El gobierno soviético emancipa a las nacionalidades oprimidas

El 2 (15) de noviembre de 1917, el gobierno de los soviets proclamó la Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia. El Decreto estableció la igualdad y soberanía de los pueblos, el derecho de éstos a disponer de sus propios destinos, hasta el punto de poder separarse para formar estados independientes. Finalmente, la abolición de todos los privilegios nacionales y religiosos, y el libre desarrollo de todas las minorías nacionales o étnicas. 


Rusia era una cárcel de pueblos. Bajo el zarismo vivía un conjunto de nacionalidades oprimidas cuya magnitud revelan dos cifras: la nacionalidad dominante -grandes rusos- constituía el 43% de la población, mientras el 57 correspondía a nacionalidades oprimidas de distinta forma (de ese 57%, un 17% eran ucranianos, un 6% polacos, un 4,5% rusos blancos, entre otros) (Censo de 1897).


En las Tesis de Abril -punto 14-, Lenin planteó de modo tajante que “todas las promesas que no lleven aparejada la realización efectiva de la libertad de separación, no son más que mentiras burguesas para engañar al pueblo”. Concretamente: “plena libertad de separación, la más amplia autonomía local (y) garantías perfiladas hasta en sus más mínimos detalles para los derechos de las minorías nacionales”. A la vez, las Tesis sostenían que la “aspiración” del partido bolchevique era la creación de un Estado lo más grande posible, basado en el acercamiento y la fusión con las nacionalidades oprimidas.


Esta confluencia debía ser voluntaria y llevar a una vinculación estrecha cuyo contenido era la ruptura con el imperialismo, el derrocamiento de la burguesía de las nacionalidades oprimidas, la toma del poder por las masas trabajadoras -el gobierno de los trabajadores apoyado en los campesinos. Una unión de repúblicas socialistas que no se fundaba en el interés nacional, sino en el desarrollo de la revolución liderada por el proletariado. “Por esta razón -dirá Trotsky- (el bolchevismo) se negaba en forma terminante a organizarse como una federación de secciones nacionales”.


Este programa chocó con la política del Gobierno Provisional y con las coaliciones que le sucedieron junto a mencheviques y socialistas revolucionarios. La democracia oficial fue incapaz de evitar la continuidad de la opresión heredada del zarismo, se limitó a disfrazar el continuismo planteando la necesidad de sostener la unidad del proceso revolucionario. No pasó de la abolición de leyes discriminatorias que establecieron una igualdad aparente de todas las nacionalidades ante la burocracia del Estado gran ruso. Aún esta mínima concesión vino a resaltar la desigualdad de derechos jurídicos entre las naciones, pues casi todas estaban en situación de sometimiento frente a ese Estado. El Gobierno Provisional llegó al extremo de decretar la disolución del Parlamento de Finlandia, cuando la socialdemocracia se erigió en mayoría.


La Revolución exacerbó la lucha por la libertad


El desarrollo de la revolución luego de febrero fue un disparador de la lucha de las nacionalidades oprimidas. Finalmente, la exacción fiscal, el desconocimiento de sus lenguas, la falta de escuelas, tribunales y funcionarios propios eran la medida de su postergación cultural y de poder. El Gobierno Provisional y sus continuadores, frente a los reclamos, no tuvieron otra política que remitir los conflictos a una Asamblea Constituyente sin fecha. Esto significó acrecentar la exasperación por partida doble: por la indeterminación en torno de la Constituyente y por la percepción de que esta asamblea, en caso de concretarse, estaría dominada por los mismos partidos que formaban el Gobierno Provisional, que no estaban dispuestos a cruzar los límites fijados por las clases dominantes.


Por si esto fuera poco, la coalición en el poder presentaba los esfuerzos de emancipación de las nacionalidades oprimidas como fruto de la acción intrigante y provocadora del Estado Mayor austro alemán.


A fines de septiembre, en un texto a días de la Revolución de Octubre -“La crisis ha madurado”-, Lenin sostuvo que “después del problema agrario, lo más importante en la vida de todo el Estado ruso, sobre todo para las masas pequeño burguesas de la población, es el problema nacional”. En la Conferencia Democrática convocada en este período, “la curia nacional (en Rusia el sistema electoral era por curias, sobre la base de las diferencias sociales) ocupa, en cuanto a radicalismo, el segundo lugar -cediendo sólo a los sindicatos, y con mayor porcentaje de votos contrarios a la coalición (de gobierno) que los delegados de los soviets”.


Rosa Luxemburgo se opuso al derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas. Apuntó que fue una concesión estéril desde el momento que una tras otra, estas nacionalidades se aliaron con el imperialismo alemán, como enemigos mortales de la Revolución de Octubre. Para ella, “el carácter pequeño burgués de esta fraseología nacionalista está precisamente en su conversión… en un simple instrumento del dominio de clase burgués”. Desconoció la fuerza revolucionaria latente en las nacionalidades oprimidas, no sólo en Rusia, y el papel de las guerras de emancipación nacional como nuevas formas de revolución nacional y engranajes en la lucha del proletariado mundial por la revolución socialista. La política bolchevique frente a las nacionalidades produjo una delimitación con el impotente nacionalismo burgués y creó las condiciones para que emergiera el movimiento de obreros y campesinos revolucionarios, dirigido contra toda opresión, en primer lugar la nacional.


Stalin


La política que llevó a la derrota la Revolución China (1925/27) marcó la ruptura de la política bolchevique en relación con la cuestión nacional. Stalin y la burocracia del Kremlin dedujeron un papel revolucionario de las burguesías coloniales, para justificar su maridaje político y fraternidad de armas con Chiang Kai-shek, la cabeza del nacionalismo burgués. Adulteraron el planteo de Lenin, que marcó la progresividad histórica de la lucha de las naciones oprimidas, pero jamás atribuyó posibilidades revolucionarias a las burguesías de los países atrasados.


Durante quince años, los bolcheviques batallaron por el derecho de las naciones oprimidas a romper con el Imperio de los zares. “Esa audaz definición revolucionaria de la cuestión nacional creó entre los pueblos oprimidos… una confianza inquebrantable hacia el Partido Bolchevique… la política nacional de Lenin es ya un elemento indestructible en el acervo de la humanidad”, sintetizará Trotsky, años después.