De la Colonia a la primera invasión inglesa

La plata del cerro de Potosí pagó la revolución industrial en Inglaterra, no en España, aunque el reino español tenía los dominios de estas regiones. Los metales saqueados en América arruinaron la endeble industria española, pero impulsaron decisivamente la industrialización inglesa. Londres instaló tempranamente su cabecera de playa en el Río de la Plata y su comercio no tuvo poco que ver con los acontecimientos de mayo de 1810.


Así, el puerto de Buenos Aires, transformado en puente de la Colonia con Europa, hizo que el virreinato se incorporara al mercado mundial (es decir, al mercado inglés) por su parte más atrasada: la intermediación, el parasitismo comercial.


Las invasiones de 1806 y 1807 no inauguraron la llegada de guerras europeas a estas latitudes. La primera expedición británica al Río de la Plata se produjo en enero de 1762, y ocupó Colonia del Sacramento en el marco de la Guerra de los Siete Años -en la cual Inglaterra y España combatían en bandos opuestos. En octubre de ese año, Pedro de Cevallos recuperó Colonia y, poco después, una flota anglo-portuguesa (tenía por misión ocupar Buenos Aires) fue vencida por las fuerzas españolas en la Banda Oriental.


Incluso la fundación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776, fue una medida político-militar orientada a detener el avance regional de Portugal e Inglaterra, mientras sucesivas expediciones inglesas y francesas se dirigían a las costas patagónicas.


Ya entonces, las Malvinas eran parte de aquellas disputas.


Malvinas, las invasiones sucesivas


Descubiertas en 1540 por una expedición comandada por un cura, fray Francisco de Ribera, y financiada por el obispo católico de Valencia, Gutierre de Vargas y Carvajal, España tomó posesión de las Malvinas el 4 de febrero de aquel año.


Más de dos siglos después, el francés Louis Antoine de Bougnaville, fundador de la Compagnie de Saint-Maló, ocupó las islas el 31 de enero de 1764 al mando de dos fragatas. Las llamó liles Malouines. El 17 de marzo, los franceses fundaron una colonia, Port Saint Louis, en la actual isla Soledad. El 5 de abril tomaron formalmente posesión del territorio en nombre de Luis XV, rey de Francia.


Aquella ocupación generó un conflicto franco-español (es decir, entre aliados), que terminó cuando Francia reconoció los derechos españoles sobre el archipiélago. Inglaterra desconoció el acuerdo al que habían llegado sus enemigos. La Corona británica consideraba que esas islas tenían una importancia estratégica para controlar el paso interoceánico y, a fin de eludir la reacción española, organizó una expedición secreta en 1764. Oficialmente se informó que los expedicionarios se dirigían a las Indias Orientales y sólo el 22 de octubre de 1764, al zarpar de Río de Janeiro, el comodoro John Byron, jefe de la misión, informó a los tripulantes de su verdadero destino: las Malvinas.


Byron llegó a las islas en enero de 1765, un año después del arribo de Bougnaville, y de inmediato instaló en ellas una base militar. “Tomo posesión de este puerto y de las islas adyacentes en nombre de Su Majestad, el rey Jorge III de la Gran Bretaña, y las nombro Falkland Islands”, dijo con solemnidad Byron al momento de desembarcar.


Después de un par de intentos fallidos, España recuperó militarmente las islas en junio de 1770. Una flotilla, que había partido de Montevideo al mando de Juan Ignacio de Madariaga, logró la rápida rendición de Puerto Egmont después de unos pocos cañonazos. Por primera vez, España ocupó realmente las islas. Su primer gobernador, Felipe Ruiz Puente, hizo construir varios edificios comunes, cocinas y un cuartel, así como una capilla cuyo nombre, Nuestra Señora de la Soledad, se extendió a toda la isla.


Por tanto, las Malvinas estaban en poder de España cuando, en abril de 1806, desembarcaron en Quilmes las tropas del Regimiento 71 de Highlanders al mando del general William Carr Beresford. Tenían orden de ocupar Buenos Aires, cuando toda la estructura económica de la Colonia crujía y se desmoronaba.


La bandera inglesa en la Plaza Mayor


La asunción de Napoleón en 1799 renovó la alianza franco-española, que había sido rota por la Revolución Francesa. Impulsada por Napoleón, en 1802 España le declaró la guerra a Portugal, principal aliado de Inglaterra en el continente europeo. Las invasiones inglesas al Río de la Plata, cuatro años más tarde, fueron batallas de aquella guerra.


De todos modos, las guerras napoleónicas en el Río de la Plata tuvieron sus fuertes razones internas.


España, casi sin fábricas, no podía absorber los productos de sus colonias e impedía el desenvolvimiento económico de los virreinatos americanos. Inglaterra, industrialmente poderosa, veía crecer a ritmo de vértigo su demanda de bienes primarios, pero los puertos sudamericanos abundaban en restricciones aduaneras, impuestas por España, y obligaban a Inglaterra a desenvolver sus grandes especialidades marinas: la piratería y el contrabando. Ya a fines de la década de 1780, el primer ministro inglés, William Pitt, había aceptado una propuesta del independentista venezolano Francisco de Miranda, quien esperaba constituir en Sudamérica un imperio gobernado por un descendiente de los incas (uno de los intentos fatalmente fallidos de unidad nacional americana). Con ese fin, Miranda esperaba el respaldo de Inglaterra y Estados Unidos a cambio de un intercambio comercial irrestricto y el usufructo del istmo de Panamá para construir un canal interoceánico. La Convención de Nutka en 1790, que puso fin a una de las tantas guerras anglo-españolas, canceló la expedición militar que preparaba Pitt. Por ese tratado, Inglaterra reconoció la soberanía española en las islas del Atlántico Sur próximas al continente americano. El puñado de colonos ingleses establecidos en las Malvinas abandonó el archipiélago.


De nuevo en guerra, en 1796 el gabinete de Pitt elaboró un nuevo plan de intervención militar en América del Sur. Sin embargo, otra vez el proyecto debió abandonarse, porque Rusia y Austria rompieron su alianza con Londres y la dejaron más expuesta a los ataques de las flotas de España, Francia y Holanda.


No obstante, en enero de 1806, una escuadra inglesa al mando del teniente general David Baird tomó el cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de Africa. La expedición que partiría de allí en abril rumbo al Plata no estaba aprobada oficialmente por Londres, pero los gobernadores de colonias remotas teman potestad para decidir “misiones militares urgentes”. El Regimiento 71 de escoceses, embarcado en esa flota, era una de las unidades de batalla más sólidas del Reino Unido, al mando del teniente coronel Denis Pack. El comando general de las tropas se encontraba, como se dijo, a cargo de Beresford. No sólo traían sus armas, también cartas de Buenos Aires que les aseguraban el respaldo de los comerciantes y de la aristocracia locales.


El 8 de junio de 1806, la flota inglesa fue avistada frente a Montevideo. El 24, Beresford hizo un simulacro de desembarco en Ensenada, desarrolló maniobras frente a Punta Lara y abrió fuego contra las fortificaciones costeras. Ai día siguiente, 1.600 soldados desembarcaron en Quilmes sin que nadie los molestara. Sólo el 26, una fuerza militar de Buenos Aires, al mando de Pedro de Arze, concurrió a enfrentarlos. Cuando esa fuerza tuvo ante así al enemigo, una descarga de artillería y el primer ataque a fondo de la infantería invasora la dispersaron.


El virrey, Rafael de Sobremonte, ordenó el armamento de la población y apostó sus fuerzas en la ribera norte del Riachuelo. Fracasó. El reparto de armas fue caótico y esa fuerza desorganizada no pudo detener el avance inglés. Así, Sobremonte quedó fuera de la ciudad, impotente para cualquier intento defensivo, y huyó hacia Córdoba. El 27 de junio, las autoridades virreinales aceptaron la intimación de Beresford y se rindieron. En la tarde de ese día, la bandera del Reino Unido ondeaba en la Plaza Mayor, actual Plaza de Mayo.


Buenos Aires era colonia inglesa.