El movimiento obrero en el Centenario

El movimiento obrero enfrentó el primer Centenario de la Revolución de Mayo en un cuadro de movilización y huelga general en defensa de sus reivindicaciones, en especial contra la Ley de Residencia. Esa ley, dictada en 1902, condenaba a la expatriación a los trabajadores de origen extranjero que participaban en las luchas sociales y sindicales. Asimismo, la clase obrera reclamaba la libertad de los detenidos con motivo de la huelga general de mayo de 1909, conocida como la Semana Roja, que se declaró en repudio al feroz ataque policial al acto de los trabajadores anarquistas del 1º de Mayo de 1909 en Plaza Lorea, que costó decenas de muertos y heridos. El Centenario fue celebrado bajo la vigencia del régimen conservador, dos años antes de la sanción de la ley Sáenz Peña, que permitió el acceso de la UCR al gobierno. ¿Pero cómo se plantó el movimiento obrero en el plano político frente a un Centenario de incuestionable cuño oligárquico?

El año del Centenario comenzó con un reguero de luchas obreras. En enero, después de casi un mes de huelga, los aserradores de la Boca y Barracas lograron imponer la jornada de ocho horas. Casi enseguida comenzaron conflictos con ebanistas, carpinteros, madereros, torneros y otros. Casi todas esas huelgas resultaron victoriosas y obtuvieron, según los casos, mayores salarios, seguros de accidentes y hasta libertad de agremiación. Esto es: la lucha obrera empezaba a ponerle límites a la superexplotación infame de la época.

El movimiento fue in crescendo. La central obrera anarquista (Fora) advirtió que si las demandas obreras no eran escuchadas “la huelga general estallará en la víspera del 25 de Mayo, como un mentís a cuantas libertades quieran celebrarse y exhibirse ante el mundo civilizado”.
El 8 de mayo, convocadas por la Fora, casi 70 mil personas –la manifestación más grande que hubiera conocido Buenos Aires en su historia– se reunieron en la plaza Colón para protestar contra las autoridades de la Penitenciaría Nacional, acusadas reiteradamente de maltratar a los presos. En esa concentración se anunció el comienzo de la huelga general para el 18 de mayo. El gobierno tendió puentes de diálogo con el consejo federal de la Fora, pero el intento fracasó. La reacción fue brutal.

El 13 de mayo fueron allanadas las redacciones de los periódicos obreros La Protesta, La Batalla y La Acción. En esas redadas, más de cien militantes fueron detenidos. Ese día, la Cámara de Diputados declaró el estado de sitio.

El 14, todo empeoró. Ese día entraron en acción las bandas de la derecha, que organizaron pogromos contra las redacciones de La Vanguardia –órgano del Partido Socialista, aunque el PS se oponía a la huelga– y La Protesta, cuyos locales, clausurados por la policía durante la mañana, ahora fueron incendiados por la turba. La redacción de La Vanguardia fue saqueada e incendiada. Antes de prenderle fuego, los atacantes robaron máquinas de imprenta, máquinas de escribir y hasta la biblioteca entera. El líder socialista Juan B. Justo increpó por aquella barbarie a un comisario de apellido Reynoso, que miraba complacido las llamas. Reynoso le contestó: “Y bueno, doctor… los muchachos están entusiasmados”, mientras la pequeña muchedumbre de emperifollados celebraba las llamas con gritos de “muera el anarquismo”, “abajo la huelga”, “mueran los obreros”, alternados con vivas a la patria, a la Ley de Residencia (que permitía la expulsión sumario de los trabajadores extranjeros) y tiros al aire. Esa horda se retiró apresuradamente cuando desde una azotea les cayeron algunos balazos.

Los pogromos no atacaron sólo los locales obreros. Esa misma noche, una columna de gente bien armada atacó barrios considerados “judíos”: en la esquina de Lavalle y Andes (hoy José E. Uriburu) quemaron un almacén y violaron a dos muchachas. En Paseo de Julio (Leandro N. Alem), frente a la estación Retiro, incendiaron la librería de Bautista Fueyo, quien solía editar obras consideradas “subversivas” por esa “oligarquía con olor a bosta de vaca”, como la llamaba Sarmiento.

Entusiasmados por sus propias tropelías y por la abierta protección y colaboración policial, de la turba brotó un grito: “¡A la Boca! ¡A Barracas!”, los grandes barrios obreros (la Boca era llamada por la policía “la Barcelona argentina”, en referencia a la magnífica organización proletaria del pueblo catalán). Pero los obreros los esperaban armados y las mujeres habían preparado ollas con agua hirviendo para arrojárselas desde los techos. Alertados sobre tal “recibimiento”, los facinerosos volvieron sobre sus pasos para ir a la más tranquila Pirámide de Mayo.

La huelga general

La huelga convocada para el 18, después de los pogromos del 14, se adelantó dos días y comenzó el 16 con tres consignas: derogación de la Ley de Residencia, libertad de los presos sindicales y políticos, y amnistía para los infractores a la ley de enrolamiento. En la Boca y Barracas, en el puerto y los corralones, la paralización fue total. Fueron puntales de la huelga, además de los portuarios, los conductores de carros, los panaderos, los albañiles y todos los obreros industriales. Incluso, abandonaron sus tareas muchos trabajadores de las exposiciones del Centenario.

Sin embargo, antes que en la represión, la huelga tuvo su enemigo decisivo y declarado en el Partido Socialista, que se opuso a ella y la saboteó expresamente. El 21 de mayo casi todos los dirigentes de la huelga estaban presos y el movimiento decaía. El movimiento obrero sufría otra derrota, impuesta con el estado de sitio, la prisión de medio millar de militantes, la destrucción de sus locales y órganos de prensa y la acción abierta de las bandas fascistas. En esas condiciones la oligarquía argentina festejó el Centenario con una fastuosidad de la que aún se habla.

Pasado el Centenario, el 27 de junio la Cámara de Diputados aprobó otra ley, complementaria de la de Residencia, llamada de Defensa Social, que añadía a las deportaciones la prohibición absoluta de ingreso en el país de cualquier extranjero sospechado de “anarquista” o de “preconizar ataques por la fuerza o violencia contra los funcionarios públicos, los gobiernos o las instituciones”. También limitaba y en algunos casos suprimía el derecho de reunión.
Ese era el “centenario” de nuestros explotadores.