Engels: la condición obrera

A propósito del 125 aniversario de su muerte

En 1892, Friederich Engels repasa una nueva edición de aquello que había publicado cuando tenía 24 años: “la primera cosa inglesa”. En aquel entonces, estaba de regreso en Barmen, su ciudad natal, tras su estadía en Manchester, y terminaba de escribir una extensa y detallada denuncia de La situación de la clase obrera en Inglaterra: sus extenuantes jornadas de trabajo (“aquél que desde la infancia, cada día, por doce horas o más, ha hecho alfileres o pulido peines… ¿qué sentimientos humanos y qué aptitudes puede tener después de los treinta años?”), sus barrios y viviendas (“en esas habitaciones solo una raza no ya humana, degradada, enferma del cuerpo, moral y físicamente rebajada al nivel de las bestias, puede sentirse feliz y a su gusto”), sus vestimentas (“los trajes son un harapo”), su comida diaria (“las papas compradas por los obreros son, en su mayor parte, malas; las legumbres pasadas, el queso viejo y de mala calidad, el tocino rancio, la carne flaca, vieja, dura, de animales viejos o enfermos, a menudo ya medio podrida”), la vida de las mujeres trabajadoras (“regresan a la fábrica tres o cuatro días después de dar a luz, dejando desde luego la criatura en la casa; durante las horas de descanso, ellas corren deprisa a sus casas para amamantar al niño y comer ellas mismas un poco”).

Aquel libro era el lado oscuro de los discursos celebratorios sobre el capitalismo, un alegato contra la burguesía (“tan profundamente desmoralizada, tan irremediablemente corrompida por el egoísmo, íntimamente corroída e incapaz de todo progreso”), que dirige el mundo (“hipócritamente, bajo la apariencia de la paz y aún de la filantropía”) para ocultar la “guerra social”, abierta, contra el proletariado. A la economía política de la burguesía -cuyas armas son la propiedad privada (“la posesión directa o indirecta de los medios de subsistencia”) y la fuerza del Estado (“la burguesía no puede tener frenado al proletariado sin el Estado, que le es necesario”)-, el joven Engels contraponía la economía política de la clase obrera y los principios de una guía para la acción revolucionaria. El grado de desarrollo del capitalismo impulsaba también al proletariado a su organización colectiva, a la lucha por su emancipación, a encontrar una salida a la guerra declarada por la burguesía a través de la revolución (que “debe venir, es ya demasiado tarde para llegar a una solución pacífica del conflicto”).

La situación… fue el fruto tanto de su experiencia personal (“es la condición de la clase obrera inglesa, tal como yo la conocí en veintiún meses, con mis ojos”), recorriendo las calles y estableciendo lazos políticos con los cartistas y los exiliados alemanes, como de sus primeras lecturas de la teoría económica burguesa, de los reportes oficiales y de artículos periodísticos.

Tres situaciones

Pero fue, sobre todo, el resultado de tres situaciones anudadas en las que persistió porfiadamente a lo largo de su vida. Por un lado, esa larga conversación intelectual, que iniciara en esos mismos años y que iría madurando hasta la muerte de su amigo. Las charlas, los intercambios de cartas, las obras en común, los trabajos que uno firma por el otro, la escritura periodística y la fundación de periódicos, los dos tomos de El capital que Engels terminara de editar y componer en el nombre de Marx. Se ha hablado mucho sobre esas relaciones que, como apuntó Lenin, “superan a todas las conmovedoras leyendas antiguas sobre la amistad”. Pensar con Marx, ir juntos desembarazándose de su herencia filosófica y política -la ideología alemana- para construir una teoría y una práctica revolucionarias.

También -la segunda situación- pensar en y a través de la polémica: contra el enemigo de clase, contra la sagrada familia de los intelectuales críticos, contra las tendencias conservadoras, oportunistas o antipolíticas que se expresaban en el movimiento obrero y frente a las cuales se oponía el programa comunista y la organización de los trabajadores en un partido revolucionario.

Finalmente, pensar en y desde la lucha de clases. A partir no solo de la comprensión de la historia de la humanidad sino también de su intervención en ella: forjando relaciones con la vanguardia obrera allí donde despuntara un movimiento de lucha (en Inglaterra, en Francia, en Alemania); combatiendo desde las barricadas en la revolución alemana del ’48 o creando comités de apoyo a la Comuna de París; como factor clave en la fundación del Comité Comunista de Correspondencia de Bruselas y de la Liga Comunista, en el desarrollo de la Primera y el fortalecimiento de la Segunda Internacional, en la defensa de la causa de las naciones oprimidas (Polonia, Irlanda), en la orientación de los primeros partidos comunistas (en Alemania, en primer lugar, pero también en Francia, Bélgica, Austria, Suiza, Noruega, Dinamarca).

Fue de los más sólidos pensadores revolucionarios, a quien se le aplica, además, aquello de que nada del mundo le era ajeno a su perspectiva materialista: literatura, historia, economía, filología, ciencias naturales, matemáticas y hasta la ciencia militar, a la que cada vez prestó más atención -sobre todo después de la derrota de la primavera de los pueblos-, reflexionando sobre los más puntuales aspectos de la estrategia militar, la necesidad de evitar las derrotas del pasado y de concentrar todas las fuerzas para conquistar el gobierno de los trabajadores.

Una controversia saldada

En la biografía de Tristram Hunt (Marx’s General, 2009) se insiste en la conversión a última hora del revolucionario, el tópico consolatorio que atribuye los excesos a pecados de juventud, otro modo de exorcizar el fantasma de la revolución. Según el historiador inglés, antes marcado por la condición posmoderna que por la obrera, “Engels se había inclinado al final de su vida por abogar por un camino pacífico y democrático hacia el socialismo”, mientras mantenía siempre “el derecho moral a la insurgencia”. Una observación sin referencia, que parece aludir al prólogo de Las luchas de clases en Francia (1895), su última publicación.

La controversia en torno de este texto es demasiado larga de exponer -está documentada en otra biografía, la de Heinrich Gemkow y otros (1970), y fue saldada. Basta referir que Engels había aceptado la solicitud de la dirección de la socialdemocracia alemana para que suavizara el tono revolucionario del prólogo, a fin de no dar fundamentos a las clases dominantes que preparaban un proyecto de ley sobre actividades subversivas. Sobre ese trabajo, cuya nota residía en la valoración del crecimiento del partido alemán por la vía electoral, alertaría poco después a Paul Lafargue: que podrían usarla “para apoyar la táctica de la paz a cualquier precio y de la oposición a la fuerza y ​​la violencia… pero estoy predicando estas tácticas solo para la Alemania de hoy, e incluso con una condición importante. En Francia, Bélgica, Italia y Austria, estas tácticas no se pudieron seguir en su totalidad y en Alemania podría volverse inaplicable mañana”. De hecho, su sospecha se confirmaría más tarde: Eduard Bernstein asumiría ese prólogo como su testamento político para justificar un programa de transición pacífica al socialismo.

El viejo Engels -lógicamente sin poder imaginar estos revisionismos póstumos- repasa una vez más La situación de la clase obrera en Inglaterra. Se dice que “lleva el sello de su juventud tanto en lo bueno como en lo malo” y encuentra que no tiene nada de qué arrepentirse.