Aniversarios

6/12/2018

Centenario de la revolución alemana parte #2

Epígrafe: Postal de la conferencia de Zimmerwald (septiembre de 1915)

La guerra durante 1916


“Las autoridades alemanas (tanto las militares como las civiles) no podían dejar de tener en cuenta que (las conferencias de) Zimerwald y Kienthal habían tenido su mayor éxito precisamente en Alemania” (Tarle, pág. 379). Ni en Inglaterra ni en Francia se observaba una agitación contra la guerra de la envergadura de Alemania. La insurrección de Irlanda (apoyada por Alemania) en la Pascua de 1916 había fracasado a pesar del heroísmo de sus líderes. “Todos tenían la seguridad de que la revolución estallaría en Rusia (…) pero esa revolución estaba demorándose en exceso” (ídem).


Inquieto por la perspectiva de una guerra que se alargaba, el alto mando alemán consideró que una victoria decisiva sobre Francia podía abrir el camino hacia la paz. Decidieron atacar en Verdún, fuertemente defendida por los ejércitos aliados. La batalla duró desde febrero de 1916 hasta setiembre, la más larga de la guerra. Ambos ejércitos perdieron centenares de miles de hombres en una carnicería infernal. La batalla llegó a su fin por agotamiento, sin que las posiciones se hubieran modificado. En agosto, Alemania derrotó a Rumania con lo que pudo contar con petróleo y cereales rumanos. Pero aún con ese aporte, la situación social alemana a fines de 1916 era desesperante.


Crece la oposición


“La tremenda matanza de Verdún, que no había tenido ningún resultado positivo y había concluido, en sustancia, con una derrota, después de meses de inauditos esfuerzos e incalculables pérdidas, produjo una profunda, dolorosa impresión” (Tarle, pág. 381).

Las protestas se extienden por todo el país. El 1° de mayo de 1916, la oposición de izquierda convoca a un acto en Berlín al que concurren algunos miles de obreros y jóvenes, en el que Liebknecht toma la palabra. Es detenido, pero el día de su juicio, el 28 de junio, 55 mil obreros de Berlín realizan una huelga de protesta. Los acompañan trabajadores de distintas partes de Alemania y en Hamburgo estallan verdaderas rebeliones.


Corrido el velo de la “unidad patriótica” de agosto de 1914, el gobierno persigue y encarcela a los “agitadores”. Kautsky admite en una carta a Víctor Adler de agosto de 1916: “El extremismo corresponde a las necesidades actuales de las masas no educadas. (…) Liebknecht es el hombre más popular en las trincheras” (Broue, pág. 42).


La Liga Espartaco y las oposiciones de izquierda


La oposición de izquierda se va estructurando. En abril de 1915 comienzan a publicar la revista “Die Internationale”. Se organiza una red de contactos en las distintas ciudades y en marzo de 1916 una conferencia funda la Liga Espartaco. No sólo critican a la dirección derechista sino que se diferencian del centro que se está conformando paralelamente. Critican tanto la “paz civil” de la derecha como las ilusiones pacifistas del centro, y afirman que la paz no resultaría más que de una acción revolucionaria del proletariado.


Paralelamente se desarrollan grupos opositores de los más variados. Uno de los más activos y que tendrá un rol protagónico en la revolución es el surgido de los sindicatos de Berlín, los “delegados revolucionarios (…) Red elástica, que descansa sobre contactos de confianza entre militantes de organizaciones legales, el círculo de delegados revolucionarios es, de hecho, candidato al papel de dirección de los trabajadores berlineses que disputa victoriosamente, en múltiples ocasiones, al partido socialdemócrata o a los sindicatos, sin tener la ambición de constituirse en dirección política autónoma ni en sindicato escisionista” (Broue, pág. 48). Encabezados por Richard Müller, líder de los torneros, conviven en ella dirigentes de izquierda y del centro. Ellos protagonizan la huelga en solidaridad con Liebknecht de junio de 1916.


Un debate central en las oposiciones de izquierda es la actitud hacia el Partido Socialdemócrata. Los bolcheviques habían defendido en las conferencias de Zimerwald y Kienthal la necesidad de constituir un partido revolucionario independiente frente a la bancarrota de la Segunda Internacional, separado no solamente de la dirección derechista, agente de la burguesía imperialista en el movimiento obrero, sino también del centro pacifista y vacilante que la encubría. Otto Rhule, poco después de la conferencia de marzo publica en el “Vorwärts” un artículo resonante en favor de una escisión de la socialdemocracia. Lo mismo opinan grupos de Berlín, Bremen y otras ciudades. Rosa Luxemburg, en cambio, los combate: es necesario, según ella, permanecer en el partido todo el tiempo posible, guardarse de constituir una secta, actuar para arrastrar a los obreros a la lucha. La manifestación del 1° de Mayo y la huelga de junio parece una confirmación de esta línea: trabajadores, que no están encuadrados por los revolucionarios, conducen en plena guerra una huelga política que los revisionistas juzgaban imposible en tiempo de paz. Los espartaquistas se oponen a romper con el Partido Socialdemócrata. La tarea es enderezarlo. El protagonismo de las masas les permitirá recuperar la orientación revolucionaria. La escisión inmediata, que propugnan los bolcheviques y que empiezan a proponer en Alemania algunos elementos influidos por ellos, les parece un remedio peor que la enfermedad.


Estos planteos mostrarán rápidamente su inviabilidad y la superior perspectiva trazada por los bolcheviques. Chocan contra la realidad que los golpeará duramente. La escisión se producirá, pero por iniciativa de la derecha, del aparato, y escindirá a la derecha del centro. La izquierda que no supo ni preverla ni prepararla tendrá que tomar posición frente a los hechos consumados. La Liga Espartaco es numéricamente pequeña y no logra capitalizar en términos organizativos la simpatía que genera el prestigio de Liebknecht.


La formación del Partido Socialdemócrata Independiente


El centro liderado por Kautsky y Haase defiende una política de paz sin anexiones y mantiene una “oposición leal” a la dirección derechista. Como parte de este equilibrio, la dirección del partido autoriza las abstenciones de los diputados del centro. Pero, a fines de 1915, una veintena de diputados del centro votan en contra de los créditos militares. Con el deterioro de la situación social y el empantanamiento de la guerra se acrecientan los síntomas de descontento en el seno del partido. En marzo de 1916, Haase denuncia el estado de sitio y los diputados del centro votan en contra de su renovación. La réplica es inmediata, la fracción los excluye por cincuenta y ocho votos contra treinta y tres. Los excluidos forman un “colectivo de trabajo socialdemócrata”. Así, durante todo 1916 convivirán en el mismo partido dos grupos parlamentarios separados y tres corrientes políticas.


Las dos oposiciones, la pacifista y la revolucionaria compiten por ampliar sus bases en el partido. Pero es la dirección la que los aproximará. La tensión social y política lleva al extremo la crisis del partido, que se rompe bajo la presión de fuerzas sociales antagónicas, clases dirigentes actuando por mediación del ejecutivo, clases trabajadoras exigiendo a los opositores la expresión de su voluntad de resistencia. Para el ejecutivo no hay otro recurso más que imponer en el partido el estado de sitio que pesa ya sobre el país. La oposición leal debe defenderse y dejar de ser leal so pena de verse aniquilada.


Por iniciativa del “colectivo de trabajo socialdemócrata” de Haase se convoca a una conferencia de toda la oposición en Berlín en enero de 1917 a la que concurre los espartaquistas. Nadie propone la escisión. La conclusión es que se mantendrán contactos permanentes entre todas las oposiciones para defenderse de las agresiones de la dirección. Pero es el Ejecutivo derechista el que toma la iniciativa. Acusa a la oposición de colocarse ella sola fuera del partido y comienza una purga implacable por todo el país. La oposición tendrá que sacar las conclusiones. La escisión es un hecho. Una nueva conferencia en la pascua de 1917, en Gohta, decide la formación del Partido Socialdemócrata Independiente.


No se trata de la salida de algunos dirigentes ni la secesión de organizaciones locales. El partido se parte de arriba abajo. Unos 170.000 militantes quedan en el viejo partido, mientras que el nuevo reivindica 120.000. Entre éstos, los dirigentes más conocidos de todas las tendencias de antes de la guerra, Liebknecht y Luxemburgo, Haase y Ledebour, Kautsky y Hilferding, e incluso Bernstein. Ni querida ni preparada por la oposición, la escisión resulta de la doble presión de la cólera obrera y de la determinación del ejecutivo, al servicio de la política de guerra, de impedir cualquier resistencia. Los dirigentes del nuevo partido, que habían luchado durante años con el objetivo declarado de evitar la escisión, se encuentran, paradójicamente, a la cabeza de un nuevo partido.


Kautsky y Bernstein sólo se decidieron a adherirse a la nueva organización, después de consultar con sus amigos, para servir de contrapeso a los espartaquistas y contribuir a limitar su influencia (Broue, pág. 56).


El rechazo al centralismo y la división de la izquierda


Los espartaquistas ingresan al nuevo partido liderado por los centristas en contra del reclamo de los sectores de izquierda radical que rechazan someterse al centro. Uno de los aspectos que seduce a muchos espartaquistas para ingresar al nuevo partido es también controversial: el nuevo partido renuncia a todo centralismo. Uno de sus portavoces, el joven Fritz Rück, lo precisaba sin vueltas: “Queremos ser libres para seguir nuestra propia política”. Pero esto es un llamado al espontaneísmo. Los espartaquistas ni siquiera forman una fracción dentro del nuevo partido. La actitud de los espartaquistas se explica por su concepción de la naturaleza de la revolución, elaborada en la lucha contra la centralización burocrática y dejando poco espacio a la organización; es ahí donde están las raíces de sus divergencias, no sólo a nivel internacional, con los bolcheviques, sino en el nacional, con los radicales de izquierda.

Una consecuencia del ingreso de los espartaquistas al nuevo partido es partir en dos a la minoría revolucionaria. En agosto se celebró en Berlín, con la presencia de delegados de Bremen, Berlín, Francfort, Rüstringen, Meoers y Neustadt, una conferencia de grupos radicales de izquierda con el objetivo de crear un “partido socialista internacional”. Pronto Otto Rühle, todavía diputado, se une a los “socialistas internacionalistas”, con los militantes de Dresde y de Pir que le siguen.


En la próxima nota, el impacto de la revolución rusa, la paz de Brest Litovsk y las vísperas de la revolución.


 


Bibliografía

Eugene Tarle: Historia de Europa, Ed. Futuro, 1960.

Pierre Broue: Revolución en Alemania.


 


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