamó la “guerrilla fabril” -es decir con la vanguardia obrera que buscaba un camino independiente frente a la completa descomposición del movimiento nacionalista en el poder. Fueron los partidos de la democracia los que pavimentaron el camino de la dictadura militar.


 


Vaciamiento


 


Cada 24 de Marzo y cada 16 de septiembre, la consigna del Juicio y castigo actuó como un ariete contra los sucesivos intentos de reconciliación y olvido. Pasó así en las marchas masivas contra el Punto Final y la Obediencia Debida en la década del ’80, en la movilización a 20 años del golpe contra los indultos o en la gigantesca movilización de los 30 años, cuando el gobierno supuestamente nacional y popular fracasó en su intento de que estas fechas perdieran su condición de jornadas de lucha y quedaran convertidas en tributos a la democracia de turno.  Los gobiernos de NK y CFK buscaron vaciar al 16 de septiembre, así como al 24 de marzo. Por eso pasó a ser el Día Nacional de la Juventud y se convirtió en efeméride escolar. Un día de reflexión donde el mejor homenaje -CFK dixit- era hacer un acto oficial y ocultar la responsabilidad del peronismo en el golpe militar. Un peronismo que había llegado al gobierno en el ’73 y que, para gobernar con las patronales, diseñó una política de regimentación de los trabajadores, de cooptación de la burocracia de los sindicatos y de aniquilamiento de su vanguardia.


 


Esta empresa reaccionaria pretendió fundarse en que el gobierno “nacional y popular” había consumado los objetivos de una política de derechos humanos que nunca había sido asumida por los gobiernos anteriores: derogó las leyes de impunidad. Pero esta derogación fue sólo una maniobra para impedir la extradición de los genocidas a España. Los juicios avanzaron cada vez más a cuentagotas y en un escenario de intimidación y hasta secuestro de testigos (Julio López). Hasta el día de hoy no se han abierto los archivos. Las patotas o las fuerzas de seguridad siguieron atacando a la clase obrera o a los luchadores. La cantinela sobre los juicios a los militares se refuta con un par de datos implacables: luego de la “década ganada” hay 689 condenados, 568 (54%) están en prisión y 462 (44%) en arresto domiciliario. Los juicios a empresarios y jueces son insignificantes (Ministerio Público Fiscal, Estado al 30 de junio 2016).  


 


El relato


 


El vaciamiento del 16 de septiembre es continuado por el gobierno PRO en la figura de la gobernadora María Eugenia Vidal. Acaba de formalizar una entrevista con Pablo Díaz, erigiéndose en defensora del boleto estudiantil, que sería el “origen” de la lucha que desembocó en La Noche de los Lápices.


Deberíamos festejar entonces un ciclo concluido. El gobierno “nacional y popular” ha ejecutado el Juicio y castigo y el boleto estudiantil ha sido una obra que culminó Cambiemos, bien que en colaboración.


 


Uno de los secundarios sobrevivientes, detenido una semana antes de La Noche… y exiliado en París, declaró en 2008: “se construyó una historia con el boleto estudiantil y se hizo de ésta un símbolo que vació el contenido”. “Mi hermana (Claudia Falcone) no era una chica ingenua que peleaba sólo por el boleto estudiantil… nuestra casa fue una escuela de lucha”, diría su hermano, tiempo más tarde.


 


La dictadura no fue un desvío que los argentinos deberían recordar como una mala noche, sino el producto de una organización social y política que hay que abatir. El campo de los que luchan por los derechos humanos y las libertades no será nunca de los K o de los sucesores, que hoy buscan más desembozadamente la “reconciliación” con los represores.


 


El 16 de septiembre será una jornada de lucha, ahora, y siempre.