Aniversarios
9/11/2017|1481
Cien años que seguirán conmoviendo al mundo
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“Bolshiness is back” fue el título que eligió hace unas semanas el semanario The Economist para advertir acerca de “las similitudes con el mundo que produjo la Revolución Rusa”. “El bolchevismo está de vuelta”, admite la revista, en una impensada admisión del “fantasma que recorre Europa”. En el ‘slang’ del Reino Unido, ‘bolshiness’ se aplica a las personas desafiantes y rebeldes. Interesante.
Las circunstancias similares que The Economist señala con ese pasado son, por un lado, la bancarrota financiera corriente y el estancamiento de la economía y la productividad, y las guerras internacionales que proliferan en el Medio Oriente y en el este de Europa, por el otro. Es el crecimiento del desempleo, la pobreza y vulnerabilidad laboral. La humanidad asiste a una aguda decadencia del capitalismo e incluso a la barbarie. Centenares de miles de personas sucumben por los “daños colaterales” de los misiles y pueblan de cadáveres el Mediterráneo. La revista del capital financiero enciende luces de alarma.
La Revolución de Octubre, que es lo que se conmemora este año, supera, sin embargo, a sus circunstancias. Por eso recupera un escenario que no abandonó nunca. La disolución de la Unión Soviética y su conversión en economía de mercado no ha dado lugar, 25 años después, a la esperada expansión del capitalismo sino, por el contrario, a una desintegración imparable de la Unión Europea y a la mayor crisis capitalista desde los años ’30 del siglo pasado. Ha dado lugar a Trump y a una crisis política inédita en Estados Unidos, al menos desde la guerra civil. No ha abandonado “la guerra fría” por la “paz universal”, sino que ha engendrado un estado de guerras permanentes. El reflujo que ha sufrido el proceso revolucionario mundial, desde fines de los ’70, es circunstancial. La Argentina de 2001 no es un fenómeno local. A la orden del día se encuentra de nuevo “la catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla”.
Lo que distingue históricamente a la Revolución de Octubre es su condición universal. No reemplaza a una clase explotadora por otra, sino que plantea la abolición de toda forma de explotación. No afirma un interés nacional, sino internacional. Entre su inicio, en febrero, y octubre, agota todas las formas políticas que al mundo occidental ha llevado doscientos años: desde un gobierno burgués, distintas coaliciones, un intento bonapartista, el golpe militar, un pre-parlamento y una tentativa final de régimen de “democracia pura” de partidos socialistas -los explotados son llevados a la instauración de un régimen político por completo original. A través de esta experiencia emerge un régimen revocable de consejos obreros y campesinos -donde los trabajadores deliberan y gobiernan.
Todas las formas de transición política de la democracia formal fueron incapaces de terminar con la guerra, entregar la tierra a los campesinos y establecer una Asamblea Constituyente. Lo hizo el gobierno soviético en horas y días. También revolucionó enseguida la legislación de derechos políticos y sociales -entre ellos, el divorcio, el aborto seguro, la descriminalización de la homosexualidad y el acceso de la enseñanza pública con contenidos renovados. La reacción staliniana, fruto del reflujo revolucionario y de una confiscación del poder político, barrería con estos derechos en el curso de una década. En medio de crisis internas y debates inmensos, un partido político sin parangón en la historia, de decenas de miles de miembros activos, se convirtió en herramienta decisiva para llevar la revolución a la victoria y evitó la tragedia de una salida pinochetista o hitleriana.
La universalidad de la Revolución de Octubre se resume en lo siguiente. Fue dirigida por la clase obrera en un país abrumadoramente campesino; por un partido de intelectuales en un país de analfabetos; por un partido internacionalista en un imperio de nacionalidades oprimidas; por un partido ateo en una sociedad misticista; y hasta por un partido con numerosos cuadros judíos en una sociedad fuertemente antisemita. La necesidad histórica barrió las divisiones y contingencias particulares más arraigadas.
Este es el legado de Octubre de 1917 para la época actual de bancarrotas, guerras y revoluciones.