Aniversarios

15/1/2019

“Cómo entiendo el bolchevismo”

Traducción publicada originalmente en Política Obrera n° 115 (23 de junio de 1972)

Movilización de los comunistas durante la Revolución Alemana de 1918.

El artículo “La socialización de la sociedad” (Die Sozialisierung der Gesellschaft), que compartimos en ocasión del centenario del asesinato de Rosa Luxemburgo, fue publicado en Die Junge Garde (La Joven Guardia) en diciembre de 1918, en el marco de la revolución que tumbó a la monarquía alemana y a un año de la Revolución de Octubre en Rusia. La presente traducción salió en Política Obrera n° 115, del 23 de junio de 1972, bajo el título “Cómo entiendo el bolchevismo”.


La revolución proletaria que se está operando actualmente no puede tener otro propósito ni otro resultado que la implantación definitiva del socialismo. Para su realización debe la clase trabajadora concentrar toda la fuerza política que tiene en sus manos.


Para nosotros, los socialistas, la fuerza política no constituye sino el medio de conseguir nuestro propósito. El propósito para el que queremos utilizar esa fuerza es el de transformar radicalmente todo el sistema económico actual.


Bajo el régimen contemporáneo toda la riqueza de nuestro país, las más vastas y mejores partes de su suelo, las minas, las fábricas y los medios de producción pertenecen a un pequeño núcleo de junkers y capitalistas particulares. La gran masa proletaria, por su pesado y extenuador trabajo, no recibe en cambio, sino un salario de hambre. La actual organización económica tiende solamente a enriquecer a un reducido número de "desocupados".


Esta situación injusta debe ser suprimida. Toda la riqueza social, la tierra con sus tesoros naturales, las fábricas y los medios de producción deben ser expropiados a la minoría explotadora y convertidos en propiedad común del pueblo.


El primer deber de un gobierno verdaderamente obrero debe ser la nacionalización mediante una serie de decretos, de los importantes medios de producción, colocándolos directamente bajo el libre contralor del pueblo. Este es el primer paso hacia la reconstrucción del sistema actual de la produción sobre bases completamente nuevas.


En la actualidad la producción es controlada en cada fábrica por los capitalistas particulares, según su entender y antojo. Los propietarios resuelven lo que debe ser producido, cómo, dónde, cuándo y a qué precio debe venderse los productos. En todo ello los obreros no pueden decir absolutamente nada. Ellos vienen a ser una especie de máquinas vivientes destinadas al desempeño de funciones técnicas determinadas. Bajo un orden socialista este estado de cosas deberá modificarse totalmente.


El propietario privado desaparece, el objeto de la producción ya no se reduce simplemente a servir de medio de enriquecimiento a individuos determinados, sino que tiende a satisfacer las necesidades de toda la colectividad.


Para conseguir este objeto deben ser reorganizadas las fábricas, los talleres, las propiedades rurales en concordancia con la nueva situación creada.


Primero. Si el objeto de la producción es asegurar para todos una vida decente, de proveer a cada uno con suficientes alimentos y prendas de vestir y satisfacer también las aspiraciones superiores, entonces la productividad del trabajo debe ampliarse enormemente, los campos deben producir muchos frutos, las fábricas perfeccionar sus máquinas para obtener un mayor rendimiento. Nuestras minas de carbón y metales deben ser explotadas en forma tal que obtengamos los más grandes resultados. Por eso debe la socialización abarcar en primer término, nuestras más importantes empresas industriales y agricolas. No necesitamos ni queremos expropiar al pequeño terrateniente y al pequeño artesano que emplea su fuerza libre de trabajo en una parte de la tierra o en el taller. Con el tiempo adherirán voluntariamente una vez enterados de las ventajas del sistema socialista sobre la propiedad privada.


Segundo. Si todos los miembros de la sociedad deben llevar una vida decente, es imprescindible que cada uno trabaje. Solamente aquellos que producen un trabajo útil para la sociedad, sea un trabajo de menor cuantía, sea un trabajo calificado, vale decir, un trabajo intelectual, tienen el derecho de exigir de la sociedad que satisfaga sus justas necesidades. Una vida holgada como la que llevan actualmente los ricos explotadores no se tolerará más. El trabajo será obligatorio para todos los que sean capaces de trabajar con la excepción, naturalmente de los niños, los viejos y los inválidos. La sociedad está obligada a velar por aquellos que no pueden trabajar, mas esto no debe consistir en esa miserable caridad que se practica hoy día, sino en una satisfacción suficiente de sus necesidades, que los hijos sean educados e instruidos a costa de la comunidad, que los viejos tengan un hogar cómodo y que los enfermos dispongan de los mejores hospitales y asistencia médica.


Tercero. El mismo propósito -el bienestar colectivo- requiere el empleo eficiente y económico de los medios de producción y de trabajo, la ruin utilización actual de esas cosas debe evitarse natural mente, se suprimirá toda producción de material bélico, por cuanto una sociedad socialista no necesita armas para asesinar a los hombres. Lo que se gasta actualmente en la adquisición de esos costosos materiales y el trabajo que se emplea en la producción de armas y municiones, como también los buques de guerra y su proveedura de alimentos y medicamentos será empleado para cosas más útiles.


También desaparecerán las industrias del lujo como igualmente las que están destinadas a satisfacer la moda y los gustos extravagantes de los ricos. La servidumbre personal quedará relegada a las cosas del pasado. Todo el trabajo que en ello se emplea será utilizado con fines mucho más benéficos.


Cuando creemos un pueblo de trabajadores en el que cada uno trabajará para el bienestar de todos, el trabajo mismo cambiará, entonces, de espíritu y de naturaleza. En la actualidad el trabajo, en el campo como en la fábrica, en el taller como en la oficina, resulta para el trabajador la mayoría de las veces, una pesada carga sin ningún interés para él. Los hombres van a trabajar por obligación, pues de lo contrario no tendrían que comer; en una sociedad socialista, en cambio, en la que cada individuo trabaja para el bien colectivo, es natural que las condiciones del trabajo defiendan la salud y aumenten los deseos de trabajar en mayor grado. Las horas de trabajo serán lo bastante cortas para que el obrero no tenga que sacrificar su salud. El lugar donde se ejecutará el trabajo será atrayente y bien sano. Se tomarán todas las medidas posibles para cambiar de trabajos, proporcionando con ello a los trabajadores la posibilidad de un descanso mayor. De esta manera cada obrero hará su parre de trabajo con gusto y placer.


Pero reformas de tal magnitud requieren dirigentes de primer orden. Hoy en día detrás del obrero está el capitalista con su látigo personalmente o su representante, administradores o empleados superiores. El hombre obliga al proletariado a ir a la fábrica o al campo, al taller o a la oficina. El propietario cuida mucho que los obreros no le malgasten su tiempo, que no desperdicien sus materiales, que le hagan trabajo bueno y honrado. En una sociedad organizada sobre bases socialistas, desaparece el propietario con su látigo. Los obreros son todos hombres libres e iguales, que trabajan para su beneficio propio, es decir, que deben voluntariamente trabajar con gusto, no desperdiciar materiales que son de propiedad colectiva y cumplir sus deberes en la mejor forma posible. Cada empresa socialista debe tener naturalmente sus dirigentes técnicos que entiendan el trabajo y den los consejos e indicaciones necesarias para que las máquinas trabajen sin tropiezos, que el trabajo sea distribuido equitativamente, que la producción sea cada vez mayor. Esto quiere decir, que los obreros deben cumplir voluntariamente las indicaciones que se les haga con atención y honradez. Los obreros deben mantener la disciplina y el más perfecto orden, no deben dar lugar a rozamientos ni confusiones. En una palabra, el obrero en un estado socialista debe demostrar que sabe trabajar con placer y normalidad, sin ser impelido para ello por el hambre y sin tener encima al capitalista o al capataz. Debe cuidar por sí mismo la disciplina y cumplir su parte lo mejor que pueda. Todo esto exige autocontrol, viva inteligencia, moralidad y seriedad. Esto requiere sentimientos de respeto a sí mismo y de responsabilidad, es decir, un renacimiento espiritual del proletariado.


Jamás triunfará el socialismo en un pueblo formado por hombres perezosos, ligeros de criterio, egoístas, indiferentes y exentos de idealismo. Una colectividad socialista debe tener miembros activos que cumplan sus deberes con entusiasmo y soltura para el bienestar común, miembros desbordantes de sentimientos de generosidad, y de cariño hacia sus congéneres, que posean ánimo y voluntad para las empresas más grandes y difíciles.


Mas no debemos perder siglos o décadas hasta que surja la nueva raza humana. El proletariado adquiere el idealismo y la viveza intelectual en la lucha revolucionaria. Ánimo y energía, inteligencia clara y autosacrificio, he aquí las cualidades que la revolución misma se encarga de cultivar. Cuando hagamos buenos revolucionarios habremos hecho trabajadores socialistas del futuro, sobre los cuales se cimentará el nuevo orden social.


Nuestros jóvenes obreros ante todo están llama dos a encargarse de esta grandiosa misión. Su generación de seguro pondrá el verdadero fundamento del estado socialista. Su deber ineludible es demostrar que son dignos y capaces de tomar sobre sí la gran responsabilidad de los "pioners" de la futura humanidad. Todo el mundo viejo debe desaparecer y un nuevo mundo debe ser creado. En ello estamos empeñados, y como suenan las estrofas de la canción: “…La única cosa que necesitamos, esposa mía, hijo mío, para ser libres como los pájaros, es tiempo”.


 


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