Aniversarios

1/10/2019

[ARCHIVO] La Revolución China: 70 años después

Compartimos un artículo de Pablo Rieznik publicado en Prensa Obrera N° 1103 (8/10/09), en ocasión del 60° aniversario de la fundación de la República Popular China.

Tropas del Ejército Popular de Liberación entran a Pekín en enero de 1949

"¡El Gobierno Popular Central de la República Popular China se ha fundado hoy!” proclamó Mao Zedong, líder del Partido Comunista, frente a una multitudinaria concentración de centenares de miles de personas en la Plaza Tiananmen, en la vieja ciudad de Pekín. Era el 1º de octubre de 1949. Concluía así una larga guerra civil con la liquidación del partido de la burguesía china, el Kuomintang (KMT) que contaba con el apoyo del imperialismo mundial. Se consagraba la segunda gran revolución victoriosa del siglo XX, expresión de una nueva época histórica que tomó forma definitiva con la Revolución Rusa en 1917.


Los bolcheviques habían llegado al poder en el contexto de las convulsiones provocadas por la Primera Guerra Mundial. Los comunistas chinos lo harán, tres décadas después, en el contexto de las convulsiones provocadas por la segunda Guerra Mundial. Por eso, el acelerador de la revolución será el marasmo provocado por la derrota de Japón en 1945, ocho años después de haber invadido masivamente China.


Guerra civil y guerra nacional


La burguesía china había llegado al poder en 1911 con el derrumbe del milenario imperio de la dinastía manchú. El dominio del gobierno del Kuomintang, sin embargo, quedó restringido al sur del país, mientras el resto del territorio se mantenía desmembrado entre los llamados señores de la guerra y los enclaves de las potencias imperialistas en las ciudades costeras.


A partir de la década del ‘20, el descontento campesino y el desarrollo de la clase obrera en las ciudades de la costa tomaron la forma de un levantamiento revolucionario, que cristalizó en la insurrección de 1927, con epicentro en Shangai y Cantón, que fue aplastada por el KMT.


La complicidad de la burocracia de Stalin con esa masacre quedó de manifiesto por su apoyo al ingreso del ejército de Chiang Kai-shek en esas ciudades. Stalin había impulsado la “colaboración” del PC con el Kuomintang. Los sobrevivientes del PC chino se refugiaron entonces en el campo y organizaron la resistencia armada, con un ejército campesino que sobrevivió a sucesivas campañas de “aniquilamiento” por parte del KMT. En 1934, las tropas guerrilleras de Mao enfrentaron una ofensiva “final” con una heroica retirada conocida como la Larga Marcha. De 100 mil combatientes, apenas unos 15 mil llegaron un año después a Shenshi, luego de haber recorrido 12.500 kilómetros.


Japón, que ocupaba la región de Manchuria desde 1931, lanza en 1937 un ataque en masa sobre toda China. La brutalidad del ejército japonés contra la población, la destrucción de las ciudades, el desmantelamiento de la industria alimentaron una nueva guerra nacional. La guerra civil, que no había cesado, imprimirá su propio sello a la nueva situación: el Kuomintang mantuvo sus hostilidades contra el Ejército Rojo de Mao y buscó, una y otra vez, pactar un compromiso con los invasores, provocando crecientes manifestaciones de resistencia y revueltas entre sus propias tropas. El ejército de Mao Zedong, en contrapartida, comenzó a salir de su aislamiento y a ponerse a la cabeza de la lucha contra la ocupación extranjera con el planteo del frente único antijaponés. Cambió su nombre por el de Ejército Popular de Liberación, pero no aceptó disolver todas sus tropas en el ejército del Kuomintang, como reclamaban otra vez los capitostes de Moscú.


La derrota de Japón en 1945 marcará un punto de inflexión. La burocracia moscovita y el imperialismo pactaron en Yalta (Stalin, Churchill y Roosevelt) el mantenimiento del régimen de Chiang Kai-shek. Con la mediación del embajador norteamericano, Patrick Hurley, que previamente había pasado por Moscú y obtenido garantías de Stalin para un compromiso, el KMT y el PCCh negociaron una salida al desmoronamiento japonés.

Entretanto, la industria había sido desmantelada, millones de campesinos arrojados de sus tierras, una capa de especuladores y colaboracionistas del KMT se había apoderado de inmensas cantidades de tierra. La hiperinflación y la corruptela se generalizaron.


El régimen nacionalista, que había intentado aprovechar el “acuerdo nacional” para liquidar a los comunistas, comienza él mismo a desmoronarse. Los campesinos se sublevan, las bases del ejército del KMT se quiebran.

En octubre de 1947, bajo la presión de una situación de insurgencia que se extiende como una mancha de aceite, el PCCh (que había evitado hasta el momento romper lanzas con la clase de propietarios rurales que sostenía al KMT) da un viraje al plantear la reforma agraria: los grandes latifundios fueron expropiados sin indemnización y la distribución de tierras benefició a decenas de millones de campesinos. El avance entonces se hace imparable. El Ejército de Mao avanza hacia Pekín y proclama la República Popular.


Revolución y contrarrevolución


En China, el proletariado no ocupó de ningún modo el lugar que tuvo en la Revolución Rusa, porque había sido diezmado por la contrarrevolución primero y por la invasión japonesa después. El campesinado en armas quedó bajo la dirección del partido comunista, surgido al calor de la revolución de los años veinte. El papel del PCCh a la cabeza del ejército, en un país paupérrimo y desindustrializado, le dio al nuevo poder una enorme autonomía política, que se apoyaba en un aparato extendido y centralizado.


Habían pasado sólo algunos meses cuando China tuvo que enfrentar la guerra de Corea, en 1950, a la cual fue empujada por el gobierno de Stalin y las provocaciones norteamericanas. La intervención norteamericana se hizo bajo el paraguas de las Naciones Unidas y contingentes multinacionales. El gobierno revolucionario se vio rápidamente obligado a un gigantesco esfuerzo económico y social. Con la guerra de Corea, el imperialismo logró contener la expansión de la revolución. En particular en Japón, donde se desarrollaba un gran proceso de radicalización.


Los comunistas chinos cumplieron la tarea histórica de concretar la unidad nacional. Pero la revolución china quedó aislada en sus propias fronteras. Las tendencias a la burocratización del Estado, alimentadas por el mismo atraso nacional y el aislamiento de China, progresaron en el contexto que siguió a la guerra de Corea. La ilusión de una colaboración de la URSS concluyó en un fracaso (colectivización e industrialización forzados en los años cincuenta).


Los zig zags en la política económica, la consolidación de la burocracia en la cúpula del poder, sus luchas internas y la deliberación popular alcanzaron un nivel explosivo en la década del sesenta (la “revolución cultural”). En 1965, la dirección del PCCh, repitiendo la peor política staliniana, había aconsejado al vecino PC indonesio someterse al Kuomintang local, dirigido por Sukarno. En el archipiélago asiático se repitió la tragedia de 1927, que concluirá con la derrota de la revolución indonesia y la masacre de 500.000 trabajadores.


La burocracia reorienta entonces toda la política: firma un acuerdo definitivo con Estados Unidos (Mao, Nixon, Kissinger) y emprende la vía de la restauración capitalista. En la década del ’80, la Thatcher cede a China la administración del reducto capitalista de Hong Kong, lo que convierte a la China “comunista” en una extraordinaria plataforma de exportación.